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Mara

Una vez en casa, me senté en el sofá y ya me desperté al día siguiente en el mismo sitio. No me acordaba de casi nada. Oí a alguien bajando las escaleras, era Fernando, que parecía que tampoco sabía ni qué hora era.

–... Buenos días… –entornó la vista mirándome con atención.

–Buenas –medio sonreí.

–¿Qué hiciste anoche? –se sentó en el sillón de enfrente.

–Bailar y… hablar. Sí, eso.

–Claaaaro, ¿y el collarín de chupetones que me llevas, qué? –dice cortante.

–¿De qué hablas?

–Mírate al espejo, no me puto jodas, Mara –frunce el ceño.

Apresurada me acerqué al espejo que colgaba en la entrada y me vi algunos chupones en el cuello, de los cuales no conseguía acordarme de su existencia. ¿Le había puesto los cuernos a Fernando y no me acordaba? Lo vi en el otro lado del pasillo a través del espejo, con los brazos cruzados y una mirada de disgusto, rabia y tristeza.

–... Al menos déjame saber con quién fue.

–Te prometo que no me acuerdo de nada… –me giré mirándolo cara a cara–. Tengo hasta una marca en la cadera y no sé de qué…

Fernando se acercó a mirar esa marca. Había exactamente la misma al otro lado, y parecían dedos. No podía ser. Esto no estaba pasando.

–Mira, Mara… Yo no sé qué pensar –se pellizcó el puente de la nariz, intentando mantener la calma.

–¡Yo menos! No me acuerdo de nada. Y si te he engañado se me va a romper el corazón en mil pedazos.

–¿A ti se te va a romper? ¿Solo a ti? Espero que todo esto solo sea un gran malentendido porque tendrían que ser muy hijos de puta para hacerme esto a mí. ¿Con quién estabas anoche? ¿O de eso tampoco te acuerdas? –¿Me estaba vacilando?

–No me vaciles.

–Es que no sabes cuántas veces he oído la misma mierda, Mara. ¿Qué coño quieres que me crea?

–Estaba con Esteban, Lewis, Lando…

–... Joder… No quiero saber qué coño hicieron contigo –se dio la vuelta y empezó a avanzar hacia la habitación.

–Los llamaré.

–Llamalos. Y más vale que todo esto sea un gran malentendido porque no va a haber nada, y repito, nada que me quite la mala hostia que tendré.

–Lo entiendo. Tomate tu tiempo, iré a buscar al niño.

–Bien, vale… –suspira y se encierra. Ahora mismo está tratando de asimilar todo. Yo simplemente me puse un chándal y me fui caminando a por Eidan.

Cuando lo tuve entre mis brazos, empecé a intentar hacer memoria sobre la noche anterior. No podía ser que yo le pusiera los cuernos. No soy ese tipo de persona. Solo me quedaba llamar a los chicos y rezar. No quería perder al amor de mi vida.

–Joder… ya puede ser importante… –oigo a Lando al otro lado del teléfono.

–Os necesito, por favor.

–¿Para qué nos quieres? ¿Tengo que llamarlos a todos? –preguntó, probablemente desperezándose.

–Sí.

–Vente a nuestro hotel, nos vemos en el bar de abajo –colgó, esta vez más serio.

Suspiré y miré a Eidan. Qué fuera lo que dios quiera. No tardé demasiado en llegar hasta allí, estaban todos en una mesa, algunos con la ropa de ayer, otros en pijama, y el único decentemente vestido, era Ocon.

la Fórmula y el número 1 [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora