30. Los caminos de tinta no son para mujeres de diamante

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Hay tantas ramificaciones, tantos caminos posibles que una misma persona puede tomar que es imposible determinar con exactitud cuál estuvo predestinada a ella desde el inicio, sin embargo, el destino no importa cuando esa persona está segura de hacia dónde quiere ir, de qué camino se adecúa a ella y todo lo que representa cada paso. Pero para tomar esa decisión siempre se va a necesitar de una cosa, la voluntad de avanzar.

Cuando Jorely vio lo extensa que era esa ciudad imposible con calles de materiales que no podía nombrar y edificios que escapaban toda lógica, supo de inmediato que perderse en ese lugar era más sencillo que respirar.

—Okey —se dijo a sí misma y al hurón—. Esto va a ser más complicado de lo que imaginé.

La gran urbe parecía la representación abstracta de un niño con una imaginación muy activa, pero eso no detuvo a Jorely de retomar su misión de encontrar a sus amigos, de volver a verlo y no abandonarlos nunca más, no había consecuencia que pudiera detenerla. No quería ser el tipo de persona que dejaba de lado a los demás en su momento más vulnerable, ella había vivido en carne propia el sentimiento de ser rechazaba, de no pertenecer a ningún lado y no se lo deseaba a Astro ni a Nigri. Era un destino que anhelaba cambiar.

Era impensable enumerar la cantidad de diferencias que había entre esa ciudad y una ciudad de su mundo, pero Jorely podía iniciar con la escases de gente en las calles. Ella y el hurón, que para ese entonces ya se encontraba merodeando en todos los lados posibles, llenaban vagamente el vacío en la ciudad. Los faros con luces bajas y la niebla hasta las rodillas hacía del escenario un lugar fantasma, abandonado hace décadas, no obstante, la adolescente conocía a la perfección cómo era una ciudad fantasma –o un reino, mejor dicho– y ese sitio no se le asemejaba. Los cristales en las tiendas estaban limpios igual que los letreros, los productos en las despensas eran frescos, y la chimenea de una panadería arrojaba el exquisito olor a pan recién horneado. La ciudad estaba viva, entonces ¿dónde estaba la gente?

—¡Hola! ¿Hay alguien por aquí? —preguntó.

Su grito podía escucharse en todas direcciones, pero no había respuesta alguna; los edificios mantenían sus luces apagadas, los letreros de Cerrado no se inmutaban y los faros no dejaban de titilar. Si había alguien en la ciudad no quería hacerse presente, por ahora. Había una latente necesidad en sus emociones por mantenerla alerta, una sospecha para que no bajase la guardia. Los detalles, como conocía bien Jorely, hacían la diferencia entre la seguridad y el peligro, y sabía de qué lado quería quedarse. Trató de estar calmada, no podía dudar de cada cosa que veía, era una ciudad rara, pero no debía juzgarla por completo. Avanzó con cautela repitiendo la misma pregunta cada tanto.

La iluminación constate con colores cambiantes tras el aparador de una tienda de electrónicos despertó la curiosidad del hurón. Perdido debajo de la niebla, dejó un rastro en una línea recta. Jorely lo siguió hasta estar frente a las pantallas de los televisores en oferta que proyectaban diversas cosas; películas, novelas, noticias, anuncios publicitarios... Todo lo que veía era similar a lo que los televisores en su mundo transmitían, sin embargo, si prestaba atención cuidadosamente podía encontrar cambios notorios. En una de las pantallas se podía ver uno de los capítulos de su serie favorita, y aunque la trama y los personajes eran los mismos, había diálogos que delataban no ser la misma serie. Aquellas ligeras diferencias le hicieron preguntarse si realmente su mundo y este mundo eran distintos o solo un reflejo empañado de su realidad. Dejó atrás la tienda temiendo la respuesta.

Pese a no querer juzgar a la ciudad, admitió que los callejones, fuesen de donde fuesen nunca se veían amigables en la noche. Aquellos eran los lugares donde no buscó personas, de hecho, deseó que no hubiera nadie escondido entre las sombras retorcidas de la irrealidad de esos callejones. Al pasar brevemente por la entrada de uno de ellos, sintió algo en su pierna. El miedo la paralizó y estuvo a punto de desmayarse cuando la sensación llegó hasta su cadera, pero de allí en más el miedo se transformó en alivio cuando vio la cabeza redonda y llena de pelaje del hurón, y ese alivio no tardó en transformarse en enojo. Estuvo cerca de descargar su enfado con él, pero cuando vio sus ojos a la altura de su hombro, aquel sentimiento se disipó.

Cuando la noche termineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora