Capítulo 26

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Aquellos días habían sido soleados y con una temperatura muy agradable, el cielo se mostraba como una gran estampa azul y muy arriba el sol mostraba todo su esplendor. Maddy y Ollie aprovecharon la generosidad del clima para pasar las dos últimas tardes en Southwold, en uno de sus balnearios. Ella sobre todo lucía feliz y radiante como el sol que les tostaba la piel, era fácil reconocer que era un par de recién casados, ambos demostraban un estado de plenitud y felicidad envidiable. Siempre sonrientes, afables, y no se reprimían las manifestaciones de afecto entre ellos. Maddy no visitaba el mar desde que era una niña e iba con sus padres en los veranos a la ciudad costera de Brighton, se recordaba a sí misma tomada de la mano de Sir Archibald caminando por las calles de South Lanes. Southwold sin duda era menos vibrante, pero también guardaba sus encantos, y ellos estaban dispuesto a disfrutar de éstos hasta el último instante de su visita. En estos dos días de casados, despertaban cerca del mediodía y se quedaban en la cama casi hasta la hora de la comida, pero en vez de hacerlo en casa se aventuraban a la playa y preferían comer un buen plato de pescado con papas fritas en el Southwold Pier, luego se tendían en las poltronas bajo sombrillas de rayas para disfrutar del resto de la tarde, cuando volvían al muelle en busca de un cono de helado o un refresco. Ambos habían decidido de forma natural no dejarse envolver por el fantasma de la despedida, ni mucho menos tocaron el tema de la guerra. Sólo se concentraron en disfrutarse, amarse sin menos reservas, experimentando con cada encuentro amoroso de una nueva intimidad, complaciéndose y entregándose sin reservas.

Mientras, Evelyn estaba alicaída caminando por los rincones de la casa, Candy preparaba maletas para las vacaciones en Windermere y el corto viaje que haría a Londres con Terry, Anne y Duncan antes de partir. El humor de la muchacha era taciturno y algo huraño, y todos en esos dos días subsiguientes a la boda de Ollie y la partida de Henry evitaban molestarla por su reacción. Su madre le había insistido en que los acompañara a Londres como una medida de distracción, pero se negó a ello aludiendo que su novio se comunicaría con ella por teléfono en las oportunidades que tuviera y se podía perder una de ellas si viajaba a Londres. Así que ni Candy ni Terry insistieron en que los acompañara, prefirieron ambos darle el espacio que la chica necesitaba para recuperarse de una nueva ausencia de Henry. Quien sí decidió hacer una visita a la ciudad con sus padres y hermanos menores fue William. Así que, planearon partir en el primer tren de la mañana y regresar en el último de la tarde del siguiente día y pernoctar en Londres una noche. De modo que Mike los llevo hasta la estación.

—Si tú y Martha pueden hacer algo para mejorar el humor de Ev te lo agradecería mucho amigo —le dijo Terry a Mike antes de entrar a la estación de trenes.

Mike respondió con una carcajada.

—¿Acaso te molesta el humor de tu hija? Sí es idéntica a ti, cuando está en sus trece nadie la saca de ahí, decidió andar como un fantasma por la casa, déjala en paz. Pero sí, sé que puede animarla, hace tiempo le prometí que le daría clases de manejo, y creo que ha llegado el momento. Comenzaré esas clases esta misma tarde.

—¡Lo ves! Sabía que algo se te ocurriría —exclamó Terry —gracias, amigo... ah y por favor no pierdas de vista a Richard.

—Vete tranquilo, cuidaré muy bien de los muchachos, y mantendré ocupado a Richard, pierde cuidado. Estarán bien amigo.

—Lo sé, sabes que no les confiaría a mis hijos a nadie más. No vemos mañana —ambos se estrecharon las manos y Terry caminó en dirección a Candy y sus hijos que lo esperaban a corta distancia.

Anne se apresuró para tomarle la mano a su padre, y Duncan no se quedó atrás, así que él sólo se quedó con las intenciones de ser la mano de Candy la que tomara para caminar hasta la plataforma.

Dear Terry: Nosotros en la tempestadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora