Epílogo

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Tonight

If the world is falling down

Put your best dress on

–Alice Chater

Nada tiene un final, Adrian. Nada termina nunca; las últimas palabras del Doctor Manhattan en la novela gráfica Watchmen, de Alan Moore y Dave Gibbons. No era una historia para su edad y cuando guardó el último número en su cajón lo supo. No había comprendido nada del trasfondo, la filosofía que impregnaba cada página, ni por qué algunas viñetas parecían relojes. Sabía que el tiempo era importante en la historia, pero desconocía la razón, así como tampoco entendió la profundidad de la historia del pirata moribundo. Las peleas eran impresionantes, pero había pocas.

Y aunque no recordaba la mayoría de diálogos, nunca olvidaría las últimas palabras del Doc.

Y tuvo miedo de que fuera verdad.

Connor vivía en una bahía europea así que nunca conoció la nieve, los inviernos para él se diferenciaban de los veranos porque la temperatura bajaba unos cuantos grados, imperceptible para los turistas, pero no para él. Era común que muchas noches de verano dejase abierta la ventana de su habitación unos centímetros, pero últimamente la mantenía cerrada por completo, y sin embargo, aquella noche una corriente helada se introdujo sin avisar.

No tuvo certeza de qué lo despertó, si la pesadilla en sí o su propio grito involuntario en la vigilia. Fuese como fuese, se quedó mirando la puerta de la habitación esperando a que alguien entrara a socorrerlo, a preguntar si estaba bien. Su respiración estaba agitada y sus ojos estaban extremadamente abiertos con las pupitas encogidas en un pequeño punto.

Pero nadie entró.

—Fue sólo un sueño —se dijo a sí mismo.

Poco a poco fue recuperándose del terror nocturno y, en la calma, la vergüenza lo golpeó. Levantó la sábana y confirmo su sospecha. Había mojado la cama. Se levantó y se cambió la pijama por otra limpia, aún somnoliento, no reparó en que sus dientes tiritando de frío no eran algo común, así que lo solucionó sin pensar. Se puso encima un suéter de lana y voilà, el frío desapareció paulatinamente. Agarró las sábanas y mantas mojadas y salió de la habitación.

No era propio que un niño de su edad mojara la cama, y si su madre lo descubría, el regaño y el castigo serían inminentes.

Las pantuflas en sus pies amortiguaban todo el sonido que podían, pero cuando bajó las escaleras, lo hizo tan lento y con tanta precisión que seguro pasaron más de cinco minutos para cuando dejó atrás los doce escalones.

La lavadora estaba a unos metros de la cocina. En la oscuridad chocó contra la mesa principal, pero no hubo ruido. Se apresuró a su destino y depositó toda su carga.

—Misión cumplida, sargento —susurró.

Se dijo que luego de ese triunfo se merecía un premio. Era la excusa habitual que pensaba para no admitir que en realidad tenía sed y algo de hambre. Sus padres le enseñaron que no había más comida luego de la cena y que debía esperar hasta el desayuno al día siguiente; nada de aperitivos. Pero sus padres no estaban viendo y él se lo merecía. Robó una galleta y se sirvió un vaso de jugo de naranja sacado directamente del frigorífico. Comió y bebió rápido.

Mientras regresaba a su habitación y subía las escaleras con la misma paciencia de antes, no pudo evitar pensar en el Doctor Manhattan diciendo su frase final. ¿Era una advertencia?

Nada termina nunca.

Esperaba que lo suyo sí.

Finalmente subió el último escalón y se dirigió a la habitación. Esperaba dormir como un bebé hasta el día siguiente.

Qué inocente.

Abrió la puerta de su habitación y al hacerlo, involuntariamente bostezó y cerró sus ojos al entrar, y cuando los abrió nada a su alrededor era como su habitación.

De hecho, no estaba en su habitación.

El frío lo cubrió y volvió a tiritar soltando vahó con cada exhalación. Fue la primera vez que Connor vio la nieve y no le gustó ni un poco. El bosque que se extendía a lo largo y ancho de su vista parecía cubierto por una tela blanca mientras pequeños granos puros caían sin reparo.

No estaba en su habitación, no estaba en casa. Quizá tampoco en su mundo.

¿Dónde estaba?

A lo lejos una figura humana crecía a medida que se acercaba al niño. Él entrecerró sus ojos y la vio correr hacia él. Paralizado del miedo, esperó a que la amenazante figura lo atrapase. Despertar a sus padres y contarles lo de la cama mojada ya no sonaba tan mal.

Entre más cerca estaba la figura más pudo reparar de ella.

Una chica llegó a él y al verlo tan asustado y temblando por el frío, decidió dejar una distancia prudencial entre los dos. Con la mano tapada por la manga gris de su sudadera, bajó un poco la bufanda roja de sus labios.

—¡Hola! Soy Jojo –se presentó la muchacha–. ¿Estás solo? ¿Dónde están tus padres? —Al no recibir respuesta, Jojo hizo una pregunta más mirando alrededor—. ¿Puedo saber cómo llegaste aquí?

Connor sabía que era descortés no responder, pero igual que en sus pesadillas, las palabras no salían de su boca y sus intentos sólo conseguían que tartamudease el mismo sonido una y otra vez. Miró atrás suyo donde debía estar algo.

—Pu-pu-puer...

Los ojos de ambos se clavaron en esa dirección, pero en tal sitio no había más que una sutil pradera blanca y uno que otro hombre de nieve jugando. ¿Adónde había ido la puerta?

—¡Ya sé lo que ocurre! —exclamó Jojo a quien le llegó la respuesta como una revelación—. Te va a pasar lo mismo que a Jorely.

—¿Jo-Jore...?

—Una vieja amiga. Ella se extravió en un parque lejos de aquí. En cambio tú... —dijo al tiempo que se retiraba el gorro de lana negra de su cabeza y se agachaba para ponérselo al niño— pudiste aparecer en las Dunas de Atreth, en una cabaña de La Aldea o montado en el lomo de un dinosaurios espacial. Sin embargo, estás aquí. Este mundo sabe lo que hace, y sigo sin acostumbrarme a eso. —Introdujo el último mechón de cabello de Connor dentro del gorro y sonrió—. Así está mejor.

Algunos copos de nieve cayeron sobre los cabellos castaños de la chica mojando su cabeza. A ella parecía no importarle, su atención estaba sobre el niño. Jojo se puso en pie, sabía lo que iba a pasar y se preguntaba si el niño estaba listo para vivir todo lo que ese extraño mundo tenía preparado para él.

—¿Tienes miedo?

Connor asintió con la cabeza.

—Tener miedo está bien —dijo Jojo—, lo que no está bien es que te congeles por no moverte.

Para Connor, ver a la chica bailar en esa situación le parecía raro, fuera de lugar, pero también divertido. Soltó una risa y frotó sus manos una contra la otra, la chica hizo lo mismo. Cuando la risa cesó, Jojo le dedicó una sonrisa cálida a Connor, quizá la primera que él veía en un largo tiempo.

—Siempre hay algo de miedo antes de comenzar una aventura. ¿Y sabes qué? —Jojo extendió su mano esperando que Connor la aceptara—. La tuya está por empezar.

Cuando la noche termineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora