.... Así mismo, se declara a la región del cañón como nación libre y soberana, dueña de su propio destino y voz activa en las decisiones del parlamento. La federación, ante la resistencia constante y efectiva que logramos durante los últimos 6 meses, decidió entregarnos los territorios y firmar un armisticio que entrará en vigencia a partir de las 6am del día de mañana...
Los rebeldes escuchaban extasiados lo que la pequeña radio decía, las palabras de su representante y ahora encargado de la república Robert L. Darlington eran poesía en los oídos de los soldados, quienes trataban de hacer silencio para no perderse ni el más mínimo detalle.
... Las fábricas y fundiciones volverán a abrir sus puertas, las empresas son llamadas a operar a la brevedad posible. Todo lo que se produzca será adquirido por la federación, quienes se comprometieron a pagar un 20% del precio estipulado, pero no se preocupen, mis asistentes y yo lucharemos para que ese porcentaje crezca cada vez más, ¡todo eso será de la república!, para invertirse en quienes lo necesitan, en todos sus habitantes sin importar su origen o etnia. ¡Todos somos iguales en esta república!...
Esa noche nadie durmió, solo hubo celebración en las masas de soldados que esperanzados miraban hacia el futuro. El furor de tantas personas que durante meses abandonaron hasta la última pizca de inocencia que les quedaba y vieron la muerte como una posibilidad en muchas oportunidades. Celebraban por haber sobrevivido y por quienes no habían tenido tanta suerte. Los reclutas que habían abandonado sus vidas comunes se veían durmiendo en camas más cómodas, trabajando y retomando lo que hacían antes del conflicto. Los soldados rebeldes se convertirían en el ejército de la nación emergente, responsables de proteger lo que habían logrado con su resistencia.
Hombres y mujeres por igual, felices de que todo hubiese terminado, gritaban y festejaban en la superficie junto a las lámparas de keroseno y las estrellas que adornaban el firmamento con gran belleza. Los fusiles ya no descansaban sobre sus cuerpos, pensaban que era hora de bajar esos trozos inhumanos de hierro que se habían adherido como un apéndice más; empuñarlos se había convertido en un hábito y depender de ellos era algo sádico y vil.
Se sentía la despreocupación en el aire. Los últimos meses había reinado una paz incómoda en las trincheras, todo estaba tranquilo, pero en algún momento podría llegar una ofensiva grande y voraz con intenciones de pulverizarlos. Pero por fin había llegado el momento de dejar eso atrás, de abrazarse y olvidar la violencia de tiempos recientes.
Unos niveles más abajo, en algún rincón de las cuevas, Leryda descansaba sobre el regazo de Erlín, se había quedado dormida después de pasar casi toda la tarde poniéndose al día. Se notaba que no había dormido muy bien esos días, por más que lo disimulara, sus parpados oscurecidos mostraban la realidad y no la culpaba, seguramente los tuvo vigilando cada segundo.
Erlín había disimulado su preocupación al oír el relato de la teniente sobre sus días en la capital, no quería que se enterase lo infernales que fueron sus días ausente, lo difícil que fue actuar con naturalidad sabiendo que en cualquier momento pudiese surgir una mala noticia.
Para ella, la capital, la ciudad insignia de la Federación, era como una serpiente venenosa. Todos esos edificios enormes que fungían como colmillos, lugares con un millón de ojos capaces de ver hasta lo más insignificante de las personas, repletos de gente enferma que se creía dueña de todo lo que existiera fuera de ese valle frío. Cualquiera que se atreviese a entrar allí, caería en un ciclo sin fin, se olvidaría de sus raíces y trataría de encajar. Pero Leryda era una excepción, quizás el crecer fuera de ese lugar tan estéril la hizo ser tan especial para ella.
Tuvo que verla llegar, uniformada y con su aura poderosa, para dejar de estar preocupada. Tuvo ganas de ser impulsiva, correr hasta ella y apretarla contra su ser, sujetar su rostro entre sus rústicas manos y no soltarla en ningún momento, pero las reglas de ese lugar, de esa institución que se acababa de formar, se lo impedían. No obstante, sabía que pronto se irían de allí y esas reacciones impulsivas que hacían retumbar su corazón serían cosas del día a día. Estaba segura que serían inseparables.
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Olvidada: La Nación Sin Nombre
General FictionEn una Nación sin nombre, cualquiera puede ser un héroe. La Teniente, una heroína de guerra perdida en la historia y olvidada por la mayoría se hallará entre la espada y la pared para defender a la jóven República de quienes la gobernaron con mano d...