15.-La curiosidad no mató al gato, ahogó a Susan.

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La camilla está caliente y la almohada se ha puesto dura y plana con el paso de los minutos en este lugar, el cuarto no puede ser más sombríamente blanco porque si hay más blanco me quedaré ciega, lo juro.

Trato de distraerme pensando en cómo llegué aquí, y más interesante aún, por qué tengo una máquina de oxigeno sobre toda mi cara; y... ¡ah, sí! Es porque el Dylan, el muy torpe e idiotamente Dylan, me empujó al helado mar de la alborotada Nueva York. Y es una linda historia de oír, para él, pero para mí fue algo como así:

Luego de haber visto a Mathew y haber disfrutado de la mejor/peor experiencia del mundo al volver a oír su firmemente y muy engrosada voz, comenzamos Dylan y yo a caminar cerca del muelle, junto a la Estatua de la Libertad; él estaba exigiéndome explicaciones sobre Math y yo me reusé a conversar con él acerca de mi intimidad con el primer chico que me gustó, no por nada especial, simplemente no puedo andar por la vida diciéndole al mundo mi historia amorosamente infantil, simplemente ¡no con Dylan! Y un segundo punto, estaba enojada con él. Mucho. MUCHO.

-¡Ay, por Dios!-exclama Dylan algo alterado, no mucho-Sólo escupe la estúpida historia, Susan.

Niego con la cabeza-Déjame en paz.

-¿Quién es ese?-dice-¿Qué te traes con él? Digo, porque esa mirada tuya era muy apasionada, un poco más y los ojos se te salen del brillo. Felicidades, Susan. Lindo, lindo.

-Ya cállate-exclamo-Digo, ¿Cuál es tu problema?

-No sé quién es él.

Lo miro-No todo debes saberlo, Dylan.

-Todo sobre ti sí-dice-Eres mi mejor amiga, estaría bien saberlo.

Me golpeo la cara.

-¿Qué? ¿Qué está mal, Susan?

Yo paso la mano por el barandal de madera junto al muelle, el que nos divide de la helada agua; está un poco flojo y la madera se ha desgastado con el tiempo.

-Nada, no hay nada mal-Digo, seria y sin mirarlo; mi mirada se pierde en el agua.

Ambos callamos por un par de segundos.

-Y bien, ¿quién es él?-dice.

-¡AY, YA CÁLLATE Y DÉJAME EN PAZ!

Él sonríe y mete las manos en sus bolsillos. Calla, reflexionando.

-Sabes,-dice él-esto fuera más fácil si tú me dijeras quién es él.

No respondo, él ya sabe mi argumento y no voy a cambiarlo; así que es mejor quedarme callada.

Uno de los cordones de mis zapatos se atora entre las maderas del puente, yo pateo para sacarlo y sigo caminando. Están pasando los minutos y Dylan deja de insistir.

Hasta que yo digo:

-Además, ¿por qué te interesaría saber algo acerca de alguien que no te agrada?

Él sonríe-Ay, por favor. Mathew sí me agrada, digo, es un buen tipo.

-Bueno, demostraste lo contrario-digo.

-Tenía hambre-contesta-Y estoy muy arrepentido.

Resoplo-No suenas arrepentido.

-Lo estoy.

Piso el cordón suelto de mi zapato y tropiezo, por lo que decido agacharme para arreglarlo; quedo totalmente libre de cualquier protección porque la baranda no está diseñada para la gente que se agacha a atarse los cordones de los zapatos, es más como un pasamanos.

Mi Perfecto Idiota.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora