Capítulo 7: Pecado Original

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El viaje de regreso fue tan largo, que el tedioso paisaje árido y costero estuvieron a punto de hacerla cabecear, pero siempre corría la suerte de despertar al instante, no quería un sueño desagradable, no necesitaba la empatía de estas personas ni la de nadie, llamar la atención con su locura era lo último que quería. Se quedó observando por un buen rato al oficial frente a ella, se dio cuenta que él también la miraba disimuladamente por el retrovisor, no podía mantener su vista fija en ella, como si le incomodara su presencia o estuviese viendo algo desagradable.

Después de la primera hora de camino, Moraes se quedó dormido y los ronquidos grabes la ayudaron a mantenerse despierta. El piloto Oswald no parecía preocupado por su copiloto, debía ser algo común. El único momento que despertó por más de 10 minutos fue cuando pasaron por unas obras, un puente había colapsado e intentaban sacar un camión cargado de arena del lecho del río. Lo que quedaba del puente estaba esparcido a varios metros del lugar, empujado por la corriente.

Tuvieron que esperar que unos obreros hicieran un camino alterno, recordaba sus uniformes azules, poco prácticos para trabajar con tanto calor.

Los túneles se empezaban a hacer repetitivos, la capital estaba cerca y los recuerdos que nunca había tocado acostada sobre su hamaca empezaron a aflorar, eran quizás de los más desagradables que conservaba, esos no se borrarían por más tiempo que pasase aislada. El clima la transportaba a otra época, una donde ella era otra «cosa». No sabía cómo describirlo, no quería imaginarse qué sería de ella si no hubiese tomado las decisiones que tomó, si su lealtad se hubiera mantenido firme pese a todo, si hubiera sido fiel a los difuntos y sus ojos hubiesen permanecidos cerrados.

Oscuridad, lo más probable es que hubiera encontrado la oscuridad que ahora añoraba y antes temía.

Al entrar a la autopista sur, una vía kilométrica que atravesaba las montañas hasta llegar al corazón de la ciudad, recordó esa noche: era la reinauguración del Hotel Lesoto, justo en el centro de la capital. 

Los caudillos Federales, por esos años, eran tan impopulares tanto dentro como fuera del país. Muchos de ellos ―sobre todo los más viejos y poderosos ―, tenían cantidades desorbitadas de dinero en sus cuentas. Era tan irreal su fortuna, que se estimaba que sería suficiente para que 5 generaciones de su familia vivieran sin conocer el trabajo.

El problema llegó cuando, al conocerse todas las atrocidades que cometían, las autoridades internacionales se hicieron eco y bloquearon hasta la ultima cuenta bajo sus nombre. Por lo cual, solo podían gastar su dineral dentro del país donde eran casi reyes, algo insólito, pero que se llevó muchos aplausos.

Así que se pusieron manos a la obra y se dijeron a si mismos que el turismo seria un recurso interesante a explotar ―y del que se podían beneficiar mucho― 6 años antes de que la idea de una guerra pasara por sus mentes.

Para ellos un enfrentamiento como ese era ilógico: ellos tenían el poder supremo, ademas de el cariño incondicional de su pueblo.

Ahora la guerra no solo había estallado, sino que tocaría las puertas de la capital más pronto que tarde: «¡pero no hay porque temer! ¡el temeroso es el primero en morir! Si nos hacemos la vista gorda, el mundo nos mirará y al notar nuestra tranquilidad nos olvidará pronto»

El Hotel Lesoto, brillante, lujoso y moderno no fue ni el primero ni el ultimo gasto acometido por ellos.  «Hay que mostrarle al mundo que todo está bien en casa», se decía en las reuniones de miembros.

La tensión era notable esa noche. De camino al hotel se toparon con 5 bloqueos, el toque de queda no había hecho efecto. Carros detenidos en plena calle, contenedores de basura en llamas que impedían el paso, latas llenas de gasolina a forma de antorchas.

Olvidada: La Nación Sin NombreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora