5. Hay algo en el universo que suplica entre estrellas negras y agujeros blancos

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Vacío.

Nada.

Existe una carga implacable en estos conceptos que la gente atribuye a su vida. Camus, por ejemplo, planteaba que la vida no tiene significado, que nada de lo que se haga tendrá un efecto real en el universo, así que no hay por qué preocuparse, nada importa. Se vive apacibles en una soledad cósmica carente de una razón. Lovecraft, en cambio, creía que los humanos, en comparación al vasto universo infinito, son tan importante como una gota en el océano.

Jorely era la gota más importante en ese momento.

La oscuridad aplastante impedía la visión. No había algo que pudiese ser observado por cualquier ojo en el lugar en el que estaban. Y ¿dónde estaban?

El pánico producto de la ignorancia aplastante aceleró el ritmo de la respiración en Jorely y el hurón, pero en ella, la hiperventilación no sólo era producto de la fatiga por la persecución sino también por el temor a lo desconocido, a no poder observar una señal que la reconfortase, algún destello lejano. Y no sólo eso. Aparte de sus propias voces chocando cada espacio del casco de su respectivo portador, no podían escuchar nada más. Ningún sonido que compartir. Todo era como soltar un grito en el vacío del que apenas llega un eco inaudible.

Y ¿qué pasaba con el resto de sentido? ¿Qué había del tacto? Es realmente complicado engañar a la piel, decirle que está o no está tocando algo. Burlarlo, mentirle. Pero para la chica y su hurón fue posible. Sus cuerpos no sentían nada salvo por la casi imperceptible sensación de su temperatura descendiendo unos cuantos grados. Jorely era consciente de sus esfuerzos por tocar algo; movía sus brazos y piernas de un lado a otro y de arriba abajo, pero no había nada a su alrededor a lo que aferrarse. La sensación provocada era similar a la caída libre aunque nunca la había experimentado, sin embargo, imaginó que sería algo muy similar a lo que vivía en ese instante, y la idea de llegar al suelo cuando menos lo esperase aceleró su respiración hasta un punto del que no sabía que era capaz.

Intentó inhalar y exhalar despacio, separar la idea anterior de la realidad objetiva. Trató de recordar alguna sensación igual, cerró los párpados con fuerza y se ordenó rememorar cada aspecto posible de su vida en la que el tacto se comportase tan extraño como en ese momento. Entonces recordó la ducha que tomó en la mañana, el agua tibia, casi fría amortiguando su piel, y eso la llevó a la bañera en la que se recostó una vez, y eso a una piscina.

Ahora sabía lo que experimentaba. Flotaba.

La idea de flotar era mucho más reconfortante que la idea de la caída libre. Poco apoco su respiración se fue regulando hasta calmarse. Claro, seguía con temor al no escuchar ni ver nada –lo desconocido era el hábitat natural de los peores miedos, de los peores monstruos–, pero ahora se obligaba cada cierto tiempo a pensar que, si nada malo le estaba ocurriendo en ese momento, era probable que nada malo le ocurriese después. Una Ley de Murphy a la inversa. Se repitió esta idea una y otra vez como un mantra al que debía aferrarse, un salvavidas en ese océano desconocido. Sería su tierra firme en ese paraje vacío.

El temor todavía la acompañaba, pero se sentía un poco más tranquila. Hasta que un pensamiento se filtró en su sistema. No tenía idea del tiempo que había transcurrido. Podían ser minutos, horas, o simplemente segundos. El tiempo, igual que su pasado, era un miedo en el que no quería pensar.

El reloj de su vida inevitablemente la hizo revivir todas sus experiencias, todo lo que sufrió y todo por lo que lloró. Fue su destino esperándola pacientemente con las manecillas en la posición adecuada, y cuando todo lo malo pasó, se encontró en un punto medio entre lo vivido y sus consecuencias. Y el reloj esperó pacientemente marcando cinco minutos para las consecuencias, luego cuatro, luego tres, después uno... Y cuando el tic-tac marcó las consecuencias en punto, las manecillas no hicieron más que ralentizarse.

Cuando la noche termineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora