Memorias

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—Ya viste aquellas estrellas? Están juntitas como una familia, siempre reunidas — le señalaba Craig a su hija.

Ambos estaban recostados en el suelo sobre una manta en medio del campo, Amelia cumplía cuatro años y su padre le había prometido mostrarle las estrellas. El sol ya se había escondido en el horizonte, pintando el cielo con tonos naranjas y rosados antes de dar paso a la noche. Las primeras estrellas comenzaban a hacerse visibles, titilando tímidamente en el firmamento oscuro. El pelinegro tomaba la mano de su hija mientras observaban el amplio cielo que ahora se teñía de un azul profundo, como si se abriera un lienzo estrellado sobre sus cabezas.

—Puedo verlas, papi, se ven pequeñitas— dijo Amelia con asombro mientras señalaba el cielo estrellado.

—Y aún podemos verlas mejor.— Craig tomó a la pequeña y caminaron unos pasos hacia donde tenían sus cosas. De un estuche negro largo, extrajo con cuidado un telescopio.

Amelia observaba cómo su papá montaba aquel artefacto con meticulosidad, estaba entusiasmada por usarlo. Cada pieza del telescopio encajaba con precisión y cada ajuste era hecho con destreza. Al terminar de instalarlo en aquel lugar perfecto, el pelinegro comenzó a calibrarlo y ajustarlo para obtener una vista nítida y clara de las estrellas.

—Listo, Amelia, ven aquí.

La niña caminó hacia él, Craig sacó un banquito y lo colocó con firmeza en el suelo. Le indicó que subiera y con su ayuda, ya estaba arriba de ese objeto que le daba acceso a un mundo nuevo.

—No me sueltes, hija, sostente bien de mí. Acércate y observa por el ocular, es este pequeño lente aquí— indicó el azabache, mientras la ayudaba a acomodarse y le mostraba cómo usar el telescopio.

Amelia asintió emocionada, sus ojos brillaban con anticipación. Miró a través del ocular, y de repente, el cielo se abrió ante ella de una manera que nunca antes había experimentado. Aquellas pequeñas luces que antes solo eran destellos en el cielo, ahora se desplegaban en todo su esplendor. Cada estrella parecía tener su propio brillo y personalidad, y algunos destellos más intensos incluso dejaban un rastro parpadeante en su visión.

—Papi esto es muy bonito, me encanta.

—Sabía que te gustaría, feliz cumpleaños.

—¡Quiero ver esto por siempre!

Craig estaba radiante al ver la emoción de su hija. Sentía que en ese momento, su promesa de mostrarle las estrellas había sido cumplida con creces. Verla tan emocionada y fascinada le llenaba de alegría y le recordaba la magia de lo simple y hermoso en la vida, sentía que todo lo que hacía estaba valiendo la pena. Después de pasar un rato maravillándose con el cielo estrellado, ambos volvieron a recostarse en el césped, disfrutando del aire fresco antes de regresar a casa.

—Buu, las estrellas ahora se ven como manchitas blancas, en el gran lente se veían mejor— reclamó Amelia, y Craig no pudo evitar reír ante su comentario ingenioso.

—Lo sé, hija, cuesta acostumbrarse, pero incluso ver el cielo así tiene su belleza— dijo Craig mientras se acercaba a Amelia y la rodeaba con su brazo, transmitiéndole cariño y tranquilidad.

—Papi.

—Dime, cariño.

—Mami está allá arriba como me dijiste, ¿verdad?

La pregunta de Amelia tomó a Craig por sorpresa, sintió un nudo en la garganta ante la mención de su madre. Se aclaró la garganta antes de responder.

—Sí, mami está allá arriba, la estrella más grande y preciosa de todas.

—Creo que mami está ahí—la niña señaló a cierto punto en el cielo— esa estrella está muy grande y bonita.

Melódico Drama!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora