Es domingo y a pesar de ello Candy debe despertar temprano, su ocupación como enfermera lo requiere, sin quejarse sale de la cama, antes se acerca a la espalda de Terry y le da un tierno beso, finalmente se levanta para darse una ducha, mientras lo hace piensa en el recorrido que debe dar esa mañana visitando las casas de sus pacientes. Dejó a Terry durmiendo, se había quedado hasta muy tarde leyendo. Así que sigilosa abandonó la habitación y siguió muy callada por el pasillo de las habitaciones, todo estaba en calma, miró su reloj, marcaban las siete y media. Tenía tiempo suficiente para prepararse un café y tomar un desayuno ligero, adelantar algo del desayuno para el resto. Oliver seguramente se encargaría con Evelyn, los domingos no contaban con la ayuda de Martha. Era su día de descanso, aunque por la cercanía entre ella y la familia a veces los muchachos corrían hasta la cabaña en pedido de auxilio cuando Candy se ausentaba, y la Nana no les negaba nada.
Cuando llegó al salón se sorprendió con la presencia de William. No hizo ruido, se quedó un momento observándolo, admirando a su muy amado primogénito. Se parecía tanto a su padre que hasta adoptaba la misma postura de Terry cuando leía concentrado. Sus manos y su perfil eran tan semejantes. Sonrió al recordar a aquel joven que fue Terry Granchester, el vehemente y arrollador malcriado del que se enamoró y de quien seguía enamorada. Ella se acercó a él y le acarició el rostro.
—Mi cielo, qué haces tan temprano de pie.
—No podía dormir más y me levanté para estudiar un poco, luego quise un café y bajé a prepararlo. Hay suficiente en la cafetera, está caliente.
Él estaba acostumbrado a levantarse muy temprano en Oxford, pero además tenía muy fresca la conversación que habían tenido la noche anterior los tres hermanos, todo lo dicho y decidido le había robado el sueño.
—Gracias, es lo que necesito, una buena taza de café —dijo Candy agradecida.
Ambos se dirigieron a la cocina. Candy se sirvió el café y se sentó al lado de su hijo, que había tomado ya asiento en la mesa del desayunador.
—Ayer no hablamos mucho —dijo entonces el joven.
— Es cierto... —reconoció Candy.
—¿Cómo está todo aquí mamá?.
—Estamos bien hijo y tú.
—Bien mamá, aunque hay algo que me preocupa... Evelyn.
—¿Evelyn? Por qué.
—Pienso que deben dejarla que regrese a Londres, para recomenzar su carrera, es un desperdicio que siga aquí siendo tan talentosa. Es algo que hemos conversado Oliver y yo, y ambos pensamos que ella debe sentirse muy triste por no poder seguir en la compañía. Aunque no lo parezca, siento que pueda ocultar sus sentimientos para no lastimarlos.
—Ella no ha dicho nada al respecto, al menos no a mi William, además es complicado.
—Lo que pasa es que se siente responsable de todos... No quiere dejarlos.
—Te lo ha dicho —le preguntó Candy
—De alguna forma.
—Aun así, no podemos obligarla, sabes bien que tu padre siente también mucho miedo, pero es consciente de que ella necesita desplegar sus alas y hacer su camino. Pero si ella no lo desea nada podemos hacer.
—No creo que no desee volver al ballet, sólo que no quiere abandonar esta casa porque siente que los estaría abandonando a todos, especialmente a Anne.
—Oh William eso me rompe el corazón, de ningún modo ni tu padre ni yo quisiéramos eso para ella, que se sacrifique por nosotros. Ella no debería sentirse responsable por ninguno de tus hermanos, no es su papel. Nosotros estamos aquí, tu papá y yo para tus hermanos, para cada uno de ustedes no importa que ya hayan crecido y hagan sus vidas. Nosotros siempre estaremos con todo nuestro amor para apoyarlos.
William insistió en que debían hablar con Evelyn lo antes posible, temía que estuviese sufriendo en silencio en verse imposibilitada de continuar su carrera, era consciente de que Londres seguía siendo muy vulnerable, y que estaba lejos de desear que su amada hermana se pusiera en peligro, era algo que no podría soportar, pero también pensaba en los sentimientos de ella, de cómo podría estar sobrellevando su vida fuera de la ciudad, alejada de algo que amaba tanto, de su vocación. Candy reflexionó sobre aquello, y prometió a William conversarlo prontamente con Terry. No quiso hacer especulaciones en ese momento, pero sabía en el fondo, porque quien más que ella para conocer perfectamente el carácter de cada uno de sus hijos, que Evelyn que era tan terca como su padre se negaría a cualquier posibilidad de apartarse de ellos, especialmente de sus hermanos menores en ese momento, aunque eso costará su carrera.
—Cómo está Louisa, me encantaría mucho que la traigas en algún momento, quizá para el estreno de Romeo y Julieta que prepara tu padre. Mi amor, que estemos todos juntos para esa ocasión sería maravilloso, para Oliver, para tu padre... ¿crees que puedas venir?
—Fui a Londres el fin de semana pasado. Sabes Louisa comenzará su entrenamiento como enfermera voluntaria en el Free Hospital, le tomará tres meses. Pero le diré de tu invitación la próxima vez que hable con ella. También desea verlos. Así que creo que estará feliz de venir si les es posible.
Candy se había levantado para cortar pan y preparar un desayuno para ambos, examinó antes el refrigerador para verificar la cantidad de huevos, y jamón que quedaba... Apenas eran suficientes para el desayuno de los chicos, así que sólo preparó huevos para William. A ella le bastaría unas tostadas con mantequilla, y una buena taza de té.
—Ay no te lo puedo creer, estoy gratamente sorprendida, jamás me imaginé que le gustaba la enfermería —continuaba hablando mientras cocinaba.
—Sí, siempre. Pero la enfermería no es una profesión del agrado de su madre, ahora la guerra lo ha cambiado todo, y con James en el ejército, la señora Collins se volvió más sensible con el tema, y no lo objetó más. Muchas conocidas se están enlistando cómo enfermeras, otras de sus amigas se han incorporado al ministerio de guerra, las entrenan como taquigrafistas.
—Sé de lo que hablas, la Tía Abuela siempre criticó que yo estudiara enfermería, y lo mismo ocurrió en la Gran Guerra, muchas mujeres de sociedad se presentaron como voluntarias.
—A dónde vas tan temprano, por cierto —preguntó William.
—A visitar pacientes, debo colocar algunas inyecciones de insulina, tengo a una mujer casi a término de su embarazo a quien debo examinar con frecuencia, regresaré para la hora del almuerzo.
—¿Quieres que te acompañe? Así pasaremos tiempo juntos —preguntó el muchacho con un grado de ternura que conmovió el corazón de su madre.
—¡Ay mi amor! Cuánto te amo... mi pequeño Tommy. Claro que me encanta la idea de que me acompañes y que pasemos tiempo juntos. El desayuno está listo comamos antes de irnos.
—¡Mamá, no me digas así!
William observó el plato rebosante ante sus ojos, y claro que no pasó desapercibido para él que su madre solo había servido para ella una tostada. Sintió su corazón encogido, pero no sé atrevió a rechazar lo que ella había dispuesto para él, la conocía tan bien, sabía que ella se opondría a qué compartieran la comida. Desechó la idea y disfrutó del gesto amoroso de su madre. Recordó la conversación con Oliver de la noche anterior, sobre la situación en la casa. La indignación de su hermano, por las circunstancias que atravesaban, las maniobras de Mike y él mismo para encontrar alimentos en el mercado negro porque el que pueden comprar con la tarjeta de racionamiento no es suficiente para todos. Se abstrajo por varios minutos pensando en las recientes decisiones tomadas. Él había terminado por apoyar que Oliver se presentara ese mismo año en la aviación real británica, entendía muy bien las razones de su hermano para iniciar cuanto antes un entrenamiento reducido de diez meses para convertirse en piloto. Pensaba en la forma en que se lo dirían a sus padres, especialmente a ella, que era todo amor y bondad. Tenía la plena seguridad de que esto una vez fuera develado causaría una gran conmoción especialmente en su madre, y el resto de sus hermanos, también pensaba en su padre, siempre tan protector, podía apenas presagiar su angustia. Oliver había sido muy claro, terminada la temporada de verano daría un paso al frente para presentarse a la RAF.
—Iremos a la granja de los Glassman, son una familia judía refugiada, son personas muy amables. Hicieron todo un periplo desde Polonia hasta aquí, incluso debieron cambiarse el apellido para poder llegar hasta aquí. Tienen un pequeño cultivo de frutas. Pero antes debemos ir a la clínica por la insulina para mis otros pacientes —seguía diciendo Candy mientras él apenas la escuchaba ensimismado en sus pensamientos.
Terminaron de comer, y él le pidió uno minutos para alistar el auto y partir. William casi lo había olvidado, y cuando fue a preparar su auto para salir con su madre a hacer las rondas, se encontró con el recién publicado ejemplar de New England Journal of Medicine, que traía un amplio informe sobre los resultados de un moderno estudio sobre el asma. Estudio que era desarrollado en Oxford por el médico J.T Beltram, uno de los más prominentes neumónologos del reino. William conocía muy bien del interés de su madre sobre el tema debido al padecimiento de Duncan, el menor de los Granchester, de esta enfermedad desde muy pequeño. Cualquier avance para la mejoría de la condición de Duncan era de gran utilidad para ella, y lo comenzaba a ser también para él, que deseaba tanto como sus padres que la condición avanzara a una mejoría al tiempo que se descubrían nuevos tratamientos. Con el amplio conocimiento sobre la materia, Candy había podido ayudar a otros pacientes suyos.
Salieron de la casa minutos después en dirección a la clínica en busca de los tratamientos que esa mañana aplicaría Candy a sus pacientes. La primera casa en visitar fue la de la mujer embarazada, todo estaba bien con el bebé y la madre, allí William vivió la grata experiencia de escuchar por primera vez los latidos del corazón de un bebé en gestación. Es increíble, dijo el muchacho con una gran sonrisa y con los ojos brillando. Le resultó maravilloso que su madre pudiera vivir esa experiencia de forma tan frecuente. Aún más maravilloso es traerlos al mundo, le recalcó ella. Continuaron su recorrido, y visitaron a varios ancianos con diabetes. William observaba como su madre se desempeñaba con tanta anegación y afecto con cada uno de sus pacientes, y en cada casa era recibida con generosidad y cariño. Por su parte, ella lo presentaba orgullosa como el futuro primer médico de la familia Granchester, con el corazón henchido Candy hacía alarde de su muchacho sin presunción alguna, pero si con mucha ternura. La granja de los Glassman fue la última en visitar, allí la enfermera tenía un trabajo más acucioso que hacer. El viejo señor Aleph sufría de muchas dolencias, y entre ellas la más dolorosa la hinchazón de sus rodillas y tobillos, producto de la enfermedad de gota. Candy aliviaba en algo las dolencias aplicando un linimento analgésico, dando masajes y ejercitando las piernas afectadas. William no sólo la observó esta vez, si no que la ayudó en la tarea. De allí salieron cargados de frutas frescas y un queso que prometía ser una delicia. Cuando volvían a la casa ella no dejo de darle las gracias a su querido hijo por la compañía, y por su ayuda.
—Mamá, deja de darme las gracias, no sabes cuanto aprendí hoy contigo —le confesó él satisfecho de haberse tomado esas horas a solas con su madre.
De regreso al hogar todo ya estaba dispuesto para el almuerzo, Evelyn y Oliver se habían encargado de la tarea. Como nunca antes, William experimentó una gran nostalgia por su familia, como nunca, sintió cuanto los extrañaba a todos y fue mucho más consciente de cuan dolorosos serían los eventos que se avecinaban para ellos. Le fue particularmente difícil despedirse esa tarde llegada la hora de regresar. Ahora con la certeza de que en pocos meses nada iba a ser igual, por la ausencia de Oliver, en su corazón se acentuaba una pena sobre todo por sus padres y por sus hermanos menores que tan apegados estaban a él. A punto de subir al auto, lo abrazó tan fuertemente, como tan honda era su pena por el futuro, comprendiendo que nunca estarían listos para una separación de la magnitud de aquella que se proyectaba.
—Te amo hermano, gracias por cuidarlos a todos. Estoy muy orgulloso de ti Ollie.
—Y yo a ti hermano. Llama pronto que mamá se preocupa —se dijeron amorosamente y sólo para ellos dos.
El lunes, Evelyn y Anne llegaron a la parada del autobús a la hora de siempre, ahí se reunieron como también ya era habitual con Madelaine y las otras chicas que viajaban con ellas. Conversaban como todos los días, en medio de cierto alboroto y como todos los días, luego de unos minutos Oliver llegaba en su bicicleta fingiendo que sólo pasaba por allí en dirección al teatro, y se detenía a charlar con ellas, pero concentrando toda su atención en Madelaine. Evelyn se preguntaba cómo es que no estaban ellos aburridos de mantener la farsa de que eran simplemente amigos y ninguno se atrevía a dar el siguiente paso. Se lo repudiaba especialmente a Oliver, que en la casa y en el trabajo se mostraba tan seguro de sí mismo.
Claro que, él no había sido así siempre. Fue un niño y un adolescente algo tímido y callado, a la sombra de William. Su paso por Eton marcó, sin embargo, el gran cambio en él, lejos de la íntima esfera de los Granchester, dio allí sus primeros pasos como actor ya sin el amparo de su padre, para quien había hecho algunos pequeños papeles, y fue en la prestigiosa escuela que comenzó a marcarse su personalidad desenvuelta y decidida, incluso mostrando algo de rebeldía. En general, Oliver era de personalidad desenvuelta, y era por eso que a Evelyn le parecía tremendamente tonto que especialmente él no se sintiera seguro de hablarle de sus sentimientos a Madelaine.
El autobús llegó y al momento de subir algo llamó su atención, Dedlock caminaba por la calle en dirección a ellos, pero ella no tenía tiempo para detenerse a saludar, aunque deseó quedarse ahí para hacerlo, no tenía tiempo que perder. En cambio, Oliver y el periodista conversaban. Ella los observó desde el autobús mientras este se alejaba. No se ha ido de Stratford, pensó. Tendría que esperar hasta la tarde para preguntarle a Ollie la razón por la que continuaba en la ciudad. Sacudió la cabeza, y se concentró sólo en pensar en el examen de francés que tendría ese día. Esa debía ser su única preocupación se dijo a sí misma mientras rebuscaba en su bolso el cuaderno de anotaciones para repasar las lecciones en el recorrido, sin embargo, no fue fácil para ella concentrarse y dejar de pensar en Henry. Cuándo volvería a verlo se preguntó. Pero qué hago, se reprochó a continuación, era en Hans en quién debía pensar, no en ese periodista que quizá no volvería a ver. Pero era inútil, él no se apartaba de sus pensamientos. Fue así durante toda la mañana, y durante parte de la tarde, medianamente pudo concentrarse en la prueba.
Apenas regresó a Stratford fue hasta el teatro como era ya su costumbre, y antes de ir a su salón especial, interrogó a su hermano sobre aquello que la atormentó durante toda la jornada. Como respuesta recibió de Oliver la información de que Henry había desviado sus planes de regresar a Londres el domingo, y se dirigiría a Manchester, con el objetivo de realizar allí una entrevista a un catedrático de Cambridge.
—¿Es decir a un profesor de Cambridge? ¿Qué haría un profesor de Cambridge en Manchester?
—Yo qué sé —respondió él encogiéndose de hombros.
—¿Cuándo irás a Londres? quiero ir contigo —preguntó de pronto cambiando diametralmente de tema.
—No lo sé, quizás en una semana o dos.
—¿Qué harás en Londres? —preguntó curioso Oliver.
—Quiero ver al abuelo.
—Irás conmigo si papá accede a que vayas —le advirtió.
Durante la cena ella estuvo absolutamente ensimismada en los mismos pensamientos que la persiguieron desde la mañana. Ni siquiera reparó en la molesta discusión en la que se enfrascaron Richard y Albert que estaban sentados uno a cada lado de ella. Tampoco escuchó la voz de su padre preguntándole cómo resultó el examen de francés para el que estudiaron juntos la tarde del domingo.
Definitivamente debía ir a Londres y ver a Hans, disipar las dudas que ahora inundaban su corazón. No habían pasado muchas horas desde la última vez que vio a Henry y ya deseaba verlo de nuevo. Pero cómo, quizá habría posibilidad, con qué excusa, aunque era posible que fuera a ver a su padre actuar, pero para eso faltaba mucho tiempo. Él ni siquiera le dejó una tarjeta, así que definitivamente era una tontería seguir pensando en él, y tenía muchas más en que ocupar su mente.
Era en todo aquello en lo que pensaba cuando se vio obligada a salir de su aislamiento para preguntarle a su padre con gran interés.
—¿Papá puedo ir a Londres con Ollie?
—¿Qué?... acaso no me has estado escuchando —le dijo Terry sorprendido —Evelyn te preguntaba sobre tu examen.
—Ah... sí, todo salió bien papá, gracias por estudiar conmigo. ¿Puedo ir a Londres?
—Por qué quieres ir a Londres —preguntó Candy también sorprendida por la petición de la muchacha.
—Quiero visitar al abuelo... ¿me dejas ir papá? —volvió a preguntar.
—Sí, no veo porque no, puedes ir con Ollie si lo deseas. Pero cuándo irás a Londres —se volteó a preguntar a su hijo a la derecha.
—En una semana creo, iré a reproducir los libretos y a ver lo de los trajes como lo conversamos —contestó el muchacho.
Evelyn se levantó de súbito dejando sobre la mesa el plato casi sin tocar. Se acercó a Terry tomándolo por el cuello y dándole un beso en la mejilla en muestra de su agradecimiento, y salió disparada hacia las escaleras en dirección a su habitación sin ni siquiera excusarse por abandonar el comedor de forma tan imprevista, dejándolos a todos preguntándose qué estaba pasando con ella. Candy y Terry se miraron, y a la vez buscaron en Oliver alguna respuesta, ya que él solía saber mucho más de lo que ellos podían imaginar porque los hermanos eran confidentes. Pero en esta ocasión Oliver ignoraba tanto como ellos lo que estaba ocurriendo con su hermana, y así se los manifestó.
Al terminar la tertulia de esa noche y antes de dormir Oliver fue en busca de su hermana a la habitación que compartía con Anne.
—Puedo entrar —preguntó desde el resquicio de la puerta entreabierta.
—Sí, pero no hables muy alto Anne esta dormida —le pidió Evelyn mientras rebuscaba en su armario su atuendo para el día siguiente.
—Qué pasa contigo —Oliver le preguntó cuidando de hablar tan bajo como podía.
—Nada, qué podría pasarme —susurró ella de vuelta.
—Actúas extraño.
—Te lo estás imaginando.
—No, no me lo estoy imaginando, en verdad estás actuando extraño. No charlaste como siempre durante la cena, Richard y Albert casi se matan mientras estabas en medio de ellos y tu como si estuvieras en la luna.
—Oliver estoy en fecha de exámenes, mañana debo disertar sobre las hermanas Brontë y sólo pienso en ello, es todo.
—Claro, las hermanas Brontë... mientes. No te presionaré para que me digas qué te ocurre. Voy a descubrirlo.
Oliver se giró para salir de la habitación, y antes de que pudiera hacerlo ella lo detuvo.
—Espera... lo que me ocurre es que he estado pensando en Hans, y quiero ir a verlo a Londres, es la razón por la que quiero acompañarte. Aunque no mentía cuando te dije que deseaba ver al abuelo, en verdad deseo verlo porque lo extraño.
Oliver soltó un suspiro y se acercó a ella, poniendo una de sus manos en la mejilla de Evelyn.
—Querida hermanita, a mí no me engañas, algo más hay en tu loca cabecita. Y tarde o temprano voy a saberlo.
—No seas idiota no ocurre nada más, ahora vete a dormir y déjame dormir a mí.
Oliver se retiró por el pasillo, y mientras caminaba en dirección a su habitación un nombre vino a su cabeza, Henry Dedlock. Recordó un comentario que Madelaine le había hecho esa misma mañana en la que vieron por última vez al periodista en Stratford, además del interrogatorio que sobre él le hizo la misma Evelyn. Giro sobre sus talones y regresó a la habitación de sus hermanas, Evelyn desvestía su cama lista para entrar en ella. Él se acercó y se sentó en ella impidiendo que la muchacha se dispusiera a dormir.
—¿Lo que te ocurre tiene que ver con Henry Dedlock?
El sonrojo en las mejillas de Evelyn la delataron enseguida.
—¡No puedo creerlo! Te gusta el periodista, cierto, dímelo ya.
—¡No! ¡Cómo se te ocurre semejante locura! De dónde sacas esas ideas —se defendió ella.
Oliver entrecerró los ojos y la confrontó de nuevo.
—Descubrí tu secreto Evelyn Granchester.
—No descubriste nada, no seas petulante... ahora sal de mi habitación que debemos madrugar. Y no me interesa Henry Dedlock en lo más mínimo, ni siquiera recordaba que existía. Me tiene sin cuidado ese hombre engreído y molesto. Ahora, ¡fuera de mi habitación!
Oliver se levantó y caminó despacio hasta la puerta, antes de salir la miró con una sardónica sonrisa.
—¿Sabes lo que tengo en mi habitación?... su tarjeta.
Ella lo vio con ira de vuelta, caminó hasta la puerta y la cerró en sus narices.
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Dear Terry: Nosotros en la tempestad
FanficTras el estallido de la guerra los Granchester se han asentado en una hermosa Cotswold Cottage en la ribera del río Avon en Stratford. Un sitio ideal para llevar una vida tranquila, pero es mayo de 1941, nadie en Inglaterra podía llevar una vida tra...