12. Cruzar el lago con el agua en calma

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es más sospechoso que hacerlo con el agua turbia 

Miau, pensó Convergencia al zambullirse a velocidades impensables entre los hilos del tiempo. Dio un vistazo a la chica sobre su lomo y agregó a sus pensamientos: ¡MEOW! Miau, miau... ¿Meow?

Es difícil, complicado en su totalidad, tratar de averiguar lo que piensa otra persona. Dentro de cada mente hay un mundo diferente que no siempre resuena en el mismo tono que el de las demás, son conciertos tocados en acordes distintos. La Lingüística lo explicaría como lenguas en contacto, formas distintas de comunicación habitando en un mismo lugar. Así son las ideas, idiomas o variante de un idioma esperando que otra persona lo hable para un entendimiento común. ¿Cómo descifrar los pensamientos de la otra persona, tocar las mismas notas al mismo ritmo, hablar su lengua?

La respuesta es simple; no se puede, o no hasta que la telepatía exista, y hasta entonces entender por completo a otra persona será imposible. La única vía existente por el momento será la experiencia, convivir con la otra persona, conocerla un día a la vez, compartir una charla, una taza de café o un atardecer, cualquier cosa que ayude a ese entendimiento.

¿Y qué hay de los animales? ¿Cómo entenderlos?

La respuesta sigue siendo simple.

Jorely tenía un problema entre manos. Su deseo más grande entre lágrimas era volver por el astronauta, ella no quería dejarlo solo. En el corto tiempo que lo conoció vio en él algo de ella, su dolor, su pena, su tristeza. Ella sabía lo que era la soledad y sabía que Astro no se la merecía, era un buen hombre, algo peculiar y loco por el desasosiego, pero un buen hombre al final, casi no había hombres así en su realidad, en su mundo. Por esa razón no entendía por qué Convergencia, con lo grande que era, no llevó al astronauta con ellos. ¿Acaso lo conocía y sabía que no era digno de salir de su prisión mental de locura y depresión solitaria? No, era imposible. El propio hombre se mostró sorprendido cuando miró al animal gigante con sus dos colas y su pelaje dorado con blanco. Entonces ¿cuál era la razón para haberlo abandonado? No lo entendía y quizá jamás entendería qué pasó por la cabeza del felino cuando llegó a Pochmurnost o que pensaba ahora que los cargaba rumbo a quién sabía dónde.

—¡Detente! —ordenó la joven con un grito sollozante–. ¡Regresa, debemos volver por él!

El gato no podía entender lo que Jorely solicitaba, ni siquiera sabía que los sonidos expulsados por sus labios eran una súplica, para él eran eso, sonidos sin sentido, pero sabía exactamente qué responder.

—¡Meow!

—¡¿Es que no me escuchas?! ¡Vuelve! ¡Por él!

Ahí estaban los sonidos otra vez. Convergencia no tenía certeza de lo que pasaba, no comprendía por qué la adolescente en su espalda no captaba el significado de su frase, era la misma frase que usaba con los otros gatos de manera universal cuando algo era confuso para algún de ellos.

—¡Miau! ¡Meow, miau!

Jorely tenía un problema entre manos, uno que no podía solucionar con palabras. Se rindió, abandonó el diálogo dejando que las lágrimas saliesen en mayor cantidad, las mismas que, por acción de la velocidad excesiva del gato dorado, se transformaron en líneas celestes que brillaron por la luz proveniente de todos lados. Todo era una mancha multicolor con esa rapidez, nada tenía una definición exacta. Nada excepto las líneas celestes.

Convergencia transportaba a la chica y su hurón a través del tiempo y el espacio, de un planeta a otro con una celeridad impresionante que ningún ojo mortal habría apreciado. Jorely, con suspiros de llanto, sintió como Convergencia disminuía la velocidad. No tenía idea de cuánto tiempo había pasado desde que subió al gato ni hacia dónde lo llevaba, pero parecía que estaban por llegar. Y era cierto. El gato gigante se detuvo por completo frente al poste de madera que apuntaba en distintas direcciones, aquel donde recogió el cascabel y conoció a Convergencia. El letrero central tuvo más sentido.

Cuando la noche termineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora