Capítulo n°37 "fratricidio"

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El hombre que sostenía la daga contra mi cuello, había empezo a relatar las mismas palabras que los herejes formando el círculo. Las llamas se habían tornado de un color azul oscuro, y yo sentía una presión extraña en la cabeza. Me sentía adormilada.

Pensé en Blake, en que si era la noche que moriría, no lo quería recordar como la última vez que lo había visto. Quería recordar su risa en mi oído, sus manos rodeado mi cuerpo, haciéndome sentir segura. Lo recordaría intentando explicarme porque Brontë era mejor que Janes Austen, con sus mañas al despertar cada mañana, el rubor rosado en sus mejillas cuando le decía algo que le gusta.

Busqué paz en las estrellas en el cielo, pero no duró demasiado. Me alerte en el segundo que escuche el gruñido de un lobo, lo reconocería donde fuera. De repente una bestia salió de las sombras entre los árboles, tomo del cuello a uno de los herejes, lanzandolo por los aires. La llama de las antorchas descendió, estaba rompiendo el círculo.

—¡No! —Gritó el hombre, soltando su agarré de mi.

Lo pateé cayendo hacía atrás en la tierra. El lobo blanco tomó del cuello a otro de los herejes, los gritos de dolor de ella se escuchaban a través de los cánticos del resto de ellos.

—¡Perfasto! —Dijo el hombre, levantó la mano hacía la bestia de cabello blanco.

De pronto cayó al suelo, retorciéndose del dolor, quejidos como los de un perro lastimado, salieron mientras usaba sus últimas fuerzas para levantarse, alejándose de nosotros.

—¡Alena! —La voz de Argus inundó mis oídos.

Nunca habría pensado que escucharlo me causaría alivio, pero así fue. Corrió hacía nosotros, en dirección a atacar al hombre parado frente a mi. Su cuerpo golpeó la barrera invisible que rodeaba el círculo, provocando que las llamas crecieran por unos segundos.
El circulo seguía cerrado. Volteé a ver a las cuatro personas que seguían rodeando el círculo, sus ojos estaban completamente blancos, se retorcían bajo la oscuridad cubriendo sus cuerpos, pero no dejaban de cantar.

—¡Déjala ir ahora mismo! —Argus exigió, en un grito que me causo escalofríos.

—Lo siento, querido. Sabes que no puedo. —Volvió su vista hacía mi, y me arrastré alejándome de él. —Pero puedes quedarte a disfrutar el espectáculo si quieres.

Me tomo de las piernas arrastrándome al centro del círculo nuevamente. Hundí mi uñas en la tierra humeda, luchando contra su agarre, pero no pude hacer mucho. Mi cuerpo quedó bajo el suyo mientras intentaba contener mis intentos de librarme de él. Argus en un intento de romper la barrera, mató uno por uno a los herejes que rodeaban el círculo. Las llamas crecían mientras el les quitaba el corazón, o les rompía el cuello dejando ese desagradable sonido que había escuchado antes.

—¡Detente! —Kal. Sentí un alivio inmediato al saber que había venido por mi. —¡El sacrificio alimenta su poder. Lo estas haciendo mas fuerte!

Argus supo el error que había cometido al ver los ojos del hombre clavados en mi. Su piel se había comenzado a tornar negra mientras su agarré se hacía cada vez mas fuerte, lastimandome. Supliqué que me soltará, mientras Kal y Argus intentaban cruzar la barrera de cualquier manera posible, pero sin éxito.

—¡Por favor, no le hagas daño! —La voz de Kal salió desesperada, suplicante.

—¿Escuchas eso, Alena? —El hombre tomo la daga dorada acercandola a mi mentón. —Un vampiro pidiéndole compasión a un hereje. Ese es el poder que tu sangre posee.

"Tienes que matarlo" Un susurro, la misma voz que había escuchado en mi casa retumbo en mis oídos, como si estuviera con nosotros, como si estuviera junto a mi. "Eres tú, o ellos. Deshazte de él"

Eternos SagradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora