19. Agria cosecha.

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Esa noche no pude dormir bien. Me asediaban las preguntas. Había sido atacado por tres alfas qué con tan solo olerme se arrojaron sobre mí, sin embargo Camil estuvo más cerca que todos ellos, tocando mi piel, oliendo mi aroma y frotando su cuerpo contra el mío y aún así, me rechazó. Me apartó sin ningún atisbo de debilidad o duda.

¿Cómo era eso posible?

¿Acaso se debía al repelente?

¿O a los supresores?

¿O tal vez yo no le gusto?

Ese último pensamiento no era aceptable. Aún podía recordar su hombría comprimida debajo de su pantalón. Tampoco podía olvidar nuestro anterior encuentro; el sabor de su semen, su nudo y sus jadeos: su cuerpo deseando el mío, no había dudas de ello ¿Verdad?


***


Me desperté temprano, acondicioné el laboratorio y lo esperé en el jardín delantero, vestido únicamente con el traje hermético.

Camil lucía radiante, hasta parecía más joven y eso me hizo arder de rabia.

- ¡Buenos días! – saludó con una encantadora sonrisa, mostrando sus dientes perfectos y con una voz llena de plenitud.

- Buenos días. – Le respondí secamente.

Caminé hacia el laboratorio con él a mis espaldas, lo invité a entrar y al igual que otras veces, le pedí que se cambiara.

Camil mantenía su sonrisa inalterable frente a mis ojos, como si se mofara de mi persona, entonces le sugerí que tomara la cápsula ubicada sobre la mesa pero él se negó; y una parte dentro de mí, festejó ese error.

Cuando estuvo acostado sobre la camilla, me aproximé e inyecté con una jeringa el líquido anestésico y esperé pacientemente:

- ¿Durmió bien anoche? – se atrevió a preguntarme.

- Excelentemente. – Respondí frunciendo los labios.

- Yo también lo hice. – Fue lo último que dijo.

Esperé quince minutos, minutos difíciles porque quería actuar prontamente. Volví a aproximarme a su cuerpo inerte y vi en las pantallas la nueva normalidad de su pulso. Me esforcé en realizar la tarea obligatoria despejando de mi mente cualquier distracción: extraje la muestra de feromonas que necesitaba y supe que el momento había llegado.

Me quité el traje y dejé que mi aroma ocupara todo el lugar.

A los pocos minutos, noté una ligera pero creciente hinchazón en su entrepierna. Poco a poco la tela comenzó a estirarse y se formó un gran bulto debajo de ella. Sonreí, mi obra apenas se iniciaba. Esta vez me mantendría quieto, no movería un solo dedo para ayudar a su urgente erección.

El plan era simple y lo había repasado muchas veces en mi cabeza, solo debía quedarme quieto, pero cuando el bulto apretado comenzó a palpitar, me fue difícil permanecer ajeno a la escena.

Nuevamente la saliva comenzó a acumularse en mi boca, haciéndome creer que yo estaba obligado a intervenir y llevar alivio al miembro agonizante.

Batallé conmigo mismo, me aferré a las columnas del laboratorio para no ceder a la tentación, no recordaba haber luchado tanto contra mi propia debilidad, porque nunca pensé que la tuviera.

Mi respiración comenzó a tornarse pesada y las piernas me fallaron. No quería mirarlo, esto ya no era divertido y comenzaba a sentir dolor. Antes de caer al suelo rendido, escuché un gemido escapar por la boca del alfa, seguido por la eyaculación que tiñó las adyacencias de la prenda oscura que vestía el hombre. En ese preciso instante, abandoné casi gateando el laboratorio, increíblemente cansado, sofocado y débil.

Corrí hacia mi rincón seguro y me acurruqué entre los almohadones, aferrándome fuertemente a los cojines peludos. Rebusqué entre el mar de prendas escondidas debajo de mí y me abracé a una de ellas, una prenda que anteriormente había vestido el alfa. Tal fue la descarga de emociones vividas, el esfuerzo y la lucha interna, que me quedé profundamente dormido.


***


Me desperté confundido y me llevó algo de tiempo entender dónde estaba y lo qué había hecho. Corrí al laboratorio, tropezándome con una alfombra durante el trayecto. Caí al suelo y con dificultad me incorporé para encontrarme con dos sorpresas, la primera era la ausencia del alfa, y la segunda menos grata: la destrucción de casi todo ese sector del laboratorio.


***


Un completo desastre se había desatado allí, mientras dormía una siesta. Me detuve a pensar en lo más urgente que debía hacer, pero pronto recordé lo importante: el tubo con las feromonas extraídas recientemente. Me aproximé lentamente al aparador donde lo había guardado, tratando de no pisar los vidrios esparcidos por todo el suelo y cuando lo conseguí, vi todo destruido. No quedaba nada en pie.

El temor se apoderó de mí, me dirigí al sector de la cámara de refrigeración para comprobar la integridad del resto de las muestras y con estupor encontré todo vacío.

¡No puede ser posible!

No había rastro de las muestras ¡Ni una sola! Me sentí estúpido buscando por todo el lugar, sabiendo que no las encontraría porque recordaba perfectamente el lugar en donde las había guardado.

Tenía que detenerme a pensar antes de que el pánico me gobernara. Sin mi repelente no podía salir a menos que confiara lo suficiente en mis guardaespaldas.



Tomé un pequeño sillón de madera y me senté en medio del destruido lugar. Momentos dichosos había vivido en ese sector del laboratorio y verlo en ese estado, me llenó de angustia.

Hacía días que mi vida tranquila se había esfumado y todo lo que hacía, terminaba mal.

Una pequeña lágrima de frustración intentó escapar de mis ojos, pero rápidamente, la detuve. Ya no era un niño, no podía llorar por aquello que yo mismo había provocado. Me levanté y salí de allí.

Varios caminos se abrían frente a mí, pero en todos ellos había peligro salvo en dos: podía pedir la ayuda del profesor Arana, quien sin dudar enviaría a un alfa de confianza para que pudiera extraer sus feromonas y producir un nuevo repelente. Esa era una buena opción, no tendría que lidiar con Camil nunca más, sin embargo esa alternativa presentaba un problema: mis padres se enterarían de todo. El profesor Arana no guardaría en secreto sus pruebas, bastaría con una sola pregunta para que el hombre, con años de experiencia y conocimiento, supiera que era lo que estaba fabricando en el laboratorio con feromonas de un alfa dominante.

La segunda opción era casi impronunciable: rogar por la ayuda de Camil Coz Milán.

CORONA DE SANGRE (Parte 1: "Sin Omega")Donde viven las historias. Descúbrelo ahora