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Mara

–Esta noche tengo una cena con mi padre y tal... estás invitado –le digo a George.

–¿En serio?

–Claro. Mi padre está muy emocionado de conocerte.

–Me siento halagado... –ríe nervioso–. Espero agradarle.

–Seguro que sí. Encima eres de Mercedes, a él le encanta Mercedes.

–Pero si estaba loco por Alonso y él y Hamilton no casan... no lo entiendo.

–Por ti... y está contento por Alonso porque ha hecho historia para España, es normal.

–Ah. Que de piloto le gusto yo.

–Exacto. Hamilton no le gusta nada.

–Ya me cae bien.

Sonreí. Él también sonrió, y nos fuimos para allá cuando cayó la noche. Lo notaba sudar, estaba nervioso. Era adorable.

–Deja de mirarme como si fuera un crío... –se le salió la sonrisa nerviosa.

–No tienes que estar nervioso.

–Sí lo estoy, sí... no es cualquier persona, es tu padre.

–Ya... pero tu tranquilo.

Al llegar, ya estaban ahí, junto con Ana y Alonso. Nos sentamos donde teníamos la reserva. El único que estaba solo era Fernando.

–Por fin nos conocemos –habla mi padre.

–Un placer –sonríe George.

–Soy muy fan tuyo.

–¿En serio?

–Sí, siempre he sido de Mercedes y alguna escudería más.

–Guau, gracias.

Sonreí. Es lo que le dije yo. Se llevaron muy bien.

–Hijo, estás muy callado. ¿Estás bien? –Ana miró a su hijo.

–Sí, estoy bien. Solo sigo sin asimilar lo que he hecho hoy... –sonríe.

–Hay que hacer un brindis por él –lo miro, su sonrisa se agranda.

Levantamos las copas y brindamos juntos.

–Por la trigésima tercera.

–Por la 33.

Bebimos de nuestras copas y después seguimos hablando de diversos temas. Mi padre y mi novio se llevaron de maravilla. Era la primera vez que le agradaba de esta manera uno de mis novios.

Al rato, unas chicas se acercaron a pedirle fotos a Alonso. No me gustó nada los ojitos que le ponían. Como si se lo quisieran comer, a ver, lo entiendo... No. ¿Qué coño? Él les firmó la funda del móvil, una pidió una firma en los pechos, y él tan tranquilo los firmó. ¿Perdona?

–Por dios...

–¿Qué? Ella lo ha pedido –dijo después de que se fue.

–Ya. Ya.

Me había molestado, cosa que no tenía ningún tipo de sentido. En fin, lo olvidé y me metí en el tema de conversación de George con mi padre y Ana. Y para cuándo terminó la cena seguía con la mosca detrás de la oreja. ¿Por qué lo había hecho? ¿No tiene vergüenza? ¿Y por qué me importa en lo más mínimo? Paso.

–Bueno... nosotros nos vamos.

–¿Ya? –nos mira mi padre.

–Cariño... son las once y media y llevamos aquí desde las nueve –dice Ana.

la Fórmula y el número 1 [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora