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Mara

Alonso se había vuelto más distante conmigo, y por alguna razón no me gustaba. En cambio, el que se había acercado más era Hamilton. Ese si que se había vuelto cariñoso. Nos habíamos vuelto cercanos. Ahora le contaba cosas, me llevaba bien con su perro y a veces iba a verlo a su habitación. Hoy justo lo había pillado sin camiseta. Bueno, es Asia, hace un calor que te cagas.

–Eso, luce pecho.

–Qué pecho, abdominales hombre –los marcó.

–Uf, sí.

–Pasa, anda –se apartó de la puerta y al cerrar se dejó caer en el sofá.

–¡Roscoe!

Él ladró y felizmente fue a donde yo estaba, subiendo a mis piernas.

–Lo adoro.

–Y él a ti, igual que el dueño.

–Ay.

Él sonríe. Tiene una sonrisa preciosa.

–¿Y mi abrazo?

–¿Eso qué es? ¿Se come?

–Vete a la mierda... –rodó los ojos. Reí y lo rodeé con fuerza, a lo que él me sentó sobre él y correspondió a ese abrazo felizmente–. Así me gusta, que me hagas caso. Good girl.

Joder como me había puesto eso. Good girl. Dios, Lewis...

–¿Y esa cara? –alzó las cejas.

–No, nada.

–Algo eeess... –me tocó con un dedo en donde me hacía cosquillas, y yo chillé. Odiaba las cosquillas–. ¡Dime!

–Paraaaaa.

–Si me lo dices, paro. 

–¡No!

Y efectivamente no paró.

–Yaaaa, que me gusta. Me gusta que me hayas dicho eso.

–¿El qué? ¿Good girl? ¿quieres que te trate como si fueras mi perrita o qué?

–Yo encantada.

Dios...

–¿Y qué hago? ¿Te ato? –su sonrisa iba poco a poco cambiando a una de esas que tienes cuando vas a follar.

–¿Con qué, eh?

–Depende. Cuerda, esposas, una correa de perro...

–¿Tienes?

–Aquí solo tengo la correa y es de Roscoe. Aunque las esposas creo que las traje.

–Aaanda.

–¿Por qué? ¿Quieres estar a cuatro patas igual que él? –me agarró de la cintura con firmeza.

Madre mía del señor.

–Puede.

–¿Te va el rollo de que te dominen, perra?

Asentí. Su sonrisa se agranda y su mano se va a mi cuello, apretandome con fuerza, pero sin hacerme daño.

–Qué suerte tienes de que a mí me encanta dominar... –se acercó a mí rostro lo suficiente como para sentir su aliento en mis labios. Cerré los ojos y abrí los labios ligeramente esperando que sus labios estén contra los míos, que por fin llegaron. Una corriente eléctrica me recorrió cuando hizo eso, a la vez que su mano libre se iba a mi cadera. No sé cómo habíamos llegado a esto, pero quería más.

Me pegó a su cuerpo todavía más, y en mi intimidad sentí la suya, estaba duro, palpitante. Joder, joder... era el tío más sexy que había probado hasta ahora. Lo quería dentro ya.

la Fórmula y el número 1 [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora