Me desperté temprano, miré la venda que envolvía mi mano y recordé la caja de antibióticos que el señor Coz Milán había dejado sobre la mesa del living el día anterior.
Me preparé el desayuno y tomé una cápsula. La fiebre había desaparecido y el dolor ya no era tan pronunciado.
Caminé por la casa cargando al señor Cachetes y me dirigí al laboratorio cuando el sonido del teléfono me distrajo, miré la pantalla y el nombre seguido de un corazón rojo, dijo:
- ¡Buenos días!
No pude distinguir su voz, era más ronca y más apagada.
- ¿Buenos días? – exclamé más como una pregunta que como una respuesta.
Antes de que pudiera quejarme por llamar tan temprano, el alfa dijo;
- ¿Cómo te sientes? ¿Tomaste los medicamentos?
¿Cómo se atrevía a preguntar? ¿Acaso éramos amigos? Nos habíamos visto solo dos veces.
"Él te llevo al hospital" me recordó una parte de mi.
¿Qué importancia tiene eso? Cualquiera en su lugar lo habría hecho, yo también lo hubiera hecho.
"Él es bueno" volvió a decir la voz.
¿Bueno? ¿Cómo podría asegurar eso? No lo conocemos. Es un completo extraño.
"No te pareció tan extraño cuando metiste su pene en tu boca".
La alusión a ese episodio me dejó helado, era una parte de mí traicionándome descaradamente.
"¿Acaso olvidaste cuanto lo disfrutaste?"
Intenté silenciar ese ruido de mi cabeza pero regresó más fuerte.
"Sé que quieres repetir"
Me escandalicé frente a ese pensamiento.
- Sí. – Le respondí y rogué que esa respuesta fuera a su pregunta y no la mía.
- ¿Te duele? – Me preguntó.
"Deberíamos preguntar... si a él le duele lo que le hiciste" dijo esa malvada voz.
No tenía intención de pelear, sobre todo cuando mi oponente me conocía a la perfección.
- Nos vemos en dos días... – dije para terminar con esa tortura y corté la llamada.
Había encontrado la forma de protegerme de los alfas gracias al repelente, pero el problema principal aún era desconocido. Necesitaba descubrir la razón por la cual mi aroma alteraba a los alfas. Debía regresar al origen y comenzar planteando de forma simplificada el conflicto. No cabía duda que algo en mí, despertaba el instinto animal de los alfas y eso era producido por mi cuerpo. Comencé con las pruebas simples: sangre y orina.
Analicé mi sangre y mi orina por tres métodos diferentes, pero no encontré anormalidades. Mis estudios preliminares resultaron completamente decepcionantes.
El segundo paso consistía en examinar líquido cefalorraquídeo, humor vítreo y semen. Podía analizar el último pero necesitaría la ayuda de alguien más para tomar las muestras en mi espalda y en mis ojos.
Conocía a un sinfín de doctores, enfermeros y ayudantes de laboratorio que reunían los conocimientos para la toma de las muestras, pero llegar hasta ellos era lo más difícil, sobre todo si mi intención era ocultar los resultados. Solo poner un pie en un hospital ya era un riesgo para mí, a pesar de contar con el repelente.
El resto del día me concentré en dos frentes: pedir ayuda o permanecer en silencio. Si elegía la primera opción (pedir ayuda), mis padres tarde o temprano descubrirían mi estado, si en cambio permanecía en silencio, tendría que recluirme del mundo exterior, viviendo atado las feromonas de un alfa que apenas conocía, para poder salir eventualmente de mi burbuja protectora.
Ambos caminos eran igual de desoladores, pero uno de ellos estaba en contra de todo lo que yo era.
Yo, Shao Lamas French, no solo había nacido como el divulgador del trabajo de mis padres, también participaba activamente en las investigaciones, no me avergonzaba haber crecido bajo la sombra de los doctores Lamas y French, me había esforzado toda la vida para que se sintieran orgullosos del hijo que tenían. Cuando me entregaron mi primer título en medicina, supe que no era suficiente, quería más y conquiste un segundo doctorado en Bioquímica y Farmacia, pero no me detuve y me concentré en Microbiología, sin embargo la deportación y posterior detención de mis padres, me hizo congelar mis estudios para enfocarme en las leyes.
No tenía tiempo de asistir a la universidad, por lo que rendía exámenes al final del año para graduarme en Derecho Internacional, mi mayor deseo era abrazar a mis padres en libertad, pero poco tardé en darme cuenta que la seguridad que tenían dentro de la cárcel era más eficiente de la que pudieran comprar fuera.
Así mismo, sabía que si se enteraban que su hijo padecía de una enfermedad extraña, no dudarían en exponerse al exterior para ayudarme, por eso mi decisión no podía ser tomada a la ligera, pensando únicamente en mi. Como dije uno de los caminos va en contra de todo lo que soy: permanecer recluido era todo lo que yo no era, ignorar los interrogantes de mi propia patología era todo lo que yo nunca fui y esperar por la protección de un alfa era todo lo que yo me negaba a ser.
Y tuve que elegir.
Me acurruque entre los cojines, cubriéndome enteramente con la cobija, permanecí aferrado a las prendas de mis padres, soltando tantas lágrimas como me fue posible. No lloraba por el miedo, mis lágrimas no se debían al extrañar a mis padres, lloraba a causa de la impotencia que sentía porque había elegido un camino y al mismo tiempo me había encerrado en esas cuatro paredes.
Al día siguiente desperté, limpié el laboratorio y cerré el Ala de Análisis, ya no continuaría con las pruebas sobre mi enfermedad, solo me limitaría a fabricar y almacenar más repelente.
Vi mi reflejo en la puerta vidriada del laboratorio, mi aspecto era lamentable, había llorado toda la noche y las lágrimas no se detenían. De pronto escuché el teléfono y supe quién me estaba llamando, dudé en atender pero no había nada más que hacer.
- ¿Qué pasa ahora? – pregunté sin saludar.
- Lamento molestarte pero estoy desesperado. – dijo el alfa al otro lado de la línea.
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CORONA DE SANGRE (Parte 1: "Sin Omega")
RomanceMis padres cortaron el lazo con la hoja de una cuchilla, pero hay alguien detrás de mí. ¿Será el indicado?