Sospecha

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—¿A qué hora llegará la directora? —se quejó Red mientras comenzaba a guardar con meticulosidad algunos instrumentos en el aula de música. La inquietud en su voz era palpable, sus dedos ansiosos rozaban las partituras.

—Tranquila, no creo que tarde. Cuando la directora dice que vendrá a una clase, lo hace... o al menos siempre ha sido así —respondió Tweek, mientras revisaba los registros de asistencia en su escritorio, manteniendo la esperanza en su tono.

La tensión se sentía en el aire. Ambos profesores estaban ansiosos por la visita de la directora. Sus esperanzas descansaban en que Amelia demostraría por qué merecía un lugar en la orquesta escolar. Aún no habían revelado nada a la pequeña, temían crear falsas expectativas si, aún después de presenciar su innegable talento, denegaban su entrada al grupo.

—Profesor Tweek, ¿podríamos salir ya? Mis padres me están esperando afuera —se acercó un alumno tímidamente, desviando la mirada del profesor, que aún parecía absorto en sus papeles.

—Oh, sí, claro. Ya pueden salir, chicos. Solo guarden muy bien sus cosas, entreguen los instrumentos que faltan y acomoden sus asientos —anunció Tweek, finalmente levantando la vista y sonriendo al alumno que le había interrumpido sus pensamientos.

Una oleada de alivio recorrió a los estudiantes, quienes, con rapidez y entusiasmo, comenzaron a obedecer las instrucciones de sus profesores y a prepararse para el esperado final de clase. Amelia también se unió al coro de movimientos apresurados.

—Qué lástima, ¿verdad? La lista de los alumnos que participarán se enviará pronto. De verdad, esa niña merecía estar en la presentación —dijo Red con decepción en su voz, mientras cerraba con cuidado la tapa de un estuche de violín.—¿Sabes qué? iré a buscar a la directora, no tardo —anunció con determinación, tomando la iniciativa mientras se dirigía hacia la puerta.

—Maestro T, nos vemos —se acercó Amelia a darle un abrazo de despedida. Su sonrisa era como un rayo de sol en el aula. Tweek la abrazó con cariño, tratando de ocultar su preocupación bajo una fachada de alegría.

—Espera, Amelia, ¿ya tienes que irte? —preguntó el rubio mientras tomaba la mano de la pequeña con gentileza.

—Uh, pues en realidad Anna y yo íbamos a jugar en el patio. Nuestro autobús llega exactamente a... uh —la pequeña miró su reloj digital— cuando el reloj marque las 3 de la tarde.

—Falta media hora para eso... ¿Creen que pueden quedarse? —propuso Tweek, buscando ganar tiempo para la posible llegada de la directora.

—Mmm... ¿qué opinas, Anna? —preguntó Amelia a su amiga, mirando a su compañera emoción.

—Uhmm, no tengo problema. ¿Qué hacemos? —respondió Anna con una sonrisa, mostrando su disposición para continuar en el aula.

—Podemos platicar, ¿qué les parece? —propuso Tweek, intentando desviar la atención de las niñas hacia una conversación cualquiera —. Mmm... ¿qué les va pareciendo la clase?

—Excelente, profesor Tweek. Cada vez que le cuento a mi mamá sobre la clase, se pone muy contenta —dijo Anna muy animada, dejando claro que disfrutaba mucho de la enseñanza de su maestro.

—A mí también me gusta mucho su clase, maestro T. Mi papá también se pone feliz cuando le cuento mis experiencias. Ayer le mostré la nota que me dio y me ayudó a leerla. Gracias —expresó Amelia con gratitud, revelando el impacto positivo que la enseñanza de Tweek tenía en su vida.

—No hay por qué agradecer, Amelia. Lo mereces. De hecho, tocas muy bien el violín. Sé que ya te lo dijimos, pero es muy especial encontrar personas de tu edad que dominan el instrumento como tú.

Melódico Drama!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora