Estoy entrenando cuando oigo aparecer a Jin. He dejado el cerrojo del portalón sin pasar para que no tenga que llamar y me interrumpa a mitad del entrenamiento.
Nuestro viejo gimnasio no se parece en nada a esos que aparecen en televisión, con máquinas que miden la grasa visceral y la cantidad de líquido retenido. Es a la vieja usanza, un edificio amplio y diáfano, unas cuadras, a las afueras del pueblo, donde el viejo Bill ha puesto máquinas y pesas, y desde hace un par de años una piscina cubierta de veinticinco metros que es el orgullo del condado.
—Estás sudando. —Se acerca a mí y arroja la mochila al suelo—. ¿A qué hora has llegado?
—Hace un rato.
En verdad ya voy por las últimas series. Me he venido antes de tiempo, no sé muy bien por qué, ya que hoy no tenemos planes Sue y yo y podría quedarme aquí hasta la hora del almuerzo.
Jin lleva unas calzonas muy cortas y camiseta de tirantas ajustada. A pesar de que todos los puestos están libres, se coloca en el banco que hay junto al mío. Él también tiene una mancha de sudor en el pecho y la espalda por lo que supongo que ha venido corriendo para calentar.
Sin decir nada empieza a trabajar las articulaciones para que estén listas antes de meterles peso. Yo continúo con mi tabla, hoy de cuerpo completo, intentando ignorarlo. No me apetece hablar y tampoco intimar. Hay algo en él que me desequilibra.
—Odio las zancadas. —Se está refiriendo al ejercicio que yo estoy practicando.
Lo miro. Ha empezado con sentadillas y me maravilla su técnica tan depurada, que le permite bajar hasta el suelo con la espalda completamente recta.
—No hay nada más eficaz para la flexibilidad de la cadera —contesto.
—¿Tienes problemas con eso?
Vuelvo a mirarlo. Hay una mueca de humor en su boca.
—No, no los tengo —contesto muy serio—. Pero hoy tocaban.
De nuevo se hace el silencio entre los dos. Sospecho que está midiendo hasta dónde puede llegar con su familiaridad, y yo no estoy dispuesto a ponérselo fácil. Apenas se oyen nuestros gruñidos cada vez que levantamos peso. Me maldigo por no haber puesto música, eso hubiera hecho este momento menos tenso.
Jin ha empezado a trabajar dominadas. Sé que me mira cuando cree que no lo veo, quizá porque yo hago lo mismo cuando él está de espaldas.
Entre una repetición y otra pasea arriba y abajo, practica algunos pases de boxeo y hace flexiones. Cuando termina las series vuelve al banco que hay a mi lado.
—Fue una pena que os marcharais ayer.
—Sue estaba cansada —y es cierto—, y yo quería madrugar.
—Lo pasamos bien.
—Me alegro.
Yo estoy con el press de banca, cargado hasta arriba de discos, y lo que menos quiero es hablar. Hoy pretendo subir una nueva marca y tengo que estar concentrado. Lo miro de soslayo y veo que se acerca hacia mí.
—¿Te ayudo? —pregunta.
—No hace falta.
—Déjame —insiste—, así tendrás más seguridad.
Decido que es mejor no protestar y que una mano me vendría bien.
Estoy tumbado a todo lo largo en el banco y Jin se coloca en la cabecera, para sujetar la barra cuando yo empuje.
Me preparo, planto los pies y arqueo la columna mientras sujeto con fuerza la barra. Él se acerca un poco más y también la agarra con ambas manos, pero las coloca tan cerca de las mías que se rozan. Siento como una descarga eléctrica, tan profunda que levanto la vista. Lo que tengo a escasos veinte centímetros de mi cara es su entrepierna. La calzona está movida y me deja ver el nacimiento de sus redondos glúteos. Miro el forro mojado de sudor donde se marca perfectamente la línea que separa ambas nalgas y noto me arde la cara. De nuevo me siento confundido, aprieto con fuerza y levanto la barra. Él hace el mismo esfuerzo y tiene que avanzar, lo justo para ampliar aquella vista a escasos centímetros de mis ojos.
Mi cabeza da vueltas, intentando comprender qué me está pasando.
Bajo la barra con el estrépito del acero y me incorporo.
—Eso ha estado muy bien —dice con entusiasmo.
Yo me pongo de pie casi de un salto y recojo la toalla
—Me voy a la ducha —digo sin más—. He dejado las llaves junto a la puerta. Cuando acabes solo tienes que apagar la luz y echar el cerrojo.
Me mira con la frente arrugada. No debe de estar entendiendo nada. Tampoco yo lo entiendo, la razón por la que me siento tan confundido, incómodo. Le he visto la huevera mojada de sudor a todos mis colegas y nunca me he quedado mirándola. ¿Por qué ahora he indagado, casi deseado que permaneciera sobre mí unos instantes más?
Aparto aquellos razonamientos oscuros de mi cabeza, y lo dejo solo. Necesito una ducha helada.
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GYM (KOOKJIN)
Fanfiction#CURIOSIDAD HETERO Cuando aparece el deseo y se convierte en pasión, puede llegar el amor. «Si te gusta, ve a por ello, aunque pongas tu mundo boca arriba y tengas que aceptar quién eres. » Cuando Jungkook regresa a su pequeño pueblo tras un mes fue...