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Mara

Vivía con mi padre en Galicia, vivíamos solos, ya que mi madre nos abandonó cuando yo era peque. Vivíamos en la zona de montañas en una casa de campo preciosa, donde a veces se llegaba a ver la nieve. Yo nunca llegué a saber dónde fue ella, lo último que supe fue que se escapó con su amante a Asturias y nunca más supe más de ella. No tenía hermano, ni hermana, por lo que acostumbraba a estar solo con mi padre, y con mi perrita Nora. Una perrita de agua español, blanca y negra. Era la cosa más bonita del mundo.

Un día tocaron a la puerta, mi padre se quedó congelado al abrir.

–Vengo a llevarme a la niña.

–¿Quién es? –aparecí por la puerta.

–Tu madre.

–Vete.

–No, porque soy tu madre y según los abogados ya no hay dinero para que te quedes aquí.

–No me pienso ir contigo. Soy mayor de edad y puedo hacer lo que me dé la gana, así que, adiós –cerré la puerta.

–Qué ovarios... Tienes veintiocho años, puedes hacer lo que te venga en gana. La zorra decidió ponerme los cuernos, pues que se tome eso como karma.

–Se lo merece.

–Y tanto que sí.

–Papá, tengo un regalo para ti.

Él me mira. Le ha pillado por sorpresa.

–Sé que te gusta mucho la fórmula uno... a mí también, y resulta que he comprado dos pases para Italia. La semana que viene nos vamos.

–¡Te voy a matar!

–¿Por quéeee?

–¡¿Sabes cuánto dinero es eso?! –igualmente me abraza fuerte–. Dios...

–Ahorros, papá.

–Madre mía...

–Nos vamos una semanita.

–A Monza. Guau.

–Yes.

Los ojos le brillaban como los de un niño pequeño. Me encantaba verlo feliz. Mi padre siempre había sido la mejor persona que había tenido a mi lado. Era mi amigo, mi padre... me apoyaba en todo, me escuchaba. Me entendía y lo daba todo por mi, así lo daba yo todo por él.

A la siguiente semana cogimos un vuelo a Monza, sabía que lo pasaría bien. No se quitaba esa vieja gorra de Renault con el número ocho ni aunque le pagaran.

–Tienes ganas, eh.

–Tengo diez años mentales ahora mismo.

–Tranquilo, yo también.

La fórmula uno había estado presente en nuestras vidas desde que yo nací. Me crié viendo a Schumacher, a Vettel, a Alonso, a Hamilton... todos. Alonso, nunca lo llegué a tragar. No me caía del todo bien. Sí, español, bicampeón del mundo, bla, bla, bla. Me da igual. No me caes bien y punto.

Llegamos a las gradas, mi padre pudo acercarse lo máximo posible al asfalto de la pista. Lo veríamos lo más cerca posible, estaba ilusionada. Veía algunos garajes desde aquí. Pude ver a los Ferrari alistarse para salir a correr. Ahí estaba mi favorito. Sainz. Ese sí que me caía bien. No ganaba siempre ni era el mejor de todos, pero era un gran piloto y lo admiraba desde que entró. Lo llevo apoyando desde la primera escudería en la que estuvo.

–¿Ya estás poniéndole ojitos a ver si te ve?

–Ay, papá.

–Si te presta atención te compro un caballo.

la Fórmula y el número 1 [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora