10. Lo imposible sucede todo el tiempo, sólo debes creer que puede suceder

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–Lost in Space

Los mundos, internos y espaciales, son hábiles baúles de cosas imposibles, eventos que entre más lógica se busca, menos la tienen, y eso los hace fascinantes. Cursos de historias que parecen sacados de sueños. Pero aunque algo luzca imposible, eso no significa que no sea real, después de todo, la existencia inició con algo imposible y, físicamente hablando, ¿no es la existencia de cada persona un evento imposible? Millones de cosas alineadas de manera absurdamente perfecta para que las personas existan día a día, cadenas de eventos impensables e ignorados que mantienen a flote su existencia.

Astro y Jorely lo ignoraban, pero sus vidas y sus mundos eran sucesos imposibles haciendo resonancia mutua con el universo.

Un universo infinito y solitario.

El paisaje desértico, lleno de arena hasta donde alcanzaba la vista, simulaba uno de esos desiertos que Jorely había mirado en fotografías y videos en internet. Por un segundo pensó que había vuelto a la Tierra, que estaba en algún punto del Sahara o que a la lejanía aparecerían las magníficas pirámides de Gizah. Pero no era así. Bastaba un vistazo al cielo para saber que ese no era su mundo.

Abarcaron un largo terreno entre oasis secos y dunas del tamaño de colinas mientras Astro explicaba con detalles muy obvios por qué bautizó a ese punto del planeta como el Gran Desierto. El hombre espacial estaba loco, y por ello Jorely y el hurón creyeron que tendría más imaginación con el tema de los nombres, pero el problema de ser presumiblemente inmortal era que la memoria no podía guardar tanta información, y menos si parte de esa información venía de la pura imaginación del ser. Afortunadamente, aquella no fue la única explicación del planeta que recibieron.

El astronauta narró su primera experiencia en el planeta de arena carmesí y naranja. Resultó ser que Haperanto tenía una ruta de viaje establecida desde hace eones en la que siempre recorría los mismos planetas, las mismas galaxias y recibía la luz de las mismas estrellas. Cuando una estrella moría, él eliminaba dicha ruta de su viaje y agregaba una nueva. Cuando Astro apenas conoció al dinosaurio, el primer planeta en el que decidió descansar fue justamente en el que se encontraban ahora. El paraje despoblado y árido, lleno de dunas de arena con diversos tamaños, despertó en el astronauta un sentimiento vagamente reconfortable atribuido a que probablemente, en su anterior vida, conoció un lugar igual. O eso fue lo que dijo a sus nuevos amigos. En el fondo Astro amaba ese planeta porque le recordaba a él mismo. Simple, vacío, sin nadie en su superficie. Solo.

Jorely estaba fascinada con la historia pese a no conocer su significado personal y profundo. Saberlo ¿habría cambiado la forma en la que ella sentía la arena en cada pisada? Jamás se planeó la pregunta pues nadie cuestiona aspectos que ignora en la vida de los otros. Lo que sí hizo fue contar cómo era la Tierra en la actualidad, o lo que ella sabía sobre la misma. Habló sobre los animales, el cambio climático, el wi-fi, redes sociales; los pocos conocimientos de economía que tenían eran lo suficiente para impresionar al hombre espacial, igual que los avances que conocía en ciencia y tecnología. Era impresionante lo mucho que sabía de teléfonos inteligentes pese a que el suyo era un modelo sin muchos lujos. Le habló de la vez que en el colegio charlaron sobre viajes espaciales y por qué el humano jamás volvió a la Luna.

Cada palabra que llegaba a oídos de Astro era una nueva sinfonía compuesta por una galaxia cantora.

En la Tierra Jorely era una humana común y corriente, una que había experimentado tragedias que guardaba en su corazón, alguien que se odiaba a sí misma, al tiempo y al espacio. En su realidad Jorely se sentía triste y pequeña, pero en aquel planeta desértico, Jorely era para Astro la persona más fantástica de todo el universo, quizá la mujer más importante, y no sólo porque había roto su perpetua soledad, sino por todo lo que sabía y por su forma de sonreír con la mirada. Sus labios no tenían la costumbre de arquearse en una sonrisa, la depresión pesaba demasiado para sonreír genuinamente, pero en sus ojos había una chispa brillante, un anhelo de felicidad que luchaba por convertirse en llama.

Cuando la noche termineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora