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Me queda una tercera cosa por hacer.

Estoy nervioso y me siento incómodo, pero quiero tener claro qué mierda es esto que me está sucediendo, para poder tomar una decisión.

Ceno rápido, mientras trasteo con el ordenador, buscando las coordenadas. Arrojo el plato al fregadero y me meto en la ducha, necesito despejarme y sentirme limpio. Cuando salgo del baño, rebusco en el ropero. Unos vaqueros desgastados y una camiseta negra me parecen bien. Tampoco es que haya mucho donde elegir.

Al cerrar la puerta el espejo me devuelve mi imagen desnuda y me quedo un instante, mirándome. Hay muy poca grasa en este cuerpo, y toda una vida dedicada al deporte, a mi pasión, ha marcado cada uno de esos músculos: la amplitud de los pectorales, el volumen de los brazos, la densidad de los muslos, y este vientre plano y peludo, de cintura estrecha, que hace aún más anchas mis espaldas.

También me miro la polla. Sé que es grande, y no solo porque lo diga Jin. Es inevitable que los tíos nos las comparemos en el gimnasio, en alguna mirada furtiva para ver cómo de dotado está este o aquel colega.

Morena, con las venas muy marcadas, y la cabeza ligeramente asomada al prepucio, que se recoge un poco de manera natural. Es increíble cómo se dilata cuando me excito, cómo crece, y la tirantez que alcanzan esas venas, duras como maromas.

Aparto la mirada y termino de vestirme. He buscado la dirección en Internet y tengo una hora de camino. Conduzco a buena velocidad, con música country sonando y la ventanilla bajada. Es una forma de conectar conmigo mismo y también de relajarme.

Cuando penetro en la ciudad, repleta de luces que parpadean, me doy cuenta de lo aislados que estamos en nuestro pueblo, de lo pequeño que somos, de lo ajenos a esta atmósfera urbanita y llena de destellos.

Atravieso las calles desiertas de los suburbios hasta llegar al centro.

Solo con girar una esquina el silencio se rompe, la soledad desaparece, y las calles se muestran llenas de gente con ganas de divertirse, de restaurantes abiertos y bares con terrazas atestadas. Tengo suerte y encuentro aparcamiento. Marck dice que hay que tocarse los huevos para conseguirlo, y aseguro que es cierto.

Bajo del coche y miro alrededor. El GPS dice que está dos calles más allá. Camino deprisa, buscando el rótulo. Un grupo de chicas que llevan diademas con corazones me dicen que si me voy con ellas. Las esquivo con una sonrisa y continúo mi camino.

Veo el luminoso en la acera de enfrente, Burlesque, y me dirijo hacia allí, con cierto resquemor en el estómago. Hay un par de tipos en la puerta. Uno parece el portero, el otro lleva pestañas postizas y top de lentejuelas. El primero me mira de arriba abajo y me pide veinte dólares para entrar. Rebusco en la cartera, pero el otro me detiene la mano con delicadeza.

—Tú entras gratis. Seguro que más de uno me lo agradecerá.

Yo también lo hago y, al fin accedo.

Cuando abre la puerta pintada de rojo, el sonido de la música electrónica me abofetea. Hay una larga y empinada escalera que desciende. Me lo pienso un instante. Al fin bajo, con el corazón a cien, y las pupilas intentando adaptarse a aquellas luces estroboscópicas.

Un foco me ciega un momento, y cuando al fin puedo fijar la vista me encuentro con una sala grande, de techo bajo, donde no caben más hombres. Los hay de todos los tipos y edades, y la mayoría bailan en la pista, al ritmo de aquellos bajos hipnóticos.

Un par de ellos se están comiendo la boca a unos pasos de mí. Otro abraza por la espalda a un tipo sin camiseta. Le tiene la mano metida en los pantalones, y por el movimiento, lo está masturbando.

GYM (KOOKJIN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora