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Hemos permanecido abrazados en la cama, en silencio, sin atrevernos a decir nada. Después nos hemos duchado juntos, manteniendo el contacto bajo el agua caliente con el mismo abrazo silencioso. No sé qué pasa por su cabeza, pero la mía es un torbellino de

emociones, de sensaciones, que no tienen respuesta. Amo a Sue, amo a mi novia, y nunca, jamás antes he sentido atracción alguna por un hombre. De eso estoy seguro. Soy carne de gimnasio, llevo viendo culos y rabos toda mi vida, y nunca he sido atravesado por este deseo, esta necesidad de tocarlo, de besarlo, de comérmelo.

También soy un tipo bregado en la cama. Antes de Sue han sido muchas las que han mojado mis sábanas, y soy exigente en el sexo. Sin embargo, el polvo que acabamos de echar el nuevo y yo, Jin y yo, ha sido el más alucinante de mi vida. Ignoro cuánto tiempo hemos estado juntos. Si unos segundos o varias horas. Es como si hubiéramos atravesado el tiempo y solo existiéramos nosotros dos, una cama y este deseo enorme.

Nos vestimos con el mismo silencio que nos embarga desde que hemos follado. Solo entonces miro el reloj. Son las diez. Una hora perfecta para bajar a desayunar.

—¿Estás bien? —me pregunta.

No conozco la respuesta. Digamos que la sensación de delicioso cansancio que nos envuelve después de corrernos aún perdura, pero no he asumido que acabo de follarme a un tío, a un colega, y que me lo he pasado en grande.

—Bajemos a desayunar —respondo, evasivo—. Tengo hambre.

Cogemos juntos el ascensor. Sé que me mira a hurtadillas, pero ni se atreve a hablarme ni a acercarse. Yo se lo agradezco, porque tengo mucho que asimilar, si es qué logro hacerlo.

Los muchachos ya están en una larga mesa que nos han colocado en la terraza, con vistas a las cumbres nevadas.

—¡Los dormilones! —exclama Mark al vernos aparecer— ¿Qué coño habéis estado haciendo?

—Jin se ha levantado con resaca —y lo miro con una sonrisa que él me devuelve.

—Para la tranca que cogí ayer, demasiado vivo estoy —todos se ríe y bromean—. Hoy paso de alcohol. ¿Qué planes tenemos?

Mark explica que él se nos unirá por la tarde porque debe pasarse por la feria agrícola. Yoongi ha sacado forfait para todos, así que nos toca esquiar.

—¿Y el equipo de nieve? —pregunta Jin.

—Lo alquilamos. Seguro que hay de tu talla.

Más bromas, unos cafés y huevos con beicon. De repente son cerca de las once y debemos subir a la estación de esquí. Jin se sube en el otro coche, no sin antes lanzarme una mirada larga, intensa, que me eriza otra vez la piel.

En el ascenso no dejo de pensar en él. En el sabor de su piel, en la sedosa resistencia de su abertura cuando mi lengua intentaba traspasarlo, en la deliciosa presión de su esfínter acogiendo mi verga. Tengo que cruzar las piernas y centrarme en la jodida música country que suena en la radio.

La tarde pasa volando y apenas le veo. Nos cruzamos en los telesillas y cuando yo desciendo él está en plena bajada. Lo paso bien, pero me descubro buscándolo entre el montón de manchas de colores brillantes que son los esquiadores sobre la pista.

Está a punto de oscurecer cuando nos reunimos, al fin todos, en uno de los bares de la estación de esquí, donde ya nos espera Mark con un par de cervezas en el cuerpo.

—He pedido una ronda —nos recibe.

El bar está lleno de gente que quiere pasárselo bien. Pero yo solo tengo ojos para Jin. Cuando lo he visto aparecer, con un grueso jersey crudo de lana, vaqueros lavados y botas marrones, he tenido ganas de besarlo. Lleva el rubio cabello alborotado y, cuando se recuesta sobre la silla, para hablar con Taehyung, observo a un grupo de chicas que lo miran con ojos brillantes y cuchichean entre ellas.

—Voy a mear —anuncio, y cuando paso por su lado, le doy un ligero pellizco en el trasero.

Él disimula bien, como si nada hubiera ocurrido.

—Voy contigo. Estoy a punto de explotar —dice, y me sigue.

Cuando entramos en el aseo, primero me cercioro de que estamos solos, y después me abalanzo sobre él y lo beso. Él me recibe con una sonrisa de satisfacción en esos labios que devoro con ganas, chupo, muerdo, como si necesitara de ellos para sustentarme.

—No he dejado de pensar en ti en todo el día —me murmura al oído, entre gemidos.

Se retuerce contra mí, sobre mí, y noto que está excitado.

Suenan unas voces y nos separamos de inmediato, tomando cada uno un puesto en el urinario.

Entran dos chicos que hablan francés entre ellos. Uno descarga en el inodoro, y el otro en el que queda libre a mi izquierda. Suena el caño del intruso sobre la porcelana. Yo aprieto, y sale un chorro enérgico a pesar de que acabo de mear antes de entrar en el bar.

Cuando nos quedamos solos de nuevo, miro a Jin. Me pierdo en sus ojos. Me arrastro con ellos.

Él alarga la mano y me coge la polla. Miro hacia allí, hacia sus dedos largos, gruesos, fuertes, acariciando la abertura del glande mientras las últimas gotas lo mojan lo que, más que importarle, parece excitarlo.

Mientras tanto él se la está machacando, lentamente. Haciéndose una paja que deja ver y no ver entre sus dedos.

—Quiero volver a la habitación. Ya. Contigo —me dice, y le brillan los ojos.

—No podemos irnos sin más. Habrá que esperar.

Él asiente, aunque no le gusta la idea. De nuevo voces tras la puerta.

Retira la mano, pero antes me da un ligero beso en los labios.

Entran otros dos, y Jin se despide con un gesto. Cuando se marcha, me miro la polla. Ha conseguido ponérmela dura de nuevo así que tengo que esperar a que baje para guardármela. Que baje y que se me pase este calentón, porque en lo único que puedo pensar ahora es en lo que le voy a hacer cuando lo tenga ante mí esta noche, en la habitación.

GYM (KOOKJIN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora