Capítulo 19

398 33 67
                                    

Candy recorrió el pasillo de la casa en silencio, sólo podía escucharse el choque de las pantuflas contra la alfombra. Entornaba una a una las puertas de las habitaciones y observaba en el interior de ellas, casi todos dormían, pero al asomarse en la habitación de sus hijas, encontró a Ev sentada en el mueble de la ventana, con las piernas recogidas y el mentón sobre sus rodillas, leyendo una carta. Ni siquiera tuvo que preguntar si era de Henry, era evidente, se lo decía el rostro nostálgico con el amor anhelante en los cerúleos ojos. Se sonrieron mutuamente con entendimiento implícito, luego ella volteó a ver la cama de Anne y la vio dormida.

—No te acuestes muy tarde —dijo antes de salir y cerrar la puerta para continuar a su propia habitación.

Evelyn asintió y volvió sobre las líneas que ya habían sido leídas un número incontable de veces, sosteniendo el papel con caligrafía fina y firme con la mano derecha, mientras que la izquierda se cruzaba sobre el cuello sosteniéndose del hombro. El ulular de un búho afuera de su ventana funcionaba como una melodía arrullándola en medio de su melancolía nocturna.

Querida Ev, dulce amor.

Estoy bajo el abedul en el que suelo sentarme para ver el atardecer cuando mis obligaciones me lo permiten, aquí en soledad te escribo algunas de las cartas que te envío, al menos la mayoría de ellas, desde aquí puedo escuchar el suave rumor del río, y a lo lejos en un fonógrafo una canción en francés, si no me equivoco es Lucienne Boyer. Ah, es maravillosa, espero no estar equivocado, mi madre me la he hecho escuchar ciento de veces, cuando se sienta en la mesa del comedor a hojear revistas o leer algún libro, si me detengo unos segundos en medio de la agitación de creer que estas a mi lado, y que son del río Avon las aguas que contemplo y las hojas que se mueven sobre mí son las del sauce llorón de tu patio, podre recitarte lo que dice esta hermosa canción. Parlez- moi d'amour. Je vous aime. Parlez- moi d'amour Ev cuando estemos nuevamente juntos, voy a bailar contigo esta canción, tu cuerpo contra el mío, yo respirando el exquisito olor de tu piel. Sueño con recorrer las hermosas líneas de tus labios con la punta de mis dedos antes de probar tu dulce sabor con los míos. Cuando estemos juntos Ev, ah, mi corazón suspira urgido por tan sublime encuentro, háblame de amor cuando vuelva a escuchar tu voz.

Te amo dulce amor mío, mi querida Ev, te amo con cada milímetro de mi cuerpo, con cada bocanada de aire que toman mis pulmones. Acaricio tu nombre con mis labios, Evelyn, en mis sueños y en mi vela... oh, dulce amor mío, que agonía es sólo soñarte.

Puedo finalmente en estas líneas decirte que el tiempo se acorta para nosotros, y si todo sale de acuerdo a lo planeado, mi regreso a Londres está más cerca de lo que pensamos, y mi corazón vuelve a saltar en una emoción incontenible. No veo la hora de subir a ese tren que me llevará de nuevo a ti. Estamos a la espera de instrucciones, pero sé que al menos tendremos tiempo de vernos antes de que parta a Francia, quizá insuficiente, porque nunca será suficiente el tiempo si no es para siempre...

Ev besó la carta como lo hacía con cada una de ellas, la apretó contra su pecho, como si se tratara de él, conteniendo el aliento. Llevándose luego el dorso de una de sus manos a sus mejillas para sentir el calor de su sonrojo. Cada carta era una ardiente y desnuda declaración de amor y provocaba un efecto sofocante en ella. Los sentimientos entre ellos se desarrollaban de forma profunda a pesar de la distancia, y de la limitada comunicación, pero cada palabra era suficiente para alimentar el amor mutuo. Uno escribiéndolas y ella leyéndolas hasta sentir el ardor en su rostro y los latidos furiosos de su corazón.

A esa misma hora, en Escocia

Henry estaba sentado bajo el mismo abedul a donde solía escribir sus cartas, estaba muy cansado así que se extendió sobre la hierba con los brazos debajo de la nuca, los ojos se le cerraban solos de cansancio, pero estaba demasiado abrumado para irse a la cama. La madrugada de ese día, había iniciado el examen más duro al que podía ser sometido. Dos hombres con uniforme alemán irrumpieron en su habitación, inusualmente desierta, sin ningún compañero a su alrededor para darle una explicación o ayudarlo. Le ataron de manos y le colocaron una mordaza, acababa de despertar de forma violenta. No vio a Vera ni siquiera cerca, todo era confuso y aterrador. Fue llevado por estos hombres a través del patio todavía a oscuras y luego hasta el sótano a un espacio lúgubre de olor rancio y con mucha humedad. Sólo le gritaban en alemán y a pesar de que él podía comprender algunas frases sueltas, le era imposible concentrarse para traducirlas en su cabeza.

Dear Terry: Nosotros en la tempestadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora