14

390 53 2
                                    

No nos quedamos dormidos hasta llegar el alba.

Después de cada refriega, descansamos abrazados y desnudos, sudorosos, aun temblando de goce, pero pronto empiezan las caricias, los besos suaves, y el deseo anida cada vez hasta volcarnos el uno en el otro y regresar a la carga con más ganas de sexo, de piel, de nuevos juegos, y de más placer.

En esos intervalos donde recuperamos fuerzas, tumbado uno junto al otro, también hablamos. Me entero de que Jin es de Monroe, cerca de Seattle, que tiene dos hermanos, una medalla del instituto en natación y lloró a mares cuando Jindito, su perro, fue arrollado por un coche.

Yo me siento tan a gusto, tan relajado, que hablo un poco de mí, algo que no suelo hacer con las chicas que salgo. Ni siquiera Sue, con quien me siento a gusto, sabe tanto de mí. Le explico por qué me gusta la pesca, qué es lo que me apasiona del atletismo, y que fui un niño gordito de quien todos se burlaban.

—Lo único gordo que te queda es la polla —me dice, mientras la zarandea con una mano y me hace reír.

También me cuenta que conoció a Sharon en una despedida de soltero de su mejor amigo hace un par de años. Se vieron, bromearon, hicieron una competición de tequilas y se intercambiaron los teléfonos.

Aquello me llena de confusión, tanto que me atrevo a preguntar.

—¿Desde cuándo haces esto?

—¿Esto? —me pregunta sin comprender.

Me encojo de hombros.

—Es evidente que no soy el primero.

—Eres el primero —me dice extrañado.

Se me encaja una sonrisa cínica en el rostro. ¿Cómo le explico que nadie se come un nabo como lo hace él sin experiencia previa? Decido explicárselo con una imagen gráfica.

—Mi polla te ha penetrado como si fueras de mantequilla.

Me sonríe y se pasa una mano por el pelo. También se muerde el labio inferior, lo que hace que lo desee de nuevo.

—Quiero decir... —me aclara—, he estado con algunos tipos, sí. El primero fue ese mejor amigo con el que fuimos de despedida de soltero, y creo que con él empezó todo.

—¿Aún os veis?

—Éramos compañeros del equipo de natación. Ya sabes, las hormonas de la adolescencia, entrenar hasta tarde, las duchas... qué te voy a contar.

—Así que cazas a tus víctimas en las duchas —A mí también me ha pescado en una de esas.

Él apoya la cabeza en mi pecho, y juega con el vello rizado de mi pubis.

—Creo que casi tuvimos una relación, aunque él seguía con su novia yo con las chicas con quienes me enrollaba los fines de semana —hace una pausa—. No sé. Fue raro. Incluso después de casarse me llamaba algunas veces y venía a casa.

—A follar.

Suelta una carcajada.

—A follar. Ha sido el único con quien tuve esa extraña relación. Los demás... un calentón y alguien que estaba allí en ese momento.

Entiendo que ha llevado una vida en la que ha estado a veces con chicos y otras con chicas. Conocí al camarero de un bar de copas, en el Sur, que decía enamorarse de las personas, no de los cuerpos. Pero Jin solo me habla de sexo.

—Desde que estás con Sharon... —no me atrevo a acabar la frase.

—Solo una vez —confiesa—. Tuve que volver a Seattle a hacer un examen. Después de tanto estudiar necesitaba correr un poco, y... bueno, un tipo me tiró los tejos y lo hicimos en un parque público.

Siento un ramalazo de celos, pero también de deseo. Me imagino a Jin haciéndolo con otro hombre, al aire libre, expuesto a las miradas de los demás, y noto que se me seca la boca.

—¿Y nunca pensaste en decírselo? —le pregunto—. A ella.

Suspira. Quizá me estoy pasando con el interrogatorio. Apoya la cabeza sobre una mano y me mira a los ojos.

—Decenas, cientos, miles de veces, pero cuando estuve a punto de hacerlo pensé en que fue solo una vez, un calentón por exceso de estrés, que muchos tíos engañan a sus mujeres con otras, y yo no hago algo diferente.

Conozco las aventuras de la mayoría de mis colegas. Casi todos, como dice Jin, han engañado a sus esposas o a sus novias alguna vez, y todos encuentran una excusa: que si estaban borrachos, que si fueron incapaces de parar, que no recordaban nada hasta que se levantaron en cama ajena.

No soy quién para juzgar a nadie, pero nunca he engañado a una chica con la que he mantenido una relación. Si he deseado a otra, la he dejado... menos ahora.

—¿Y tú? —me pregunta Jin, que seguro se ha percatado de que no dejo de pensar en esto que estamos haciendo—. ¿Has estado alguna vez con un tío?

—Nunca —digo sin dudarlo.

—¿Ni lo has pensado?

—Jamás.

Me da un bocado en la clavícula y se recuesta encima de mí.

—¡Venga ya! Con lo bueno que estás alguno te habrá entrado.

Me encojo de hombros.

—Sí, alguna vez, pero le he dejado claro que me van las tías.

Se ajusta a mi cuerpo. Me encanta cómo lo hace, porque parece que cada parte de su anatomía encaja en otra parte de la mía.

—El chico matón por el que se habrán pajeado todos los maricas de este pueblo —dice con voz soñadora, refiriéndose a mí.

—No digas esas cosas—me da cierto pudor.

—Te lo garantizo —me guiña un ojo—. Tienes un morbo difícil de soportar. Me gustaste mucho antes de conocerte, cuanto me enseñaron fotos del equipo donde estabas tú. Pensé. «¿Quién es ese macizo?»

—Pues vaya decepción cuando me conociste.

Sonríe.

—Cuando te conocí se me hizo la boca agua. Me hice las mejores pajas desde mi adolescencia pensando en ti.

Me pongo nervioso. Le doy un beso en la mejilla y me lo quito de encima. Ahora soy yo quien se apoya en el codo para poder mirarlo a los ojos.

—Cambiando de tema... —reacciono—. Así que debemos decir que, en tu caso, yo no soy el primero, como me has dicho hace un rato.

Él protesta, y se le fruncen las cejas.

—Sí lo eres.

—¿Y tu colega de instituto? ¿Y el tipo de parque?

—Con ellos solo he follado —hace una breve pausa—. De ti, creo que me he enamorado.

Algo me recorre la espalda. La jodida confusión vuelve a la carga.

Esto solo es un rollo de fin de semana, y ya es bastante complicado. ¿Cómo va a estar por medio esa mierda del amor?

—No digas chorradas —digo, incómodo.

Él sonríe, y vuelve a acomodarse encima de mí. Maneja mi cuerpo de maravilla. Sabe dónde y cuándo hacerlo. Abre ligeramente las piernas y, alargando el brazo, se coloca mi polla, que está de nuevo dispuesta, en esa zona turgente justo donde se separan el ano del nacimiento de los testículos.

—Y ahora me gustaría que me follaras.

Se mueve lo justo para que sienta la presión, la boca que se abre levemente, el movimiento de sus caderas.

—¿Por qué me pones tan cachondo? —pregunto con voz llena de deseo.

—Porque tú y yo estamos predestinados.

GYM (KOOKJIN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora