8. Earth below us

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Drifting, falling

Floating weightless

Coming, coming home

–Peter Schilling

Cada persona tiene un ancla, un punto valioso que la ata a la esperanza cuando todo está perdido. Sin esa ancla no queda más que flotar a la deriva esperando y deseando un final. Pero cuando no hay anclas y la desesperación no ha vencido, lo mejor es crear ese punto valioso, propio y personal que asegure los sueños y anhelos.

¿Cuál era el ancla de Astro que lo ataba a buscar compañía en medio de la soledad?

¿Y el de Jorely?

—Creo que le agradas —dijo el astronauta contento.

Latas rodaron a pies de los humanos.

—Creo que debemos volver a buscar —sugirió Jorely.

De los tres, el hurón mantuvo la búsqueda en todo momento y lo hacía de un lado a otro escarbando entre las pilas de papel. ¿De dónde sacaba tantos papeles una persona en medio del espacio sideral? Eso el mamífero no lo sabía, aunque algo lo tenía nervioso. Jorely levantó la lata a sus pies y caminó hacia su amigo de cuatro patas. No era su intención, pero el hurón estaba tan concentrado en lo suyo que se asustó cuando la chica apareció detrás de él. Sin embargo, pese al salto que dio, no soltó el objeto en sus patas delanteras; un trozo de carbón. ¿Lo había encontrado hace poco? La incógnita no cruzó la cabeza de Jorely, simplemente estaba feliz por el hallazgo.

El carbón. Aquel material que con la suficiente presión se transforma en diamante. La mayoría de la gente suele creer este mito, pero la verdad es que el carbón necesita más que presión para pasar de algo sucio y débil en algo fantástico y fuerte. Y no sólo eso. El carbón en sí no es el que se logra este cambio, sino el grafito. La confusión puede atribuirse al hecho de que ambos materiales están compuestos de carbono, y bajo las circunstancias adecuadas los átomos de carbono pueden realinearse para formar diamantes.

Pero en el espacio los mitos no importan. En el espacio hay mitos que son verdades absolutas.

Astro, al igual que su nueva amiga, observó de cerca lo que el hurón sostenía celosamente. Cuando el pequeño ser sintió el peso de las miradas sobre él, trepó en el astronauta y dejó sobre sus guantes el trozo de carbón, como alguien que planta una semilla en el jardín de la noche. Las manos del infante se cerraron en torno al objeto y, sin palabras, agradeció al hurón sabiendo que el carbón era algo más ahora; un símbolo. Para el hurón también era una forma de agradecimiento al astronauta, pero ¿agradecerlo por qué exactamente?

El niño espacial tomó uno de sus cuadernos de una gran pila desordenada y lo abrió buscando una página apropiada. Para Jorely, el cuaderno estaba en blanco, así que no entendía por qué pasaba tantas páginas antes de hacer lo que quería hacer. Si bien el carbón le serviría para escribir, era demasiado grueso para una letra tan fina, y en su forma de infante, Astro no podría escribir a gusto.

De la chica al hurón y del hurón a la chica. Seguro de que las imágenes no se le escaparían de la cabeza, el niño guio su mano con en rumbos particulares. Entonces el hurón entendió que el astronauta no estaba escribiendo. Dibujaba.

—¿Les gusta? —preguntó el niño dando la vuelta a su cuaderno para que los viajeros pudiesen ver su contenido.

Jorely estaba fascinada con el resultado. Era la primera vez que se veía a través de los ojos de otra persona y no se vio fatigada, triste ni enojada. Era ella con un poco de alegría en el rostro. El dibujo mostraba una caricatura simple, muy simple, de ella y su mascota parados sobre la superficie rocosa del dinosaurio espacial.

Cuando la noche termineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora