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Narra Mika

Lo primero que noto al despertar es el fuerte dolor de cabeza que me martillea la sien una y otra vez. Una cegadora luz blanca me dificulta el poder abrir los ojos. Debo cubrirme el rostro con una mano al sentir que mi cabeza puede explotar en cualquier momento.

Cuando por fin los abro del todo, caigo en la cuenta de que estoy rodeada de paredes blancas, tumbada en una cama de hospital, conectada con un sin fin de cables a una máquina que dicta los latidos de mi corazón. 

Un fuerte sollozo a mi lado hace que me sobresalte. Al volverme visualizo a la misma mujer rubia de mis sueños. 

─¿Mamá? ─Mi voz suena rasposa y baja, como si llevara mucho tiempo sin hablar, sin ingerir siquiera una mísera gota de agua. 

Mi madre rápidamente se levanta del sillón donde hace un momento descansaba y con las manos temblorosas comienza a tocarme diferentes partes del cuerpo; la frente, las mejillas, los brazos…

Después de comprobar lo que sea que le preocupa, deja escapar un fuerte suspiro de alivio, acompañado de unas cuantas lágrimas. 

─Estás viva, hija mía. Estás viva. 

─¿Qué ha…?

─No sabes la cantidad de veces que tu padre y yo hemos pensado que te perdíamos para siempre ─me interrumpe. 

Una avalancha de preguntas invaden por completo mi mente. Necesito respuestas, saber porqué estoy aquí y no en una habitación de motel con mi hermano, mi mejor amiga y su primo. 

Kayla. Mi pequeña y hermosa Kayla. La vergonzosa de Kayla. Mi secreto mejor oculto, mi fantasía preferida. ¿O no? 

Liam. Mi amado e ilícito Liam. El enfermo de Liam. Mi gran y más oscuro pecado. ¿O no?

Zayn. Mi querido y adorable Zayn. El pervertido de Zayn. Mi más grande obsesión, mi mayor perdición. ¿O no?

Ser consciente de que ya no están a mi lado hace que me sea cada vez más complicado respirar. 

Estoy a punto de volver a pronunciarme cuando de pronto alguien abre con cautela la puerta de la habitación.

Tras ella se asoma una cabellera castaña y segundos después el fornido cuerpo de mi padre aparece en escena. Cuando su mirada se encuentra con la mía, una mueca de alivio se dibuja en su rostro, pero muy poco le dura porque inmediatamente cierra la puerta con más fuerza de la necesaria y en grandes zancadas se acerca hasta la cama.

─¿En qué demonios estabas pensando, Mikaela? 

Sus gritos hacen que me estremenza un poco. Inconscientemente me tapo los oídos con las manos, pero él me las aparta y continúa hablando. Mi madre se interpone en el medio para intentar poner un poco de calma. 

─Joseph, tranquilo. La niña acaba de despertar tras un coma de seis meses, no puedes atacarla de esta manera. 

─No te metas, Grace.

─Joseph… 

─¡No, Grace! ─A continuación le lanza una mirada asesina, consiguiendo acallarla al instante─. Sabes perfectamente que si aquella tarde de Nochebuena no hubiera ido a casa de ese desgraciado, nada de esto habría sucedido. 

Me es imposible no fruncir el ceño. 

─¿De qué estáis hablando? ¿Llevo seis en coma? ¿A dónde fui en Nochebuena? 

Mi madre me hace un gesto con la mano para que me detenga. Toma asiento a mi lado, acaricia mi pierna tiernamente. Mientras lo hace no despega sus ojos de los míos. 

Enfermizo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora