Capítulo Extra

417 47 61
                                    

Advertencia: Capítulo con contenido sexual explícito. 


"Nunca sabrás que tu alma viaja

Dulcemente refugiada en el fondo de mi corazón,

Y que nada, ni el tiempo ni la edad ni otros amores,

Impedirá que hayas existido.

Ahora la belleza del mundo toma tu rostro,

Se alimenta de tu dulzura y se engalana con tu claridad.

El lago pensativo al fondo del paisaje

Me vuelve a hablar de tu serenidad.

Los caminos que seguiste, hoy me señalan el mío,

Aunque jamás sabrás que te llevo conmigo

Como una lámpara de oro para alumbrarme el camino

Ni que tu voz aún traspasa mi alma.

Suave antorcha tus rayos, dulce hoguera tu espíritu;

Aún vives un poco porque yo te sobrevivo".

Marguerite Yourcenar


Candy acarició el rostro de Terry con delicadeza, con intenciones de no despertarlo de forma abrupta, quería hacerlo con suavidad. Él se había quedado dormido en el sillón del estudio con las piernas estiradas sobre el ottomans y el rostro descansando sobre una de sus manos. Ella sonrió contemplando su rostro sereno, fuera de este mundo, con las facciones relajadas, pero sin perder esa expresión de natural arrogancia que siempre ha tenido. Volvió a llamarlo, de nuevo con dulzura, apenas susurrándole Terry, mi amor despierta. Él, escasamente consciente abrió los ojos y le preguntó qué hora era. Por breves segundos pensó que había pasado allí toda la noche, y que ya era un nuevo día. Ella volvió a acariciarle la mejilla, y lo sacó de su duda.

—Es todavía de noche, te preparé la tina, ven —le dijo poniéndose de pie e invitándolo a que la siguiera.

Terry dócil le sujetó la mano y le siguió, para salir del estudio, dirigirse a las escaleras y desde allí a la habitación. Minutos antes, Candy preparó la tina, agua caliente con algunas esencias que había aprendido a preparar ella misma. Una mezcla equilibrada de aceite de lavanda, azahar, y romero con propiedades relajantes. Lo había hecho especialmente para él, después de verlo llegar lo había observado detalladamente y le fue fácil figurarse que algo lo turbaba, y que estaba más allá del cansancio o las tensiones propias del trabajo.

—¿Ya los niños duermen? —preguntó él antes de entrar al cuarto.

—Creo que sí, al menos los más pequeños, pero ya sabes que Oliver, William y Evelyn pueden hablar hasta el amanecer.

Candy aseguró la puerta de la habitación, caminó hasta Terry que comenzaba a desvestirse, sin decir nada ella se plantó frente a él y continuó con la tarea, terminó de desanudar la corbata, abrió los primeros botones de la camisa, bajó hasta los del chaleco y se lo quitó primero, para volver a la camisa. Al abrirla y desfajarla acarició el torso desnudo, un suave recorrido de las yemas de sus dedos sobre la piel tersa, el delgado y mezquino vello sobre la zona pectoral, bajando luego por los brazos para desabotonar los puños. Luego deslizó los tirantes para desabrocharlos del pantalón, y sacar la camisa por completo. Cada pieza de ropa iba cayendo de forma descuidada al piso, y cuando las delicadas manos tocaron la pretina del pantalón Terry entendió que había un juego subrepticio de seducción en las atenciones de Candy, maravillándose con ello.

Dear Terry: Nosotros en la tempestadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora