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El regreso ha sido extraño. Mi cabeza no ha viajado con mis compañeros, sino en el otro coche, donde estaban Jin y Mark, imaginando cosas terribles.

Hemos llegado primero. El otro vehículo se perdió de vista hace tiempo, lo que aún me produce una sensación más incómoda en el estómago.

Mi casa está sola. Sue tiene llaves, pero hoy habíamos quedado en no vernos. Le conté al poco de conocernos que los viajes con los chicos necesitan un tiempo de recuperación. De que el hígado y la cabeza se alivien.

Intento hacer algo. Una casa siempre tiene algo que arreglar, pero lo dejo todo a medias. Paseo por el salón como un lobo enjaulado, entro en mi habitación y me tumbo en la cama, para levantarme de nuevo y otra vez me pongo a pasear de arriba abajo.

Al final abro una cerveza y me siento en la mecedora del porche, intentando ordenar todo lo que ha pasado. Podría resumirlo en que he practicado sexo con un hombre, un hombre que he conocido en un gimnasio, que me lo he pasado muy bien, y que mi mejor amigo se va a

encargar de quitármelo de encima.

Y eso debe ser todo.

Todo debe de quedar ahí: una aventura tórrida, una época donde, sin darme cuenta, he estado tan caliente que no he tenido escrúpulos de dónde meterla.

Se me quedan claras dos cosas: no soy marica y esto solo ha sido un lapsus en mi vida.

Sin embargo, hay algo más. Y ese algo es lo que no para de dar vueltas en mi cabeza, de arañarme el corazón y de volverme loco.

Es de noche cuando, sin pensarlo dos veces, cojo las llaves del coche y decido hacerlo.

Entre lo que él me ha contado y lo que he escuchado cuando lo han referido los chicos, sé dónde vive. Conduzco con un nudo amargo en la garganta y el absoluto convencimiento de que estoy cometiendo un error.

Aparco en la calle de atrás y atravieso los jardines comunitarios resguardándome en las sombras que las farolas proyectan bajo los árboles.

Debe ser esta. Es una casa modesta, pintada de blanco, con un macizo de flores plantadas junto a la puerta. Hay una ventana, las cortinas descorridas, y veo a Sharon preparando algo en la cocina, al fondo. Jin también está. El flexo que se enciende bajo sus ojos lo deja en la penumbra, y parece muy concentrado, sobre un libro grueso, abierto, tomando notas en un cuaderno.

Contengo la respiración para calmarme. Llevo puesta la capucha de la sudadera así que no me pueden reconocer. Me remuevo inquieto, junto a la puerta. La calle está silenciosa, solo se escucha, a lo lejos, el ladrido de un perro.

Al fin golpeo con los nudillos, un par de veces, la recia madera.

—¿Vas tú? —escucho a lo lejos la voz de Sharon.

Noto cómo mi respiración se detiene. Es como si tuviera un zumbido en los oídos. Pasan los segundos y al fin la puerta se abre. Jin está allí, mirándome con ojos sorprendidos. Lleva puesto un pantalón de chándal muy holgado y una vieja camiseta de los Lakers. Hay

un instante de silencio donde ninguno de los dos hacemos nada. Él vuelve la vista atrás, como si quisiera comprobar si su chica se está dando cuenta de esta situación tan extraña. Pero Sharon parece haberse olvidado de la visita, y continúa manipulando una cacerola humeante.

—Jungkook, qué bien verte por aquí —exclama, lo suficientemente alto

como para que ella se entere.

Ahora sí. Sharon se vuelve y me saluda con la mano. Correspondo y hablo en voz baja.

—¿Ha ido bien el viaje de vuelta?

GYM (KOOKJIN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora