Llegó el sábado, Terry se levantó inusualmente más temprano de lo que acostumbraba los fines de semana, cuando era siempre Candy la que madrugaba. Ella entreabrió los ojos, y se dio vuelta en la cama, Terry se acercó para preguntar si iría a la clínica esa mañana o tenía algún paciente que visitar, ella negó. Entonces sigue durmiendo pecosa, le dijo con voz suave, y dejando un beso sobre la mejilla tibia de su esposa.
Bajó hasta la cocina, a dónde ya estaba Martha, ocupándose de preparar el desayuno y algunos otros preparativos para la celebración que le harían a Candy ese mismo día, que era uno muy especial porque sorprendentemente habían tenido paz en las últimas noches, y eso era un verdadero milagro, hacía un buen tiempo y estarían todos reunidos después de varias semanas.
—Buenos días, Martha, usted cómo siempre de pie muy temprano —le dijo amablemente Terry a la empleada.
—Buenos días, señor. Preparo todo para la celebración. Le sirvo café, está recién hecho, Mike fue por los periódicos, ya debe estar por llegar —informó ella, también con amabilidad.
—La celebración, cuál celebración... Oh, no me diga nada, Martha lo olvide por completo.
—El niño William vendrá hoy, señor —le recordó la buena mujer, mientras le servía la taza de café a su patrón.
Oliver apareció pronto por la cocina, y luego de saludar a Martha con afecto tomó posesión de un asiento mientras la Nana también le servía el café, un inusual silencio se hizo hasta que el muchacho reaccionó y se levantó para encender la radio. Mike llegó con los periódicos y los tres hombres se dedicaron a hablar del avance de la guerra por un buen rato, al tiempo que desayunaban. Martha se preguntaba cómo podían hablar, leer y escuchar la radio al mismo tiempo. Comentaban de igual forma las noticias que leía el locutor, y lo que veían en el diario.
—¿A qué hora vendrá el señor Dedlock? —Terry le preguntó a Oliver. El muchacho era quien llevaba la agenda de su padre, arreglaba los detalles de las audiciones. Programaba ensayos. El actor se apoyaba en su hijo para todo.
—A las diez —confirmó.
Terry miró el reloj en la pared de manera de comprobar cuánto tiempo tenía antes de que el reportero llegara a la cita que tenían y había tiempo de sobra para continuar charlando y tomar una nueva taza de café con Candy que se unía a ellos en ese instante. Acercándose primero a él para darle un beso en la sien y después a Oliver para besar sus cabellos. Se sentó al lado de Terry con una taza de café humeante. Se tomaron de la mano, y Terry le informó sobre la visita del señor Dedlock, lo había olvidado mencionar.
En la siguiente hora fueron apareciendo uno a uno cada muchacho aún somnoliento, y la cocina se llenó del murmullo de sus voces entremezcladas. Gracias a la diligencia de Mike esa mañana abundaba la comida, Martha se había dedicado a preparar un completo desayuno inglés y los chicos se daban un verdadero banquete.
—Es horrible cuando a veces somos pobres —dijo quejumbroso Richard.
—No somos pobres, solo que estamos en guerra y hay que usar cupones de racionamiento —le explicó Albert.
—Hay niños que no tienen nada de comer y no están con sus padres... Nosotros tenemos a papá y a mamá... Y a Mike, Martha y al abuelo —apuntó Anne con la comisura de los labios llenos de mermelada.
—Eso es cierto Anne muchos niños están quedando huérfanos por la guerra, otros debieron separarse para estar a salvo, por eso ustedes tienen que ser agradecidos —recalcó una orgullosa Candy.
—Qué pasará si somos pobres en Navidad, acaso no tendremos regalos, yo quiero una nueva caja de colores —reflexionó Duncan.
A lo que todos rieron siendo que faltaban tantos meses para las fiestas de fin de año.
—Tonto si cae una bomba... Puchhh no habrá navidad —dijo sardónico Richard.
—Ya es suficiente, Richard, debes cuidar tu vocabulario, no llamamos tonto a las personas que amamos, y no caerá ninguna bomba ni seremos pobres en Navidad, sólo que posiblemente continuemos en guerra y será complicado para Papa Noel traer muchos regalos, pero seguro se las arreglará Duncan —intervino Terry.
—Yo desearía cambiarme de escuela —soltó de pronto Anne —hay niñas muy malas que me dicen que soy marimacho porque subo a los árboles para ver a las ardillas. Quiero que se termine la guerra para poder volver a Londres y regresar a mi antigua escuela.
—Cariño, debes ignorar esos comentarios mal intencionados, eres una muy femenina niña Anne, pero te he dicho que evites treparte a los árboles de la escuela, además de que no está permitido, puedes lastimarte —expresó Candy, anhelando en el fondo volver a tener la edad de Anne, incluso la edad de Richard, ser de nuevo la adolescente con la habilidad extraordinaria de subir y bajar de árboles a sus anchas. Por un momento echo de menos los viejos robles del bosque del colegio San Pablo.
—Claro Anne, puedes subirte a los árboles del patio —intervino Evelyn, siempre protectora —aquí nadie se burlará de ti. He visto ardillas en los árboles de la cabaña.
—Y que se lastime de nuevo —respondió Ollie —síguele dando ideas —remató.
Oliver, por supuesto, se refería al evento ocurrido en el verano pasado, cuando recién llegados a Stratford, Anne y Duncan treparon a uno de los albaricoqueros de la propiedad y por la debilidad del árbol cayeron estrepitosamente desde una de sus ramas, provocando un esguince en el pie de la niña, raspaduras, y otros cuantos golpes también en el cuerpo de Duncan.
Más que acostumbrado a aquellas conversaciones, Terry se concentró en intercambiar algunas palabras con Candy. Recordó que no le había hablado de Dedlock y de su visita esa mañana y aprovechó para hacerlo.
Continuaron comiendo, degustando la deliciosa comida. Todos lanzaban elogios a la querida Nana, después de muchos días podían tener en un mismo plato todos los ingredientes de un real desayuno, y devoraban todo aquello con genuina felicidad. Pero no era lo único que la buena mujer tenía reservado para ellos. Abnegadamente, preparaba el plato favorito de William (Shepherd's pie) y un pastel de chocolate para el almuerzo que los reuniría a todos nuevamente con motivo de celebrar el recién pasado cumpleaños de Candy.
Henry Dedlock llegó puntual a la cita con el actor. Mike lo atendió en la puerta y lo hizo pasar al recibidor, para que pudiera esperar allí a ser atendido por Terry, que se tomó unos minutos para acicalarse.
Henry se sintió a gusto con la espera, había un particular olor a geranios que provenía de las macetas en las ventanas, comida casera y pan recién horneado, todo inundando sus fosas nasales, también el eco de voces juveniles que no paraban de hablar. Recordó sus visitas a casa de su abuela en el Bosque de Epping, lo bien que se sentía estar allí cuando las mañanas despuntaban con amarilla calidez y olía a pan nuevo. Todo era elegante y sobrio a la vez en la sala de los Granchester, todo estaba dispuesto con exquisito gusto, se encontraba maravillado, las paredes estaban llenas de estantes con libros y en los espacios vacíos pinturas.
Mientras esperaba le echó vistazo a las extensas filas de libros, y se entretuvo apreciando los valiosos volúmenes que allí se encontraban perfectamente alineados. Ejemplares de colección de literatura inglesa, y algunos en francés. Keats, Shelly, Lord Byron, Blake, Taylor, Wordsworth, Walter Scott, Emely Brontë. François-René Chateaubriand, Víctor Hugo, Alejandro Dumas. La era romántica de la literatura en un mueble. Luego se acercó a la chimenea y observaba las fotos familiares sobre la repisa cuando Terry finalmente vino a su encuentro acompañado por Candy.
—Señor Dedlock, bienvenido —le dijo extendiendo su mano para estrecharla con la de Henry.
—Señor Graham, buenos días.
—Permítame, ella es mi esposa.
—Señora Granchester, es un placer conocerla.
—El placer es mío, espero que se sienta cómodo en nuestra casa, señor Dedlock.
—Oh, sí, por supuesto, admiraba los libros y lo exquisito de este salón. Tienen una casa muy hermosa.
Candy le sonrió y les ofreció té o café de acuerdo a lo que escogieran ambos. Terry se decantó por un té y Henry también. Luego de conversar sobre las pinturas y los libros, Terry decidió que el estudio sería un sitio más confortable para realizar la entrevista, y hasta allí condujo al periodista, quien volvió a admirarse con el lugar más privado y personal del actor. Allí había más estanterías llenas de libros, un escritorio de madera pulida ocupado con la máquina de escribir, una lámpara y algunas pilas de guiones, y papel. Más pinturas y afiches de obras, fotografías. A simple vista, Dedlock pudo apreciar una antigua colección de las obras de Shakespeare encuadernadas en cuero marrón, que llamó mucho su atención.
Terry lo observaba sin decir mucho en el umbral de la puerta con las manos en los bolsillos, y por alguna razón impulsiva invitó a Henry a tomar el té en la estancia y no allí, para seguirle mostrando la casa, así que lo invitó a un salón abierto en la parte más posterior de la casa, desde el cual se apreciaba el jardín a través de amplios ventanales y que por su amplitud servía de comedor, y salón familiar, había allí un piano, la radio y un tocadiscos, más libros, fotos sobre la repisa de una segunda pequeña chimenea. Desde ese lugar era más apreciable el sonido hogareño, y no dudó en manifestarle a su anfitrión nuevamente lo hermoso del lugar.
—Tomarán el té aquí —preguntó una curiosa Candy que regresaba de la cocina con el servicio sobre una bandeja.
—Sí mi amor. Luego iremos al estudio —le aclaró Terry.
Para Henry fue algo extraño ser atendido por la propia señora de casa, se vio gratamente sorprendido por el despliegue de amabilidad del que era objeto, y por el natural cariño con el que se trataba la pareja. Cuando volvieron a quedarse solos no pudo evitar más que palabras halagadoras para Candy.
—Señor, si me lo permite, es una mujer muy dulce, la señora Granchester, y su casa es muy acogedora.
—Muchas gracias Dedlock, ella es realmente encantadora. Siempre ha sido así, es el fuego de este hogar —manifestó en tono orgulloso.
Tomaron el té al tiempo que comentaban las últimas noticias sobre el despliegue militar nazi, y sobre Francia. Desde la cocina se colaban voces entremezcladas con la radio, así que volvieron a la tranquilidad del estudio. Terry se sentó en su escritorio, desde allí aplacó la curiosidad de Henry sobre la colección de obras de Shakespeare que había acaparado su atención desde el principio.
—Son antiguas, las traje desde Escocia. Tenemos una villa allí a la que eventualmente sigo yendo en vacaciones con toda la familia en los veranos. Ahora usted me dirá por dónde quiere comenzar. Tome asiento.
Dedlock tomó asiento frente a él, sacó su libreta y le aclaró que comenzarían por el principio, le pidió a Terry que le narrara parte de su historia, de sus inicios, y de su interés por el arte dramático. Sin ofrecer detalles personales, Terry narró con elocuencia sus primeros pasos en la Compañía Stratford en Broadway, su primer papel en la obra, el Rey Lear, su protagónico fallido en Romeo y Julieta, luego su renacimiento con Hamlet. Hábilmente, él había construido una retórica que le permitía saltarse los episodios más escabrosos de su vida, y ofrecerle un relato coherente al reportero, que omitía deliberadamente las penosas razones de su salida de la compañía y los meses de andar errático, hasta su regreso a los escenarios.
Terry se refirió a su interpretación de Hamlet como la experiencia más importante de su carrera artística, ya que fue este rol el que le permitió lograr la reputación y reconocimiento que aspiraba lograr desde que salió del San Pablo con intenciones de convertirse en actor. Superando el período más oscuro de su vida.
Hablaban de ello cuando la agraciada figura de Evelyn apareció de pronto y a prisa irrumpiendo en la habitación, al verla en el rellano de la puerta a Henry le pareció que la muchacha estaba moteada con un polvo de oro. Sus ojos muy abiertos brillaban, las mejillas sonrosadas manchadas de pecas y los labios rojos y provocativos como una manzana. No perdió detalle de ella, vestía pantalones anchos, ajustados en una estrecha cintura, y una blusa a rayas estilo Chanel. Las hebras del cabello caían rebeldes sobre los hombros, no pudo retirar su mirada de ella por largos segundos, y debió volver torpemente su vista a la libreta donde anotaba al sentir encima de él la mirada afilada de Terry.
—¡Papá, William ha llegado! —dijo alegremente la muchacha.
Henry creyó desvanecerse en el sillón al escuchar las dulces vibraciones de la voz de Evelyn. Sin importarle que ella lo había ignorado olímpicamente, la chica aun podía desarmarlo con su sola presencia, pasmado y mudo, no dejo de mirarla hasta que ella desapareció.
—Perdone Dedlock, si no le molesta, iré a saludar a mi hijo y regresaré enseguida.
Terry no tardó en llegar a la estancia, allí estaba William inclinado sobre los hombros de Candy recibiendo sus mimos, y abrazado por la cintura por Anne, y todos rodeando la escena. El muchacho tan alto como su padre, de ojos marinos y cabellos rubios, pudo apenas moverse unos centímetros para recibir el cariño de Terry.
—¡Querido hijo! —dijo un conmovido Terry.
—Papá, qué alegría verte...
Y ambos se fundieron en un abrazo, y luego se separaron para que Terry palmeara suavemente el rostro del muchacho.
—Me dijo mamá que hay un periodista aquí, que vino desde Nueva York para entrevistarte.
—Sí, estamos en el estudio, aunque no creo que haya venido desde Nueva York exclusivamente para entrevistarme. Volveré allá. Pero dime cómo estuvo tu viaje.
—Estuvo bien, voy a comer algo y a instalarme, salí de Oxford sin probar bocado.
—Anda, seguro, Martha tiene algo para ti en la cocina, escuché que prepara tu plato favorito para hoy —dijo esbozando una sonrisa.
Terry volvió a su entrevista, y el resto regresó al comedor.
—Por favor de nuevo discúlpeme —expresó, apenas se sentó de nuevo en la silla y cruzaba las piernas frente a Dedlock.
—Pierda cuidado señor Graham. ¿Cuántos hijos tiene?
—Siete. Mi hijo mayor, William, es el único que no vive con nosotros, acaba de llegar de Oxford, donde estudia medicina. Luego le sigue Evelyn a quien ya conoce, Oliver a quien también conoce ya, Albert, Richard, Anne y Duncan.
—Y usted Dedlock, tiene hijos, está casado.
—No, Señor Graham, soy un hombre un tanto solitario, y creo que no he tenido buena suerte en el amor. Además, este oficio en tiempo de guerra no deja mucho margen para una relación, tendría que ser una chica muy especial.
—Sé a lo que se refiere. Yo también fui alguna vez un hombre solitario y sombrío, me era muy difícil relacionarme con los demás. Hubo incluso un momento en mi pasado en el que descarté cualquier posibilidad de tener familia, estuve convencido de que era un privilegio del que no gozaría. Ahora véame, dichosamente casado y con una casa llena de hijos.
—¿Habla usted del momento en que perdió a su prometida, a la muerte de la señorita Marlowe?
—Vaya, veo que me ha investigado.
—Es mi trabajo señor. No es mi intención incomodarlo.
—No, está bien. Debió usted leer los periódicos de la época.
—Así es señor.
—...
—También conversé con uno de los viejos reporteros de Broadway, quería saber sobre usted. Quería conocer más sobre usted antes de venir a conocerlo. Eso me permite poder hacer un perfil más completo sobre la persona sobre quien voy a escribir, poder definir mejor mis preguntas.
Henry tenía mucha información antigua sobre el actor, sobre su rápido ascenso y caída repentina, su regreso triunfal a los escenarios renaciendo como el ave fénix interpretando a Hamlet, sobre su controvertida relación con Susana Marlowe, sobre su intempestiva desaparición nuevamente luego de la muerte de la actriz, y su "escape" a Inglaterra con la hija de un magnate de Chicago, y lo más jugoso, que Graham era el único hijo de la legendaria actriz de teatro y cine Eleanor Baker, un hecho que nunca se había confirmado, al menos no por ninguno de los dos exitosos actores. Pero luego de conocerlo, conocer a la interesante familia, lo que él hacía en Stratford, por el arte, en medio de una absurda guerra de aniquilación, él no pudo más que sentir admiración. Se guardó toda esa compilación de noticias antiguas y se enfocó en conocer mejor al hombre, al artista que tenía frente a sus ojos y al que tenía el gran privilegio de acceder. Todo lo demás era banal, y ciertamente intuyó que seguro mucho de lo investigado era verdad, pero eran verdades que muy poco aportaban a lo que él realmente deseaba escribir sobre Graham.
—Está bien Dedlock no se apure. Y en respuesta diré que sí, que esa fue una etapa bastante complicada de mi vida. Pero de la que no me gusta hablar, es un asunto muy privado.
—Claro y no lo haremos si no es lo que quiere. Puedo entenderlo.
Al otro lado de la casa, Evelyn trataba de aquietar su agitación, tenía rabia y se sentía alterada por la presencia de Henry, se sentó en el piano y comenzó a tocar. Deseaba acallar sus pensamientos, atenuar finalmente su enojo y disfrutar de todo cuanto ocurría a su alrededor. Sus hermanos con Mike colocando una mesa en el jardín, su madre cortando flores para rellenar los floreros, Martha en la cocina, Michael dando pasitos por doquier.
Pero dentro de las paredes del estudio, Henry podía escucharla, y sin pretenderlo ella a corta distancia lo deleitaba con su interpretación. Terry supo de inmediato de se trataba de ella, además de conocerla muy bien, era una de las piezas favoritas de ambos. Una emotiva sonata de Schubert.
—Es mi hija Evelyn —se apresuró a aclararle al ver la expresión en el rostro de Henry —es quien lo hace mejor, Albert también toca, pero es muy tímido, y Anne está aprendiendo, yo mismo le doy lecciones.
Henry sonrió, estaba gratamente sorprendido, podía reconocer a una buena interprete, como en ese momento lo estaba demostrando la jovencita Granchester. Si lo sabía él que había sido criado por una exigente profesora de piano.
—Además de Oliver, ¿algunos de sus otros hijos han mostrado inclinación por el teatro?
—Hasta ahora no. Evelyn es bailarina, estuvo desde muy pequeña en la Royal Company. Creo que el resto aún no descubre que desean ser en la vida. Los apoyaré en lo que decidan hacer, así como he apoyado a mis tres hijos mayores, aunque Evelyn haya detenido su carrera por la guerra, cosa que lamento profundamente, tiene mucho talento.
—Su hija me mencionó que escribe ¿En qué trabaja?
—Comencé a hacer mis propias adaptaciones. Ahora mismo trabajo en un guion de Cuento de Navidad.
—Dickens, vaya —dijo sorprendido el reportero.
—Sin embargo, la programación que propondré para el año entrante está concentrada en Shakespeare, por supuesto, Julio César, La fierecilla domada, Hamlet, es lo que pienso proponer al comité.
—¿Piensa traer el brillo de Broadway a Stratford?
—De algún modo, pero sin perder el purismo, innovar sin alterar. El público que viene hasta acá quiere ver a Shakespeare y que sea Shakespeare no una caricatura. He leído cientos de veces que es intemporal, pero creo que las obras pueden llegar a impactar a cada generación de una manera diferente. No creo que su obra pueda ser valorada e interpretada de manera uniforme a través del tiempo. Mi propio hijo, la generación de actores que recibo ahora mismo, lo interpretan de forma muy distinta que yo a esa edad, por ejemplo. Shakespeare tiene un gran poder cultural, su riqueza, su estética y diversidad seguirán constituyendo incluso a futuro un espejo de la sociedad. Esto es algo que no comprendía cuando era un joven actor en Broadway.
—¿Y qué le atraía de Shakespeare en ese momento?
—En ese momento, cuando decidí ser actor, los personajes. Pero verá, ciertamente, los personajes lo son todo en las obras, no hay un narrador específico, son los personajes los que llevan la historia, con sus discursos y parlamentos excavando en temas políticos, morales, humanos, esto también lo comprendí con el tiempo. Estudiando a profundidad la obra, interpretando cada personaje que me ha tocado o he querido interpretar. En Shakespeare los personajes adquieren vida propia, sobrepasan a las obras, es parte de escribir con el genio que él poseía, con el uso del lenguaje, de la intuición. Es esa esencia la que trato de transmitirle a mi hijo, a mis actores.
—¿Por qué Broadway? Actores como Henry Irving hicieron una extraordinaria carrera aquí en Inglaterra.
—Shakespeare era uno de los dramaturgos más populares representados en los teatros neoyorkinos. Y no puedo mentirle, también hubo un motivo muy personal.
—Eso me lleva a algo que no comprendo de su propia historia, señor Graham ¿Por qué entonces se fue de Broadway en su mejor momento? Allí pudo alcanzar el esplendor de la gloria, fama, fortuna...
—Lo hice por una razón más trascendente que todo eso que usted ha descrito. Acaso no se lo imagina.
—...
—Me quiere decir que lo hizo por... amor... por una mujer.
—La acaba de conocer.
—...
—Todo en mi vida, señor Dedlock se ha tratado de ella.
—...
—Véalo de esta forma —continuó Terry —todo lo que tiene que ver con mi pasado ha quedado muy lejos. Tanto que a veces creo no haberlo vivido porque ya no tiene importancia para mí. Lo verdaderamente importante es lo que me rodea, esta familia. Esa etapa en mi vida me resulta ajena. Es con esta familia, que todo lo realmente importante comenzó a ocurrir en mi vida.
—De ningún modo quiero que me malinterprete, ha desarrollado usted una gran carrera en Inglaterra... y debo admitir que me conmueven las razones que lo han movido en la vida.
—¿No le parece interesante? Cómo nos mueve la fuerza del amor señor Dedlock.
—Mucho, debo admitirlo.
—...
—¿Por qué vino a Stratford, por qué escogió el Memorial para continuar su carrera?
—Otra vez una razón personal... pero se la diré. Vine aquí para proteger a mi familia, y, por otro lado, Sir Archibald Flower el presidente del Ayuntamiento y del Teatro me pidió venir a dirigirlo, era una oferta que venía haciéndome desde hace tiempo. Nos conocemos desde hace unos diez años. Vine a la inauguración del Memorial en 1932 como su invitado, yo trabajaba en el Royal Haymarket en esa época con Charles Wright, y estrechamos nuestra amistad desde entonces. Hacer teatro, señor Dedlock en medio de tiempos tan convulsos, cuando al otro lado del canal se vive una verdadera barbarie, donde se ha degradado todo valor humano, es un acto de resistencia. El arte es una forma de combatir la incivilidad nazi. Ahora mismo hay toda una generación de artistas europeos que han sido perseguidos, asesinados, presos o desaparecidos, los nazis son enemigos del espíritu creativo, porque es una forma de ser libre.
Terry y Henry Dedlock conversaron por una hora más. Cuando estuvo listo para marcharse, pidió a su anfitrión poder despedirse de su esposa. Terry supuso que Candy continuaba en la estancia, desde allí provenía música y voces. Los hombres caminaron por el pasillo hasta llegar al lugar, los más pequeños estaban en el jardín y los mayores en la estancia.
Evelyn continuaba sentada en el banquillo del piano, mientras charlaba con William, Albert y Oliver, este se levantó para ir al encuentro de su padre y de Dedlock saludando con cordialidad. Era evidente que a Oliver le caía muy bien Henry, que se agradaban uno al otro. Oliver era un gran conversador y Henry le seguía el ritmo, así que pronto ambos estaban enfrascados en una charla amena, a la que se unieron William y el propio Terry. Evelyn al ver aquello se apartó y fue con Martha a la cocina para ver en que podía ayudar.
En un gesto de cortesía, y viendo lo bien que se llevaban, Candy que repartía floreros por la casa conminó a Henry a quedarse a almorzar con ellos. Era refrescante tener visitas que no fueran las mismas reducidas de siempre. Para el enfado de Evelyn, Henry Dedlock hacía buenas migas con su familia, en parte por su carácter afable, sus buenos modales e inteligencia, y porque para Candy era estimulante relacionarse después de mucho tiempo con un americano.
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Dear Terry: Nosotros en la tempestad
FanfictionTras el estallido de la guerra los Granchester se han asentado en una hermosa Cotswold Cottage en la ribera del río Avon en Stratford. Un sitio ideal para llevar una vida tranquila, pero es mayo de 1941, nadie en Inglaterra podía llevar una vida tra...