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El agua fría me tranquiliza, aunque mi cabeza no deja de estar agitada.

Busca una explicación a lo que me acaba de pasar. Le he mirado el culo a un tío y me he excitado. Esa es la realidad. La razón de que haya sucedido no la encuentro. Nunca me han gustado los hombres ni nunca me he fijado en ninguno. ¿Por qué con el nuevo...?

—No quiero forzar la maquinaria más por hoy —suena la voz de Jin—. Tengo los trapecios cargados y no quiero tener una lesión.

Abro los ojos y allí está, al otro lado, ocupando la cabina de enfrente como la otra vez. Al parecer ha decidido terminar su entrenamiento. Tiene una absoluta falta de pudor ante su desnudez, incluso me atrevería a decir que disfruta de exponer su cuerpo perfecto ante mí.

No contesto nada. Simplemente le doy la espalda con cierto pudor, como si ahora, después de media vida de vestuarios, me diera vergüenza que me vieran la polla.

Mis sentidos están aguzados, intentando adivinar sus gestos por el sonido del agua sobre su piel. Noto que los vellos de la espalda se me erizan, como si hubiera una corriente eléctrica, y me resisto a una voz que me dice que me vuelva, que lo mire a los ojos sin apartarlos, que descubra de una puta vez por todas qué pasa entre ese tío y yo.

De repente su voz suena a escasos centímetros de mi oído.

—Estoy sin champú. Ayer se me cayó el jodido bote. ¿Te importa si uso el tuyo?

Me giro en redondo. Está allí, dentro de mi cabina, mirándome mientras se aparta el flequillo mojado de la frente.

—Cla... claro —tartamudeo, como un gilipollas.

Alarga el brazo para coger el bote de la repisa y roza mi costado, como si no hubiera sido posible evitarlo. También se acerca demasiado. La sensación eléctrica recorriendo mi cuerpo se acrecienta. Tanto que su cuerpo desnudo está a escasos centímetros del mío. Estoy paralizado, como cuando sabes que algo va a suceder y no estás seguro de cómo vas a reaccionar. Él tarda demasiado, o el tiempo se ha detenido.

En ese momento baja la cabeza.

—Vaya —dice, y se muerde ese jugoso labio inferior.

Yo también miro hacia abajo, y veo que mi polla ha reaccionado igual que mi piel, y ha crecido y engordado unos cuantos centímetros. No digo nada. No me atrevo si quiera a moverme, aunque noto que mi respiración se ha acelerado.

Lentamente, muy despacio, Jin se pone de rodillas.

De rodillas.

Y yo sigo sin moverme, sin atreverme a decir nada, aunque sé lo que va a hacer. Y lo detesto. Y lo deseo. Y mi polla crece un poco más con solo imaginarlo. Al contrario de todo lo creíble, aquella posibilidad aún me excita más. También me confunde como nunca antes lo he estado.

Yo sigo sus gestos, hipnotizado por lo que está pasando. Veo cómo se ha quedado mirando mi nabo, a medio palmo de su cara, en toda su dimensión, con hambre en los ojos. Siempre he estado bien dotado, pero hoy parece más grande, con las venas marcadas que me caracterizan aún más duras bajo la presión.

Lentamente, Jin se acerca y, con una delicadeza que me arranca un dolor de deseo en los huevos, la besa. Es apenas un roce. Un gesto con los labios, y después con la punta de la lengua. Pero lo hace en el punto gusto que me arranca un escalofrío de placer. Parece satisfecho con el resultado, y se la mete en la boca. Yo contengo la respiración cuando empieza a mamar. Sabe lo que hace y cómo hacerlo. Son sus labios y su lengua mojando, absorbiendo, succionando, mientras la otra mano me masajea los huevos.

El placer me atraviesa en oleadas. Nunca me la han mamado tan bien. Con la presión justa, las lametadas precisas para que me vuelva loco.

Aprieto los glúteos y adelanto las caderas mientras observo cómo se la come, cómo lo disfruta, mientras con la mano libre se hace una paja. Eso aún me excita más, tanto que sé que me voy a correr de un momento a otro. Él parece darse cuenta, porque acelera los movimientos de su lengua, y la chupa más a fondo, tanto que me muero de placer. Cuando llega el orgasmo sé que es el más profundo de mi vida. El placer me atraviesa y me lacera, desde una parte de mí que desconocía.

Involuntariamente agarro con fuerza la cabeza del nuevo para clavarle la polla lo más adentro, hasta encajársela en la garganta mientras el chorro de lefa lo atraganta. Él intenta separarse, asfixiado porque mi verga ocupa toda su boca, pero yo no lo dejo. Me corro allí dentro. Con toda la longitud de mi nabo encajada en él. Hasta que el último espasmo me

sacude. Solo entonces lo suelto y él cae al lado, apoyado con una mano en el suelo, mientras tose y arroja semen por la garganta y por la nariz.

Yo intento recomponerme, comprender algo de lo que ha pasado, pero las piernas me flaquean.

Salgo de la ducha tambaleante, mientras él también intenta recobrarse sobre el suelo de piedra gris.

Mi cabeza es un torbellino donde la culpa, la incomprensión y los recuerdos del deseo se mezclan en un cóctel inexplicable.

Me visto a toda prisa, casi a manotazos y, aun colocándome la camiseta, abandono el gimnasio, porque me veo incapaz de mirar otra vez al nuevo a la cara.

GYM (KOOKJIN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora