El calor del desierto, hormigón y acero.
La base de "Las Brujas" era una mezcla de esos tres elementos. Varios metros debajo del árido desierto, en un lugar que ni el más aventurero se atrevería a visitar. Se despertaban cada día con el cantar de las aves de rapiña, que atravesaban las rejillas de ventilación como gritos lejanos. La luz polvosa penetraba a través de ellas, regando arena roja por todo el suelo que tronaba debajo de las botas de los soldados.
Allí todos hablaban un mismo idioma, apegados a los dogmas del pasado, viviendo de un recuerdo amargo y añorando la gloria antigua. Marcano, líder y gran conocedor de esos temas, se encontraba sentado en la sala de mando del búnker con los dedos entrecruzados y la vista fija en la nada, analizaba sus ideas y pensamientos una y otra vez hasta encontrar respuestas a sus propias preguntas, preguntas que aún nadie le había hecho pero que tarde o temprano llegarían.
En su dedo todavía se mantenía el anillo de oro con la bandera roja y blanca en el centro, algo que en algún momento lo acreditó como alguien importante, pero que ahora era simplemente un bonito objeto de colección. Era consciente de que, sin su mentalidad, jamás se hubiera recuperado de su desgraciado destino, sería un ermitaño que viviría en un confín remoto del mundo, con otro nombre y sin más interés que deambular recordando sus momentos de gloria.
Para él, el mejor líder era aquel que sabía aprovechar la calma tras la derrota con el fin de recomponerse, rearmarse y contraatacar mientras el enemigo aun celebra. Sus actuales adversarios se la habían puesto fácil, pues ya nadie celebraba la victoria. Nadie relataba con orgullo los pasajes bélicos de años pasados, ni se daban golpes en el pecho diciendo: ¡la república o la muerte! Era el tiempo de rectificar, de infundir el orgullo Federal perdido, sin importar que los corazones más débiles se agrietaran en el proceso.
Le resultó difícil, pero lo logró. Sus difuntos camaradas se aseguraron de que su legado no muriera con ellos. Decenas de miles de personas que la República renegó y no dudaron a la hora de llamarlo comandante. Construyó un ejército uniendo los pedazos rotos de personas muy similares a él, mezclando tristeza con resentimiento y la grata oportunidad de tomar represalias. A esas personas solo les hizo falta algo de educación para hacerlos empuñar un arma en su nombre.
El nombre de su ejército estaba inspirado en un relato de ficción que le gustaba mucho, se trataba de cómo en un mundo lejano a las mujeres se las quemaba en hogueras por supuestamente ser una clase de hechiceras a las que llamaban "brujas", gente que se decía que volaba en escobas y lanzaban maldiciones sobre las personas que les obraban mal. La realidad es que ninguna fue "bruja" y todo eran inventos, solo las acusaban de esa manera por envidia o por temas personales, una forma sádica de desacerté de la gente que no te cae bien.
Ese nombre se amoldaba a la perfección, todo había sido un malentendido, un invento malintencionado para hacerlos ver como los malos. Y ahora que tenían todo el control, podrían hacerlos ver como dictadores autócratas sin sentimientos por su pueblo. La idea horrorizaba a Marcano y lo impulsaba a seguir adelante, era su café de cada mañana y su libro de cabecera cada vez que se acostaba.
Mientras giraba el anillo en su dedo, los participantes de esa reunión entraron por la puerta de acero sólido, los pernos y las marcas de soldadura combinaban con el aspecto general del lugar.
Sus personas de confianza: una mujer enorme con peinado que revelaba su pasado en las fuerzas y que llamaban Jersey, y un tipo barbudo con ojeras tan oscuras que parecían las concavidades de sus ojos, el cual Marcano sabía con seguridad que se llamaba Bertrand, lo conocía desde hace mucho tiempo.
―Siéntense, por favor. ―Los dos gigantes tomaron asiento. Si el líder no hablaba u ordenaba, ellos permanecían quietos―. ¿Cómo van las cosas? ¿Bien? ¿Qué tal Durmieron? ―les preguntó y ellos asintieron sin añadir más detalles. Marcano se sintió complacido por su bienestar, mostrándole su sonrisa que hacía tiempo lo había llevado a la tapa de muchas revistas. "El Rostro de la Perfección Federal" lo llamaron en la portada de la revista Populus―. ¿Dónde están los demás? ―Intercambió miradas con ambos―. Dije que a las 10 los quería a todos aquí.
ESTÁS LEYENDO
Olvidada: La Nación Sin Nombre
Ficción GeneralEn una Nación sin nombre, cualquiera puede ser un héroe. La Teniente, una heroína de guerra perdida en la historia y olvidada por la mayoría se hallará entre la espada y la pared para defender a la jóven República de quienes la gobernaron con mano d...