32. Los gatos en el techo siempre tienen algo propio que contar

4 1 0
                                    

Es complicado descifrar la esencia de algo, saber qué la hace única entre millones. Muchos, para describir esa esencia, enumeran las características del objeto, pero esa no es su esencia, es tan sólo su aspecto, su crisálida de ilusión para el mundo. La esencia se vuelve más compleja cuando se trata de una persona porque qué hace que una persona sea esa persona y no otra. Los espejos se empañan, el humo asciende y casi nadie enfoca correctamente su esencia hasta que es tarde y la Dama de Negro susurra la respuesta antes del último aliento, entonces la esencia escapa.

Cuando algo no es, se pierde. Y para algo perdido cualquier camino puede ser el correcto, incluso aquellos que no lo son.

Hay quienes se pasan toda su vida buscando saber quiénes son que, en su afán de una respuesta profunda, olvidan que la gracia de la vida está en lo simple, lo auténtico.

Quizá la respuesta sea simple.

Pero perdido en el dolor, el elegante hombre no vio la respuesta a través del humo de sus dudas.

—¿Cómo es que no sabes quién eres? —preguntó Jorely agregando palabras al eco de sus pisadas en la vacía ciudad.

—Es difícil de explica —respondió el hombre—. Siento que hay alguien dentro de mí que grita quién soy, pero no puedo escuchar. Hay mucho ruido y recordar la voz de quién clama me es difícil.

A menudo el extraño sacaba sus naipes para jugar con ellos, practicar algunos trucos nuevos y pulir los viejos y tanto hurón como chica miraban los movimientos de muñeca tan sutiles como el soplo de un ángel. Naipes iban y venían mientras las calles se llenaban de una pizca de vida y entre tanto, el extraño contó a Jorely lo poco que sabía de él, una vida después de olvidar quién fue.

—A lo largo de los años —explicó—, en la búsqueda de mi identidad, fui muchas cosas. Y créeme, en una vida puedes ser tanto como quieras... Así que apliqué la Shakespeare a la inversa.

—¿Shakespeare a la inversa? —preguntó confundida Jorely.

—Una vez dijo: Sabemos lo que somos, no lo que podemos ser. Pero cuando no sabes quién eres, lo que resta es intentar saber lo que puedes ser. Inicié por el final de la frase intentando llegar a su comienzo.

—¿Y quién fuiste en todo ese tiempo?

—Fui...

Cada vez que el desconocido nombraba algo que fue, su apariencia se alteraba como una ilusión pasajera. Empezó contando su breve paso como policía, una temporada corta como agente del orden; su traje gris y su sombrero fueron reemplazados por un uniforme azul, una gorra antigua y una placa reluciente. Fue un bombero, luchó contra extravagantes incendios en edificios que cambiaban de tamaño, pero no fue su primera vez luchando pues también fue un guerrero. Pieles de animales que Jorely nunca vio cubrieron al hombre mientras su mano derecha sostenía una espada y la izquierda una manzana. Pero para saber quién era, explorar todas las opciones era necesario, aunque ello implicara senderos torcidos. Durante un tiempo fue un ladrón, el más hábil y astuto que la ciudad conoció. Planificaba todos sus atracos con suma meticulosidad y jamás fue atrapado, vestido de negro el hombre parecía fundirse con las sombras de la noche donde una sonrisa pícara se apreciaba con dificultad. También fue rey, pero aquel era un recuerdo borroso, quizá de los primeros días de su búsqueda, por esa misma razón su traje real no se distinguía con claridad salvo por su corona, dorada como la mirada del sol.

—Lo último que fui antes de ser lo que ves —anunció con un ademán que señalaba toda su vestimenta elegante— fue ser poeta. Lastimosamente, la gente no pagaba bien por mi arte. Y siendo sinceros, no creo que fui muy bueno de todas maneras.

Cuando la noche termineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora