Mara
Acabábamos de llegar al pequeño apartamento que había alquilado para pasar unos días aquí. Hacía mucho frío, por suerte había chimenea y estaría bastante bien. Había unas vistas a las montañas nevadas que eran simplemente increíbles. Él no dejaba de sonreír, y yo tampoco, estaba feliz de estar con él aquí. Nunca me había enamorado así de un hombre. Siempre había una primera vez, y él era la mía.
Se había apalancado en el sofá, y de ahí no había quien lo moviera. En cambio yo, no venía a estar sentada en un sofá, por lo que me puse el abrigo y salí a dar una vuelta por la zona. Era todo muy bonito.
–¿Se puede saber a dónde coño vas? –lo vi detrás de mí, fruncí el ceño–, sin mí.
–A caminar.
–No sé cómo tienes energía… –se puso a mi lado.
–Ve al sofá, a mi me apetece caminar.
–No quiero estar solo, quiero estar contigo –me da la mano.
–Pues no te quejes. Venga –volvíamos a retomar la caminata.
Algo que me sorprendía de él era que siempre tenía una temperatura corporal alta. Era una estufa humana, con él era imposible tener frío. Vamos, que a él no le hacía falta ni guantes. No sé cuánto tiempo estuvimos caminando, pero volvimos cuando me cansé de tener frío. Encendimos la chimenea y yo fui directa al baño, donde nos esperaba una preciosa bañera con chorros en las paredes de aquella. La cual puse a llenar de agua caliente.
–Se me ocurren un par de tantas cosas que hacer ahí dentro.
–¿Ah sí? –lo miré por el espejo, él asiente y sonríe. A saber que cosas se le ocurría por la cabeza.
–No vuelvas a mirarme por el espejo de esa manera, me han dado escalofríos hasta en el alma.
–¿Cómo te miro?
–Tú sabes cómo me miras, reina.
Sí, yo sabía cómo lo miraba. Lo miraba con deseo, y con amor. Sobre todo con amor. Y eso, lo volvía loco. Lo tenía comiendo de mi mano, a mis pies. Sus ojos brillaban cada vez que yo aparecía, cuando sonreía, cuando existía. Sonreía cuando yo hablaba. Era diferente, con él todo lo era.
–Aún me acuerdo cuando me caías mal –me di la vuelta y me apoyé en el lavamanos mirándolo.
–Y de cuando no me soportabas.
–Hay veces que te haría como Rapunzel le hace a Flynn.
–¿Me darías un sartenazo?
–Sí.
–Creo que somos muy diferentes en cuanto a eso.
–¿Qué quieres decir? –lo miré. Estaba en el marco de la puerta.
–Que yo nunca te pondría una mano encima si no fuera para follarte.
–Yo tampoco te pongo una mano encima, es la sartén –él suelta una carcajada.
–Y yo no te tiraría por las escaleras, es la gravedad la que te ha tirado.
Niego con la cabeza riendo y me inclino a tocar el agua de la bañera. En su punto, por lo que apago el grifo.
–¿Me meto contigo o espero a la reina?
–Puedes venir.
Sonríe triunfante y se desviste conmigo. Me encantan los momentos así con Fernando, en sí, me encantan todos. Me atrajo hacia él rodeándome con su brazo y dio suaves besos en mi mejilla haciéndome sonreír. No me imaginaba como en el pasado me pudo haber caído mal. Era encantador. Y siempre hacía todo lo que podía por verme feliz.
–Alonso.
–Uy, cuando me llamas así…
–Quiero un hijo.
–Y lo tendrás.
–Pero quiero ser madre ya.
–Uf…
Lo miro.
–Yo también quiero hijos, pero… –me mira también–. Oye… no me mires así…
–¿Pasa algo?
–No, claro que no. Pero me da mucho miedo que por trabajo llegues a pensar que no quiero pasar tiempo con el niño o algo, por eso siempre me lo he replanteado tanto.
–No pensaría eso nunca.
–Entonces cuando quieras. Tengámoslo.
–¿Empezamos?
Él sonríe y asiente. Por lo que, a sabiendas de la pasión que tenemos, con un beso ya estamos calientes ambos. Roces, jadeos, besos, embestidas… todo vale. Me volvía loca con cualquier cosa. Era débil a él.
–A veces te odio.
–¿Por qué?
–Porque eres mi punto débil –me dice mirándome a los ojos mientras yo lo monto.
–Dios…
Besó mi cuello. Y en ese momento supe que ninguno igualaría lo que yo tenía con él.
☆☆☆
Llevábamos dos días sin salir de la habitación. Haciéndonos el amor, follando como locos y mirándonos como si no hubiera nada más.
–Hemos venido a ver las auroras boreales y estoy viendo más entre tus piernas que entre las montañas –yo me río ante su comentario.
–No veo quejas.
–Porque no las hay, cariño.
–Pues cállate.
–Te iba a decir cállame pero luego me das con la sartén –me mira divertido.
–Ay, de verdad…
–Mimimimi –parlotea con voz chillona en un deplorable intento de parecerse a mí.
–¿Vamos a intentar ver las auroras esta noche?
–Claro.
Sonreímos. Me encantaba esa conexión, de saber que con una sonrisa nos entendíamos. Lo amaba.
Tal y como planeamos, esa noche nos abrigamos y salimos a la terraza, la teníamos justo encima de nosotros. El fenómeno meteorológico con el que llevaba soñando ver toda mi vida. Era mágico. No podía cerrar la boca de lo asombrada que estaba. Era un sueño.
–Me encanta verte feliz.
–Es… increíble.
–Lo es.
–¿Tú ya las habías visto?
–Sí, cuando corríamos en Rusia. Pero ahora es más bonito, porque estás aquí.
–No puedo quererte más.
–Yo tampoco.
–Quiero que me hagas el amor.
–¿Ahora?
–Bajo las auroras boreales.
Él empezó a besarme tan pronto como terminé esa frase. Quería que, si me quedaba embarazada, el día que lo hicimos fuera un día especial. Y me encantaría que fuera así. Sus manos recorrían mi piel erizada por el frío y por su tacto, las mías hacían lo mismo en la suya. Mientras nadie nos veía, entraba y salía de mí con todo el amor del mundo. Yo en la pared, en sus brazos, él cogiéndome por los muslos. Estaba tan absorta en movimientos que sí
i en algún momento alguien nos viera, me daba igual. Con unos movimientos más llegamos al orgasmo, después de que sus labios impregnaran de besos mi cuello y hombros, para después viajar hasta mi boca y dar un beso apasionado y largo.–Te amo, para siempre.
–Yo también, Mara.
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la Fórmula y el número 1 [Finalizada]
FanfictionUn día cualquiera me entero que tengo un hermanastro. Uno el cual nunca he tragado, nunca me ha gustado. Pero que al pasar el tiempo, me doy cuenta de que me estoy enamorando de él y que eso puede ser muy bueno, o muy malo. *contenido sexual*