(2 días antes de la República)
Dos días para ser libres, dos días para que una nueva nación marcara el final de una era.
Si bien su trabajo no podía parar —conociendo a quienes se enfrentaban—, el aire en la trinchera sur se sentía mucho más liviano, con las preocupaciones del día a día quedando relegadas a un segundo plano. Inclusive la temperatura durante el día era más soportable, así lo sintió Leryda, que llegaba con la comitiva de la ciudad capital.
Cruzar la frontera entre los bosques de coníferas y el paraje inhóspito color rojo fue una válvula de presión, la noción de que había podido salir sana y salva del lugar que le enseñó a tenerle miedo al poder era un bálsamo para su mente.
Esa corta aventura diplomática le refrescó la mente, sintiéndose aún más afortunada de haber tomado las decisiones que tomó y tener la oportunidad de reencontrase con las personas que la habían acogido en esa tierra llena de sufrimiento, no por quien era, sino por lo que podría aportar.
Y hablando de personas...
La primera con quien Leryda se topó en su regreso fue con su compañera Erlín, la primera formada en un pasillo de soldados recibiendo a los valientes que tuvieron que sacrificar su cordura y todo sentido de seguridad para entrar en la cueva del lobo.
Nunca había visto a su confidente uniformada: toda la ropa le quedaba inmensa, sería un total misterio descubrir a quien le había pertenecido —o si seguía vivo—; la pintura roja con la que trazaban una equis en el pecho se estaba desprendiendo, seguramente le había dado primero una lavada antes de ponérselo.
Pero allí estaba, orgullosa de darle sus respetos a esa figura poderosa que pensaba que no conocía el miedo, mientras Leryda por fin podía volver a respirar y ver de nuevo esos ojos diamantinos que se llamaban de lágrimas al verla.
Esa belleza no se encontraba en la capital, había muerto hace años.
La noticia del acuerdo se haría pública en 2 días, intentando que los soldados no se relajasen demasiado. De todas formas, los rumores se esparcieron rápido, alguien había soltado la lengua demás, pero nadie castigaría a esa persona si de casualidad la consiguieran.
El verdadero recibimiento de Leryda ocurrió esa noche, entre la algarabía contenida por los rumores, entre la alegría que se vivía por los pasillos de aquel lugar horrendo que por fin tomaba algo de color.
Como si las lámparas de queroseno se iluminasen con más fuerza o la luna brillara con más intensidad, el desierto de los rojos brillaba y la trinchera sur era la vela que acababa con la oscuridad inmensa de esa tierra indómita.
Erlín saltó a sus brazos, subiéndose a ella como un mono. Todavía llevaba el sombrero de soldado puesto, chocaba con su ropa diaria, pero el detalle no disgustó a Benett.
Leryda no pudo con el peso de su compañera, así que ambas cayeron sobre la arena tibia entre risas.
Lo primero que Erlín hizo fue confesarle que no había podido ser ella misma en esos 3 días.
—Imaginarte en esa ciudad horrenda, con tantos ojos sobre ti, tantas manos que quisieran hacerte daño... ¿Me llamarías loca si te confieso que dormí poco estos días?
«Estás más cuerda que yo, Erlín», pensó, mientras intentaba idear otra forma de comunicar lo que sentía.
Benett a veces olvidaba que esa mujer era su confidente, que podía desahogarse con ella como lo hizo el día antes de su partida, y que siempre encontraría consuelo entre sus brazos. La costumbre de no tener a nadie la convirtieron en lo que era: un cúmulo de sentimientos y sensaciones sin procesar.
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Olvidada: La Nación Sin Nombre
General FictionLa Teniente, una heroína que se debate entre la cordura y el abismo de sus pensamientos, rememorará sus vivencias durante la gran Guerra Civil, un conflicto que acabó con el mandato solido y despiadado de los Caudillos y su Federación forjada en san...