25. Mi omega.

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Me desperté con el teléfono aún pegado a mi oído, miré la pantalla oscura y aunque intenté encenderla descubrí, sin sorpresa, que me había quedado sin batería.

Me dolía todo el cuerpo, el efecto de los calmantes había terminado y ahora podía sentir el agudo dolor en la cabeza, el cuello, el pecho y un brazo.

Me dirigí al living dónde había dejado un blíster con analgésicos pero no ingerí la píldora. Tenía que alimentarme antes de hacerlo. En ese momento recordé lo que me había dicho Camil y me dirigí a la entrada de la casa, donde uno de los guardias extendió dos bolsas para mí.

- Buenos días, señor Lamas.

- Buenos días. – le dije con dificultad.

- Déjeme ayudarlo con eso. – dijo el hombre al ver mi vendaje.

- ¡Claro, gracias! ¿Cómo se llama? – Le pregunté avergonzado.

A pesar de que todos los guardaespaldas se habían presentado en el primer encuentro, yo no retuve el nombre de ninguno de ellos.

- Soy Estoia.

- ¿Estoia? Jamás había escuchado ese nombre.

- Es una conjunción de los nombres de mis abuelos. - explicó el hombre de piel oscura y porte imponente.

- Entiendo... - sonreí tibiamente. - Yo quería saber si alguno de ustedes resultó herido.

Estoia bajó la cabeza y negó; y eso me hizo sentir realmente aliviado.

- Me gustaría convocarlos a todos. ¿Es posible?

- Sí, señor – dijo melancólicamente.

- ¿Podríamos reunirnos a la hora del almuerzo? Posiblemente ahora estén descansando.

- No, señor Lamas. Todos estábamos esperando a qué usted despierte.

- ¿Yo?

- Si, usted.

- Iré a la casa secundaria, luego de comer algo. ¿De acuerdo? – le aseguré.

- Sí, señor. Lo esperamos.

Deposité las bolsas sobre la isla de la cocina. La primera bolsa contenía dos cajas de bombones, caramelos, un ramo de flores y tres tarjetas. El contenido de la segunda bolsa me desconcertó: 5 cajas de antibióticos, analgésicos, vendas, una manta térmica, velas aromáticas y solo una tarjeta.

¿Acaso Camil era brujo o adivino?

Me preparé un té y luché contra la necesidad de comerme un octavo bombón de chocolate, no gané. Eran los chocolates más deliciosos que recordaba haber probado. Cuando sacié mi hambre, me dirigí a la casa secundaria.



El grupo de ochos personas ya se encontraba reunido. Observé con cuidado a cada uno de ellos, buscando lesiones o algún otro tipo de rastro de lo que todos tuvimos que vivir, pero me alegré al no encontrarlas.

- Los reuní aquí por tres motivos. – aclaré mi garganta y hablé despacio. La piel tirante del cuello aún me resultaba dolorosa, muy dolorosa.

Recorrí con la mirada al grupo pero solo algunos me observaban, el resto tenía la cabeza inclinada, mirando hacia el suelo.

- Lo primero que quiero decirles es que les agradezco por lo que hicieron ayer. Salvaron mi vida y no hay palabras que puedan expresar cuán grande es mi deuda con cada uno de ustedes. Si no hubiesen estado junto a mí, ahora estaría muerto y mis padres recibirían mis restos en una bolsa, un ataúd o una urna. ¡Muchas gracias! – me incliné todo lo que pude.

CORONA DE SANGRE (Parte 1: "Sin Omega")Donde viven las historias. Descúbrelo ahora