22. ¿Cómo eres, Burlón Primordial...,

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que ríes mientras los otros te recuerdan entre lágrimas?

Los caballos negros traquetearon por los bloques de las calles golpeando sus cascos contra la dura piedra sepia. Todos los sonidos se expandieron para llenar los dilatados segundos y la calma transportó al reino a un lugar nuevo, lejano, donde el tic tac de los relojes en las casas sonaba una vez cada cierto tiempo. Los latidos de los pasajeros albergaban paciencia. El Sr. Pots cubrió su nariz y boca con su pañuelo largo procurando que su tos no interrumpiese el relato de un pasado que hasta ese día era misterioso para él. No hubo sonido alguno en aquella cabina móvil aparte de las palabras de la hechicera.

—...cuando los cuervos volaban en círculos y los parásitos se arrastraban con libertad, cuando el sol se ocultaba tras las nubes con temor de ver el rostro de la tierra, que un hombre, mi padre, abandonó nuestro hogar. Mamá acunaba el rencor y el odio en un corazón marchito por la pérdida, y sin el hombre que lo causó, se desquitaba con la persona más cercana a ella, la única que permanecía a su lado intentando reconfortarla en las noches de llanto solemne. Me apartaba con empujones impropios de la naturaleza materna acusándome de todos los males que sobre la familia habían caído; el alfa de la desgracia. —Los ojos de Nigri estaban vacíos mirando algo más allá de los faros, las casas y la gente. Los recuerdos eran algo en lo que ella estaba inmersa, un abismo al que echaba un vistazo por primera vez. Se aferró a la mano de Jorely como una cuerda de seguridad y continuó—: No entendía cómo podía mi madre odiarme de tal forma si no había hecho ningún daño. Mi único pecado fue salir de viaje a una tierra remota donde las golondrinas animaban los días con sus cantos, las mariposas azules coloreaban el atardecer y los perros, altos, pequeños, gordos y lanudos corrían conmigo demostrando su fiel compañía. Mi error fue desear que mi hermano viese tales maravillas de aquel mundo, y un día, como llamada por una campana melancólica, regresé a casa abandonando aquellos parajes de ensueño. Al volver nadie en la familia fue igual, mi padre se disculpaba conmigo todas las noches al acostarme en la cama, mi madre soltaba lágrimas al rondar por la casa y siempre que me veía cambiaba el llanto por una mirada penetrante de fuego abrasador. Y enterré mi nombre, nadie usaba, pues era otro sinónimo de pérdida.

»—Un día la pena no pudo más y obligó a mi padre a marcharse de casa y al hacerlo recibí su última disculpa de algo que no entendí hasta entonces. Antes de que él cruzara la puerta, mamá me empujó para que fuese con él, ambos éramos su recordatorio eterno de pérdida, un calvario diario de incesante llanto y repudio. Papá me defendió y trató de hacer entrar en razón a su esposa. Me quedé en casa largos y tortuosos años mirando a los cuervos revolotear mientras graznaban canciones sin gracia más allá del que producen para un alma desvanecida.

»—La forma de esconder mi pecado era entre los libros de papá, anotaciones al inicio profanas que se transformaban en dulces poemas cuando su propósito real tocaba a mi puerta. Mamá y papá abandonaron su sueño de una familia y nunca más los vi juntos; él perdido, vagabundo huyendo de un mundo espectral, ella también perdida, presa del dolor capital de una madre que no es madre. Y los días pasaron, y fueron semanas y las mismas, meses. Ella envejecía y entre sus arrugas crecía su odio hacía mí hasta que su negro corazón marchito se resignó a la desesperanza en aquel último pétalo. No quedaba nadie en esa vieja y destartalada casa más que yo y mis preguntas que, sin respuestas, no podían aliviar mi herida alma. Los años pasaban pero no sobre mi cuerpo, los libros de papá tenían recetas que podían sanar todo padecimiento, incluido el paso del tiempo, pero de nada servía eso a una dama de dolor anónimo. Y así, al igual que antes, viajé a nuevas tierras, cerrando la puerta de la casa sabiendo que no volvería esta vez.

Nigri hizo una pausa y respiró con profundidad. Se aclaró la garganta con dificultad y frunció levemente el ceño al expulsar el aire melancólico de sus memorias.

Cuando la noche termineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora