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Es un apartamento diminuto donde la cocina, el salón y el dormitorio son una misma cosa. Está justo encima de un bar de copas, por lo que el ruido de la música parece penetrar a través de las paredes y retumba como si fuera un corazón. Sin embargo, es agradable, con un gran ventanal que refleja los colores de los luminosos de fuera y muebles retro que se alejan de cualquier formalidad.

La cama está en una esquina, bajo la ventana, llena de cojines para parecer un sofá.

Por el camino ya hemos hecho algunas cosas. El chico moreno me ha comido la boca en una esquina y el rubio me ha metido la mano dentro de los pantalones, según él, para saber qué le espera.

—¡Joder! —ha exclamado—. No sé si eso me va a caber.

Pero su expresión dice lo contrario.

Hemos subido las escaleras, hechos un torbellino de besos y abrazos. De caricias. De manos que buscan y encuentran.

Una vez dentro me han dejado solo unos segundos y han encendido una lámpara de mesa que da una luz tenue, y algunas velas sobre las superficies de los muebles. Yo permanezco expectante, viéndolos hacer, preparándolo todo para una sesión de sexo con un desconocido.

Es el rubio el que viene hacia mí. Reconozco que es guapo y tiene una sonrisa seductora. Se acerca lentamente, hasta pegarse a mi cuerpo y, muy lentamente, comienza a besarme. Lo hace bien. Sus labios me mordisquean la comisura de la boca, su lengua se acopla para después lamerme, mientras utiliza su barbilla para acariciarme la mejilla cuando se separa.

Siento el otro cuerpo detrás de mí. Muy pegado. Me abraza y me besa la nuca, avanza por mi cuello, recorre mi mandíbula peluda y encuentra también mi boca. Nuestras tres lenguas se enredan, se chupan, hasta relamerse.

Siento cómo el rubio trastea con mi cinturón hasta desabrocharlo, y me baja los pantalones, utilizando su pie como palanca para que yo pueda deshacerme de ellos. El otro me está sacando la camiseta, hasta que quedo atrapado entre ellos dos, solo vestido con mis slips, que muestran la dimensión de mi polla contundente, escorada a la izquierda, levantando el

borde del calzoncillo, hasta que el glande mancha ligeramente la tela de precum casi en el lateral de mi cadera.

Las caricias sobre mi cuerpo se multiplican hasta que el chico de la camisa multicolor se pone de rodillas y estampa su cara en aquel único trozo de tela, siguiendo con su lengua todo el recorrido.

Miro hacia abajo mientras el otro se separa un instante para deshacerse de la camisa y los pantalones y pegarse de nuevo a mí, esta vez a mi costado, para poder acariciar mi pecho mientras no deja de besarme. El chico rubio levanta ligeramente el hueco de la pierna de mi slip y deja escapar por ahí una parte de mi polla. Veo cómo sonríe, y eso me excita.

Tanto que empujo en el hombro al otro, al moreno, para que baje al mismo sitio y le ayude en su tarea.

Mis calzoncillos duran puestos un instante, y cuando mi polla queda expuesta en toda su longitud, los dos se lanzan a chuparla, a besarla. Entra y desaparece en una boca. Después en otra. Para más tarde sentir cómo mis huevos están entre unos labios mientras la total envergadura de ni falo es absorbida a la vez.

Cierro los ojos y me dejo hacer. De repente hay un fogonazo en mi cabeza. La imagen de Jin, en el hotel de la montaña, viene a mí. Su cuerpo desnudo, expuesto, delicioso. Eso me excita aún más, tanto que los aparto ligeramente.

—Vámonos a la cama —les digo con voz ronca—. Quiero follaros.

Al rubio se le escapa una risita de deseo mientras se incorpora y empieza a desnudarse a toda prisa. El otro se pone en pie, me besa y me acompaña al lecho.

Pronto estamos los tres juntos. Retorciéndonos de placer. Soy el centro de todos sus actos. No sé quién me la está mamando, quién me besa, quién pasa a mordisquearme los pezones.

Decido actuar. Me escupo en la mano y busco al rubio. Es el que no para de mamar y tengo su polla muy cerca de la cara. Es pequeña y bonita, con el vello muy rubio. La obvio y le abro las piernas, hasta buscar su ano con mis dedos. Él gime al darse cuenta de lo que voy a hacer. Tocar aquella piel deliciosa, suave, que cede a mi tacto, me excita más.

Tanteo con un dedo, que cede con facilidad. Palpo su interior, la resistencia del segundo esfínter, que también cede, y mi dedo está dentro sin dificultad. Lo oigo gemir mientras se incorpora. Lo miro un instante. Está besando a su novio, que a su vez nos está masturbando a ambos.

Meto un segundo dedo. Y lo intento con un tercero.

—Joder —gime—, fóllame.

Sus deseos son órdenes. Lo tomo por las caderas para subirlo encima. Él reacciona a todas mis exigencias. Una vez ubicado me cojo la polla y a punto donde antes han estado mis dedos. Es él quien hace lo demás. Quien mide hasta dónde está dispuesto a dilatar, quien se la mete entera.

Me lo empiezo a follar con ganas. Nos miramos a los ojos. El sexo le sienta bien. Mejillas sonrojadas y ojos brillantes. El otro me chupa los huevos. Después se la mama a su novio, para terminar, colocándose a horcajadas sobre mi cara para que el coma el culo. Lo devoro como si fuera una fruta madura, humedeciéndolo, mordiendo, haciendo que mi lengua entre allí dentro.

Los oigo gemir mientras yo acelero los movimientos con mi polla y con mi boca.

Cuando creo que están a punto, me separo.

Me miran un tanto extrañados, pero les sonrío y les doy instrucciones de lo que me apetece hacer. Les parece una idea genial.

El rubio se pone de rodillas en el suelo, con el torso sobre la cama.

Su novio se pone detrás y se la mete con facilidad. Aunque tiene un buen rabo, no es comparable al mío y yo ya le he hecho el trabajo duro. Se lo folla con ganas, gimiendo a cada embestida.

Por último, yo me pongo detrás y me follo al moreno.

Está más apretado y me cuesta. Pero tengo la paciencia suficiente como para entrar poco a poco, dándole besos en la espalda, mordiéndole el costado, chupándole la nuca.

Cuando lo tengo ensartado sucede la magia. Los tres nos movemos al unísono, como si fuéramos uno solo. Nos incorporamos, para quedar de rodillas y poder besarnos mientras nos follamos.

El moreno agarra el nabo de su novio y empieza a masturbarlo. Yo alargo la mano y le acaricio los huevos. Son pequeños, suaves, deliciosos. No aguantamos mucho. Nos avisamos unos a otros de cuándo viene.

Aguantamos hasta estar preparados, y es el moreno el primero en correrse. Con cada lefazo, su esfínter se contrae, lo que me provoca aún más placer. Gime hasta quedarse muy quieto, pero en ese momento el rubio eyacula.

Me sorprende la abundancia del chorro de leche blanca y espesa que cae sobre las sábanas, en varias contracciones, rítmicas y agónicas.

Yo sujeto las caderas del chico rubio, atrayéndolo hacia mí, para que el culo del moreno no se me escape. Acelero el ritmo, y pronto viene el orgasmo. Aprieto los ojos mientras un gemido ronco se me escapa de entre los labios y la imagen de Jin, de nuevo, aparece en mi mente.

Me imagino que estoy dentro de él, que lo que mi polla está atravesando es aquella abertura cerrada entre sus nalgas.

Es un buen orgasmo. Tanto que cuando me aparto aún sale de mi nabo un chorreón de lefa que salpica la espalda baja de aquel chico.

Nos tumbamos en la cama, intentando acompasar el ritmo de la respiración.

—Ha sido la hostia —dice el moreno.

—Hacía tiempo que no teníamos a un compañero como tú —confirma el rubio.

Los dos me miran.

—Tengo que marcharme —y me pongo de pie.

—No te vayas. Podemos seguir haciéndolo hasta que amanezca.

—Pero tengo que marcharme.

Y me visto deprisa, mientras aquellos dos muchachos se besan para quedarse dormidos.

GYM (KOOKJIN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora