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Mara

A los días, en el siguiente país, la madre de Alonso vino a verlo, y fuimos a cenar los cuatro. Y en vez de disimular, lo estaba provocando. Él me miraba mal todo el rato, intentaba pasar de mí, pero me rozaba por debajo de la mesa. Nos buscábamos. Estábamos peligrando con nuestros padres delante, pero... quien tenga miedo a morir que no nazca.

–Deja de hacer la tonta, nos van a descubrir y se acabó lo que se daba.

Volví a poner el móvil en la mesa y puse mi mano en su pierna. Él tomó mi mano para que no le tocase más las narices, pero yo estaba tocapelotas y la volví a poner.

–¿Y cuando es la boda? –disimulé.

–Oh, ehm... no planeábamos... –mi padre la interrumpió poniéndole una caja de joyería en el plato vacío y limpio que tenía delante. Alonso y yo nos miramos estupefactos. Hos-tias.

–¿Papá?

–Es ahora o nunca...

Sonreí. Ella empezó a llorar y se puso el anillo. Alonso la abrazó, ella lloriqueaba con una sonrisa.

–¡Nos vamos de boda!

–Y espero que no sea la única –mi padre me mira. Oh, oh...

–Papá...

–Sabes que desde que me enteré de que eras niña deseo verte vestida de blanco.

–Lo sé –sonreí. Yo también soñaba con eso.

–Algún día –asintió Fernando.

–Ojalá.

Aun me falta encontrar el amor. En todos mis intentos ha habido fracaso.

Al rato, cuando ya estábamos todos más tranquilos, volví a buscar la atención de Alonso. Él me miró con una mirada afilada y dominante, pidiendo rotundamente que parase. Sí, me intimidó, pero también me calentó. Volví a poner la mano en su muslo, subiendo. Menos mal que la mesa nos tapaba. Él agarró mi muñeca con fuerza para detenerme. Nos miramos. Se estaba enfadando, y yo cada vez estaba más cachonda. Para. Me dijo con los ojos. Paré. Pero para el postre, en un momento que lo pillé hablando con mi padre, puse la mano en su paquete. Se tensó, y la cara que puso me hizo tanta gracia.

–¿Qué pasa? –se ríe mi padre.

–Un calambre.

–¿Estás bien? –lo miré, masajeando su zona. Que cara...

–Sí –agarró mi mano y la apartó de mala manera. Con una sonrisa me centré en mi tarta. Cuando acabamos y pagamos, nos fuimos al aparcamiento–. Ya la llevo yo al hotel, no os preocupéis –ellos asintieron y él me llevó hasta su Ferrari–. ¡¿Estás loca?!

–¿Qué...?

–¿Cómo se te ocurre provocarme de esta manera? ¿tú que quieres? ¿que me dé algo? He estado a esto de romperte la falda de un tirón porque no te sabes estar quietita... Jesús –suspiró.

–Llora.

–Llorar vas a llorar tu cuando te pille con la guardia baja –gruñó y arrancó el coche.

–Eres un aburrido –suspiré.

–No te creas –cogió un desvío.

–Estaba esperando toda la noche a que me llevarás al baño.

–Como se entere tu padre el que se va a enterar soy yo.

–Ehm... Fernando, por aquí no se va.

–Lo sé. Estoy buscando un sitio donde nadie nos vea.

la Fórmula y el número 1 [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora