37. El sueño en el cual me sumí me recuperó; y, al despertar...

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sentí de nuevo como si perteneciera a una raza de seres humanos como yo

–Frankenstein, Mary Shelley

—Pero... ¿Cómo?

Entrelazado.

No existe nada en el universo que no exista sin un propósito.

—Acércate.

Desde los eventos más efímeros hasta los más grandes, todos se conectan. Todos son parte de una maquinaria gigantesca que afecta a todo. Una reacción en cadena de causas y efectos. Que la gente desconozca una parte del todo no significa que esa parte no exista y no influya sobre ella.

—Tuviste la clave de tu identidad contigo todo el tiempo.

Y lo que influye sobre la gente, también la construye.

La hace ser quien es.

Una pieza irremplazable y única de la maquinaria de eventos que conectará con unas e influirá sobre otras.

Todo tiene su razón de ser.

Ni el hurón ni ella necesitaban ver a Murphy para saber que los pasos apresurados que daba para acercarse eran los de una persona emocionada. ¿Cómo se sentía el responder finalmente a una interrogante que se cargó toda una vida? Ella no era la idónea para conocer esa respuesta, sus pensamientos, aunque menos atados, seguían formando un Nudo Gordiano y no había espadas para liberarlo del todo.

—No sé cómo no pude notarlo antes —anunció Jorely mientras hacía a un lado algunas cosas—. Todas las pistas estuvieron allí siempre: tus ojos, tu cabello tan negro, además de la paz que transmites.

—No entiendo a lo que te refieres.

Murphy se situó a un lado de la chica, inquieto por conocer lo que ella sabía y él ignoraba. Era la primera vez en décadas que ese sentimiento de ignorancia lo envolvía de esa manera.

De cuclillas, Jorely levantó una serie de objetos al azar para que el hombre los viese, y mientras lo hacía le preguntaba si recordaba cómo adquirió alguno de ellos. No importaba qué mirase; una pluma de escribir, una partitura vieja, un yelmo, un anillo de cobre, Murphy siempre respondió con negativas. Cargó objetos en su sombrero que no sabía que tenía, un misterio sobre su cabeza del que desentendía. Al mirarlos en conjunto una historia sin principio ni fin destelló entre sus memorias como una película entrecortada, un recuerdo antiguo, un sueño casi olvidado.

Jorely no aguantó más y tomó el objeto más importante de la colección.

—¿Y qué me dices de este? —Levantó el brillante objeto.

Nada.

No hubo respuesta.

El ilusionista no recordaba cómo consiguió el objeto, pero decir que no lo reconocía de alguna vida pasada habría sido una mentira.

—Fue el primero —musitó Murphy mientras se esforzaba por recordar los detalles—. Fui rey una vez, pero antes de serlo estaba eso —señaló con la barbilla el reluciente objeto.

—Lo suponía.

Jorely casi tropezó al ponerse de pie. Estiró las piernas para evitar calambres sin soltar lo que tenía entre manos. Los cuatro pasos que dio acortando la distancia entre Murphy y ella fueron lentos y respetuosos, pero los saltos del hurón no fueron igual. Este subió por la pierna del hombre sin preocuparse si dañaba la tela del impecable traje gris y se posicionó en el hombro derecho. Se levantó con cuidado de no perder el equilibrio y le retiró el sombrero de copa de la cabeza.

Cuando la noche termineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora