Capítulo 2

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Evelyn despertó inundada por los olores de la mañana. Abrió los ojos con pesar, la idea de seguir durmiendo rondaba en su mente, así que se estiró en la cama tanto como pudo, mientras aspiraba profundamente todos los aromas que se mezclaban en sus sentidos. Pan tostado, huevos, café. Volvió a cerrar los ojos y se cubrió hasta la cabeza con las sábanas, algo le molestaba en la espalda, se movió y metió su mano, era el libro que leía la noche anterior. Lo abrió y colocó la cinta en las páginas a donde creía haber dejado su lectura. Bien, Evelyn, levántate, se dijo a sí misma y se sentó mirando a su hermana, que en la cama de al lado aún estaba dormida. Juntó fuerzas una vez más y se puso en pie, caminando directamente hasta su armario, sacó la ropa que llevaría puesta ese día, y salió de la habitación para darse una ducha. Desde el pasillo se podía escuchar el rumor que venía desde la planta baja de la casa, su madre hablaba con Martha. Como todas las mañanas, la nana preparaba el desayuno, Candy le ayudaba, y no tardaría mucho en subir para recorrer una a una las habitaciones y despertarlos a todos. Nada era distinto a Londres, la casa se ponía en marcha desde muy temprano, y desde la cocina no solo se expedían los olores que anunciaban un nuevo día, también las voces maternales y la música que a esa hora colocaban en la BBC.

Se daba una ducha, no muy larga, justo lo necesario para asearse y terminar de despertar. Pronto sus hermanos estarían en la puerta apresurándola, aquello se había convertido en un ritual todas las mañanas, apenas abriera la puerta del cuarto de baño, ya uno de los chicos estaría esperando su turno. Esa mañana no fue la excepción, apenas Evelyn abrió envuelta en su bata de baño, Albert estaba allí esperando su turno. Se saludaron con un beso.

Albert, el más callado y tímido de todos, él que nunca se metía en problemas, al menos que su hermano menor, Richard, lo empujara a ello. Era, además de tímido, un muchacho dulce y generoso y ella le profesaba un amor especial, por ser el único hermano con el que nunca se reñía. Si bien era cierto que Oliver, William y ella eran muy unidos, cómplices y confidentes, Albert era, de sus hermanos menores, al único que confiaría un secreto. El muchacho era de apariencia y modales suaves, lo que pudiera parecer debilidad de carácter. Sin embargo, Evelyn le conocía muy bien, sabía que detrás de la figura varonil ensimismada existía el chico más amable y dulce de los Granchester. Y no es que Richard no tuviera sus propias cualidades, o no fuera gentil, pero era si se quiere el más sólido de carácter, algo arrogante y con modales menos afectuosos que el resto. Duncan y Anne eran, sencillamente, la ternura misma para ella, los hermanos pequeños de ocho y diez años, aún niños a quienes debía amar y cuidar por encima de todo. Sin importar que tan imprudentes podían ser a veces, o que Anne le robara su perfume y usara su lápiz de labios.

Preocupada por la hora, Evelyn entró apresurada a su cuarto, sabía que pronto su madre estaría entrando y saliendo de las habitaciones apresurándolos a todos. Anne todavía dormía. Se acercó a la cama para despertarla, la llamó con prisa, mientras se iba al armario para sacar su uniforme y ponerlo encima de la cama.

—¡Anne! Levántate de una vez, no quiero perderme el desayuno, si no te levantas de inmediato, nos iremos sin comer.

La niña perezosa se levantó finalmente, y se sentó en la cama. Mientras Evelyn ya estaba casi vestida, entró su madre a la habitación.

—¡Buenos días!

—Hola mami, buenos días —contestó a través del reflejo del espejo.

—Anne, cariño se hace tarde, te ayudaré a vestirte —y de forma hábil Candy ayudó a Anne a desvestirse y colocarse el uniforme, en minutos a la niña sólo le faltaba peinarse, pero de eso se encargaría su hermana mayor.

Cuando Evelyn bajó con Anne tomada de la mano, todavía su madre luchaba en la habitación de los chicos para que Duncan estuviese listo. Terry y Oliver ya se encontraban en la mesa del comedor, ambas se acercaron a su padre dándole los buenos días, y un beso en la mejilla. Terry las recibía sonriente, indagando en cómo habían dormido. La anterior había sido una noche benevolente, las alarmas no sonaron y después de mucho tiempo pudieron pasar una noche tranquila.

—No te quedaste hasta tarde leyendo, verdad —le preguntó Terry a Evelyn.

—No papá, en realidad no sé a qué hora me quedé dormida. Pero sé que no lo hice tarde.

—Evelyn, ¿esa es mi boina? —dijo de pronto Oliver. —¡Por qué usas mis cosas! Se pone mis pantalones —reconvino el muchacho mirando a su padre.

—¡No es cierto... es decir uso lo que ya no te queda, o dejas de usar! Esta boina es linda y nadie tiene una como esta en la escuela. Ya no la usas —acusó la muchacha.

—Es porque es de hombre que nadie en tu escuela tiene una igual, es una escuela de chicas. —espetó el muchacho. Tienes un armario lleno de cosas de mujer, porque tienes que robarte mi ropa y mis cosas... sé que entras a mi habitación y hurgas entre mis cosas...

—Solo uso tu ropa vieja, los pantalones que me pongo para andar en bicicleta dejaste de usarlos hace mucho tiempo. No me gusta usar faldas o vestidos para andar en bicicleta, también arregle unos pantalones viejos de Will y él no se queja.

—Porque ya no vive aquí, no sabe que robas las cosas que dejo en la habitación.

Terry sólo se frotó los ojos, ya estaba acostumbrado a las discusiones matinales de sus hijos. No importaba que tan unidos eran aquellos muchachos, siempre discutían, y se reconciliaban en minutos. Así que les daba la más mínima importancia a aquellos altercados, y antes de quedarse sentado escuchando, el dime y te diré, se levantó para ir a la cocina y rellenar la jarra de agua caliente para el té. Martha terminaba de preparar la bandeja para llevar el desayuno a la mesa, se miraron y se sonrieron.

—Ya ese par está peleando —comentó Martha.

—Ya sabe, no serían ellos si no discutieran desde el alba hasta el anochecer —dijo Terry con calma, mientras llenaba la jarra con agua caliente de la estufa.

Cuando Terry regresó a la mesa, el resto de los chicos ya se estaban acomodando en sus sillas, tomando a toda prisa un trozo de pan, disputándose la mantequilla, la charola con huevos, esperando el agua para el té. Terry colocó la jarra en el medio y los saludó a todos con un gesto cariñoso, para volver a su lugar. Aquel era un momento de mayor agitación en el hogar. Todos parecían despertar con tanta energía y vitalidad, no paraban de hablar, o de apresurarse unos con otros, por la leche o la mermelada. Terry simplemente se dedicaba a escucharlos, mientras examinaba sus rostros, y finalmente Candy se sentaba a su lado y aprovechaban de conversar sobre lo que harían en el día.

En menos de una hora, todos se levantarían de la mesa corriendo, tomarían sus mochilas, se pondrían sus gorros y harían fila en la puerta para salir. Candy repartiría besos, ajustaría corbatas en medio de otro alboroto. Los tres chicos se irían caminando a la King Eduard IV, Evelyn y Anne también los acompañaban, solo que al pasar el puente se separaban y ellas se unían a Madelaine Flower y las otras chicas del pueblo en la parada del autobús para ir a la The King's Girls School en Warwick.

La paz regresaba a la casa, la estridencia de las voces desaparecía, y era en medio de esa calma que Terry se disponía a leer el periódico y disfrutaba de una segunda taza de té. Martha levantaba la mesa, y Candy terminaba su arreglo en la habitación para marcharse a la clínica.

Oliver se dedicaba a organizar sus cosas en su cuarto, revisaba mentalmente sus pendientes, especialmente los que eran encargados por su padre, y director, para no olvidar ninguno. No era extraño que Oliver fuera el primero en partir al teatro en las mañanas antes que Terry. El muchacho era disciplinado, así que se tomaba por lo menos dos horas desde muy temprano en la mañana para estudiar y preparar su papel, se iba hasta la compañía para a solas, antes de que todos llegaran, trabajar en su actuación, era un consejo que había tomado de su padre.

Todo lo hacía a prisa esos días, calculando el tiempo que necesitaba para pedalear desde su casa hasta cruzar el puente y pasar casualmente por la parada del autobús y tener la suerte de que éste no hubiese llegado para así poder conversar unos minutos con sus hermanas. Movido por un supremo interés, ver a la hermosa Madelaine antes de comenzar el día. Aunque fingía que se trataba de un encuentro casual, él repetía la misma rutina diariamente. Llegaba en su bicicleta a la parada con el tiempo suficiente para saludar y charlar, esperaba hasta que las chicas subieran y se quedaba allí viéndolas alejarse sobre la máquina roja.

Él no necesitaba pasar por la calle a donde se esperaba el autobús para Warwick eso estaba de más. Pero lo hacía ahora, solamente para ver el rostro de la chica, de verla sonreír y decirle unas cuantas palabras. Eso le bastaba para que su día fuera uno mejor, para que el sol sobre su cabeza brillara con más fulgor, para que el trino de los pájaros fuera más agudo o para que los colores verdes de la primavera fueran más brillantes. Evelyn era perspicaz, se cruzaba de brazos y los observaba a ambos. Detallaba como a Oliver le temblaba la voz, y se pasaba las manos por los pantalones porque seguramente las tenía sudorosas, la risa nerviosa de Madelaine. Suspiraba hondo viendo cada escena, para ella cada día más patética. Están tan enamorados que parecen tontos, se dijo a sí misma esa mañana.

—Anne, si alguna vez me veo así de estúpida con un hombre debes decírmelo, no te parecen dos grandes tontos —le dijo la niña al oído sin perder de vista a los dos jóvenes.

Anne asentía llevándose una mano a la boca, reprimiendo sus risas.

—Está bien —le respondió sin dejar de sonreír.

Evelyn no dejaba de mirarlos, lo hacía directamente sin disimular. Mientras sacaba de su bolso un lápiz labial y se pintaba los labios con destreza, sin necesitar un espejo, volvía a guardar el labial y se cruzaba de brazos. Todo sin quitar los ojos de ellos. Poniéndolos en blanco cada vez que escuchaba alguna frase que le pareciera cursi o ridícula.

Para suerte del joven actor, a Madeleine él tampoco le resultaba indiferente, ella subía al autobús y buscaba rápidamente el asiento trasero, para no perderlo de vista. Observaba como él se acomodaba en su bicicleta y se miraban hasta alejarse. Luego, bajo el dominio de una sensación de placer y el embrujo de las mariposas en su estómago, Oliver pedaleaba de nuevo hasta el Memorial, disfrutando de la brisa matinal golpeándole las mejillas. En un éxtasis total. La joven lo enternecía con una sola mirada de sus ojos oscuros. Estaba total y absolutamente prendado de ella, y adoraba esa sensación. Pero le faltaba valor para declararle todo lo que por ella sentía, Oliver no podía soportar la idea del rechazo y por eso guardaba silencio.

A pesar de sus miedos él llegaba al teatro con toda esa energía y entusiasmo. Abría los salones de ensayo, y corría hasta la oficina para abrir también las ventanas, y dejar entrar la luz del sol y el aire fresco de la mañana. El trabajo era más fácil si lo hacía con inspiración, Madelaine Flower era su inspiración.

En la casa, una diligente Martha le servía el desayuno a su esposo en la cocina, mientras revisaba los estantes y pensaba qué hacer para la cena. La alacena lucía algo desprovista, nada comparable con la alacena de la casa de Londres, donde nunca faltaba ni el té, ni el azúcar, ni la harina para el pan, ni la leche. Martha suspiró, en el refrigerador quedaba algo de jamón y cordero, pero no estaba segura si era suficiente para todos, lucía intranquila. Terry entró a la cocina buscando servirse la tercera taza de té de la mañana. Se sentó al lado de Mike para charlar un rato con su viejo empleado y amigo, y pudo notar la preocupación en el rostro de la nana.

—¿Qué sucede, nos estamos quedando sin comida? —preguntó sin más.

Ella lo miró resignada, asintiendo.

—Sí señor, apenas tenemos para la cena, también queda poco té, ya no tenemos leche...

Terry se estrujó la frente preocupado, miró su taza vacía y examinó su deseo de beber otra carga, volteó a ver a Mike, y con la mano señaló el pequeño colador con las hebras de té que el acababa de usar, no le quedó más remedio que reutilizar aquellas hebras de su amigo, para satisfacer sus ganas.

—No te preocupes iré a Birmingham a ver que puedo conseguir —le informó Mike dándole un último sorbo a su té. —Antes iré al huerto, y traeré verduras. No te preocupes hombre, Martha es experta en hacer un banquete con poco —le repitió Mike palmeando su espalda.

—Lo sé, es que me aterra pensar que un día no encontraremos que ofrecerles a los niños Mike, tenemos siete niños aquí, son ellos quienes me preocupan —dijo mirando a Michael, que jugaba en un corral a un lado del desayunador. Terry se preocupaba tanto por sus hijos como por el hijo de sus empleados, ellos eran su prioridad.

Los Granchester como todas las familias de Inglaterra dependían de la tarjeta de racionamiento para comprar sus alimentos, pero se veían en la necesidad de también recurrir al mercado negro para conseguir lo que no podían comprar en las tiendas del pueblo. Mike se encargaba de conseguir abarrotes en las ciudades grandes alrededor de Stratford, incluso iba alguna vez en el mes a Londres para abastecerse con los comerciantes del puerto, como lo había hecho siempre. Tenía una amplia red de contactos que le proporcionaba carne, harina, café, azúcar, té, tocino o cualquier otra cosa que necesitaran.

Además, en un terreno de la cabaña, había hecho un huerto junto con Candy, allí cultivaban algunas verduras, hierbas aromáticas, medicinales, y contaban, además, con la enorme generosidad de los granjeros del pueblo y las villas circundantes, a las que Candy les prestaba su atención como enfermera y partera sin cobrarles un chelín. Siempre llegaba cargada de manzanas, huevos o leche. Stratford era una pequeña ciudad comercial, a donde los productores rurales llevaban toda su mercancía y productos una vez a la semana y muchos de ellos recibían las atenciones de la amable enfermera. De ese modo, como todos en Inglaterra, los Granchester se las arreglaban de todas las formas posibles para estar abastecidos, no en la abundancia preguerra, pero se las arreglaban suficientemente bien para que al menos los jovencitos y niños de la familia se alimentaran lo mejor posible.

—Almorzaré y tomaré el té en la hostería con Oliver, así únicamente debe preocuparse por ofrecerles algo a los muchachos a la hora del té —propuso Terry como una opción para que Martha tuviera suficiente comida para los chicos y su propio hijo.

Al contrario de los hogares, los restaurantes y hoteles estaban exentos de las restricciones impuestas por el gobierno. Así que quienes podían pagar recurrían a ellos para suplir las carencias que imponía el racionamiento en sus casas.

El día pasó y estaban todos reunidos en el comedor para cenar, a excepción de Oliver, de manera inusual el muchacho no había llegado con su padre de regreso del teatro. Se había excusado con él aludiendo que pasaría un rato antes de la cena por el pub, donde frecuentemente se reunían los jóvenes de su edad para tomar una cerveza y conversar sobre la guerra, no había otro tema por el momento.

—Bueno, empezaremos sin él —sentenció Candy cansada de esperar.

—Debió distraerse en el pub, debe estar por volver, comamos que muero de hambre —convino Terry mientras se servía un vaso con agua.

Evelyn ayudó a su madre a llevar las charolas a la mesa y cuando se sentó espetó.

—No está en el pub, hoy hay ensayo del coro, debe estar esperando a Madelaine.

—¿A Madelaine?, a qué Madelaine te refieres, acaso a la hija de Sir Archibald. ¿La hija de mi amigo?

—Está enamorado de ella —remató Anne.

Candy y Terry no hicieron más que mirarse sorprendidos. Era cierto que él especialmente lo había notado más distraído y un poco ensimismado, pero jamás se pudo imaginar que se debía a que estuviese enamorado.

—Papá hasta yo me doy cuenta —intervino Albert —todas las mañanas va a despedirse de las chicas a la parada del autobús... por qué crees que sale de aquí tan temprano.

—Es cierto... y no va a despedirse de nosotras —recalcó Anne de nuevo.

—Finge que se cruza casualmente con nosotras en la parada del autobús, de camino al teatro, ahí se queda como un tonto esperando que subamos y el autobús se aleje, ¿no es cierto Anne?

—Es cierto papi —confirmó Anne con sus ojos azules muy abiertos.

—Ósea que todos saben —dijo Terry riendo y asintiendo con la cabeza mientras volvía a mirar la cara de asombro de su esposa.

—Muy bien, ya todos dejen de especular con la vida de su hermano. Seguramente debe tener una muy buena explicación para llegar tarde a cenar, ustedes jovencitos dedíquense a comer, el estofado está delicioso y se enfría en sus platos —les reconvino Candy.

Todos rieron, incluyendo Candy que trataba de recomponerse, mientras le lanzaba miradas a Terry, que, en ese instante, producto de las carcajadas, se quejó con ella de un repentino dolor de espalda que había comenzado esa misma tarde. Para ella estuvo muy claro que pasar tantas horas frente a la máquina de escribir le estaba afectando. Él había comenzado el trabajo de escribir su propia adaptación de Cuentos de Navidad de Dickens, para estrenarla el año entrante. Candy hizo un repaso mental, pensando si acaso tenía en su maletín un linimento que usaba para tratar a sus pacientes con dolores en las rodillas, y en las articulaciones. Lo buscaría para tratar la adolorida espalda de su esposo antes de dormir. Terminaron de cenar sin Oliver, el chico apareció en la casa justo en el momento en que Evelyn y su madre lavaban y colocaban la loza en su lugar.

El chico entró y atravesó el salón a donde se encontraban sus hermanos menores jugando una partida de baraja inglesa, y Terry le leía una historia a Anne y Duncan acomodados a cada costado en el sofá. Los vio a todos sintiéndose avergonzado, y continuó hasta la cocina.

—Mamá perdona, no quise faltar a la cena, me quedé charlando en el pub.

—¡Charlando y fumando! —Candy se acercó a él para olerlo y palmearle el hombro.

—Sólo fume un cigarrillo cuando caminaba para acá.

—¿Comiste algo? —le preguntó.

—No.

—Te guardé estofado —Candy descubrió un plato con el guiso y una rebanada de pan que tenía tapado con un paño de lino, y lo sirvió en la mesa de la cocina. —Come —le dijo en tono dulce mientras le apretaba la mejilla.

En respuesta, Oliver se inclinó un poco y se recostó del hombro de Candy, en un gesto maternal ella le correspondió con un abrazo y un beso en la mejilla. Era la manera del chico de disculparse, sabía que su madre no solo se preocupaba por el hecho de faltar a cenar, estaba el hecho de que la Lutwaffe podría aparecer en cualquier momento surcando el cielo sobre sus cabezas e iniciar un bombardeo, y ella moriría de miedo si lo supiera afuera, sin la certeza de que se estuviese protegiendo en un lugar seguro.

Candy salió de la cocina y fue hasta el salón, era hora de que sus hijos fueran a dormir. Ella y Terry se quedarían a escuchar el boletín de la BBC de las nueve, un ritual que se seguía en todos los hogares de Inglaterra. Uno a uno los chicos se fueron despidiendo primero de su padre y luego de ella. Terry tomaba el rostro de cada uno entre sus manos para darles un beso y les deseaba las buenas noches. Evelyn se ocupaba de sus hermanos menores, subía con ellos para asegurarse de que se asearan los dientes, se pusieran sus pijamas y entraran a sus camas. Luego se unía a sus padres en la planta baja para escuchar la transmisión, a la que pronto también se les unió Oliver. Los cuatro escuchaban atentos las noticias mientras saboreaban una última muy ligera taza de té, preparada con apenas unas pocas hebras. Esa noche, la emisora retransmitía el discurso que esa misma mañana había pronunciado Churchill en el parlamento, los nazis habían concluido la ocupación de Grecia y Yuguslavia, con ello ahora dominaban a toda Europa occidental. Nuevamente, el mensaje del primer ministro era resistir.

Un rato más tarde, cuando todos se habían ido a sus habitaciones, Evelyn salió de la suya para ir hasta la de su hermano. Tocó la puerta y esperó mientras tamborileaba los dedos sobre la madera.

—Espera —le dijo Oliver desde adentro.

El muchacho abrió mientras se cerraba su bata sobre el pijama.

—¿Charlamos? —preguntó Evelyn.

—Sí. Pasa...

Ella se quedó unos segundos paraba en el umbral prestando atención al ruido que provenía desde el cuarto de sus padres. Se había escuchado un quejido de Terry y después risas. Ella puso los ojos en blanco y resopló.

—Ya entremos, no me quedaré aquí escuchando el retozo de nuestros padres... son irritantes.

—Ja,ja,ja —Oliver rio —¿por qué te parecen irritantes?, son un matrimonio enamorado.

Caminaron hasta la cama y Oliver se tendió sobre ella, descansó su nuca sobre sus manos. Ella se acomodó a su lado, también mirando al techo.

—¿Estabas con Madelaine, cierto?

—La acompañé desde la iglesia a su casa. Estuve en el pub también un rato —guardó silencio unos segundos —John Taylor fue llamado, se irá al ejército en dos semanas.

—Lo conozco, también a su hermana, voy con ella a Warwick...

—Ev por qué crees que no me han llamado.

—Es porque eres americano, y Estados Unidos no le ha declarado la guerra a Alemania.

—También soy británico. Nací allá, pero tengo nacionalidad británica... ay cómo no lo sabes —se quejó.

—¿Por qué quieres ir a una guerra?

—Nadie quiere ir, pero hay que luchar contra ellos. Proteger Inglaterra, no podemos permitir que nos invadan, que sigan amedrentándonos. Quedarme aquí de brazos cruzados no es una opción para mi Ev. Me siento en el deber de contribuir con lo que creo es una causa justa.

—Hablas como Churchill —afirmó la chica.

—Deberías prestarle atención a Churchill, todo lo que dice es cierto —Oliver se quedó pensativo y agregó —aún nos queda un año.

—¿Un año?

—Para que Albert cumpla dieciocho. Si William y yo nos enlistamos, es poco probable que llamen a Albert.

—¡Lo tienen planeado! Tú y William...

—shshsh no alces la voz, no pueden saberlo —dijo refiriéndose a sus padres.

—Ollie cuéntame ahora mismo que es lo que planean.

—Eso, alistarnos. De ese modo disminuimos la posibilidad de que Albert sea llamado. Yo iría a la RAF y Will como médico de guerra. Creemos que hay poca probabilidad que llamen a Albert si ya dos de sus hermanos están en el servicio. Will ha hecho averiguaciones. Estamos resueltos.

—No puedo creer lo que escucho. Matarán a nuestros padres, matarán al abuelito.

—Ev en verdad en qué mundo vives. Acaso no te das cuenta de lo difícil que se nos ha vuelto la vida, lo difícil que se nos hace comer, dormir en paz. Comer es una proesa.

—Pero somos ricos...

—En serio no entiendes nada. Ya no basta con tener dinero para comprar, todos debemos usar cupones de racionamiento, pobres y ricos. Tenemos que recurrir al mercado negro para obtener más comida. Sí, es cierto, el dinero nos ayuda a conseguir mayores cantidades. Mike se mueve entre Londres y Birmingham para conseguir comida, tiene contactos en todas partes y sigue siendo insuficiente. Acaso no te has dado cuenta de que, papá y mamá usan las mismas hebras de té, que a veces solo desayunan una rebanada de pan con mantequilla mientras tú comes huevos con jamón. Comen estofado de carne sin carne, las noches en las que no es suficiente para todos.

Evelyn no pudo creer lo ciega que había sido hasta ese momento. Todo era cierto. Esa misma mañana había visto como sus padres, Mike y Martha, solo desayunaban pan con el té. Eran días duros en los que la escasez se acentuaba, debido al bloqueo de la marina mercante. El gobierno de los Estados Unidos enviaba semanalmente cien mil toneladas de comida a Inglaterra, pero parte de este cargamento se hundía en el Atlántico por el ataque nazi, a eso se debía sumar los destrozos por los bombardeos en Coventry la ciudad industrial del reino.

—Sé que tienes razón, pero por favor no nos dejes Ollie. ¿Papá que haría sin ti?

—Sé que será difícil, pero alguien tiene que detener a Hitler.

—Pero tú no lo harás...

—Pero puedo ayudar Ev. Subir a un avión y protegerlos de esos malditos nazis.

—Si recuerdas que el primo de mamá, Alistair, fue piloto y murió en la Gran Guerra, esto será devastador para ella Ollie. Por qué quieres ir a la RAF (Real Fuerza Aérea), no eres piloto.

—Me entrenarán tontita, y no pienso morir, aún debo ganarme el papel de Hamlet. Cuando la guerra termine, y hayamos acabado con los nazis, volveré a los escenarios. Papá estará orgulloso de mí, también el abuelo.

Evelyn tomó la mano de Oliver para entrelazarla y llevarla hasta su pecho, en un suspiro la apretó con fuerza. Con mucho dolor entendía que todo lo que su querido Ollie le decía era cierto, y que ni siquiera su madre iba a ser capaz de convencerlo de cambiar de opinión, todo era además cuestión de tiempo, pronto los largos brazos de la guerra iban a alcanzar a sus hermanos varones de forma voluntaria o no, el destino de los jóvenes era el combate, un destino del que era difícil escapar.


Dear Terry: Nosotros en la tempestadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora