38. Después de ti.

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La alianza de plata brillaba bajo las luces de mi habitación, Camil aún me esperaba en el living.

Bajé las escaleras luego de escucharlo llamándome a viva voz, él tenía su propia llave y mis guardaespaldas ya no lo anunciaban, por lo que a diario me sorprendía en el umbral de la puerta con su sonrisa arrebatadora.

- Tengo que preparar una conferencia. – Me anticipé a lo que seguiría.

- ¡Estamos comprometidos! ¿Crees que es justo que reciba de Rally la noticia que saldrás del país? ¿Cuándo planeabas decirme? – acusó.

- Camil lo siento, estuve ocupado.

- ¡Shao! – me nombró.

Sabía que estaba enojado, solo me llamaba por mi nombre cuando estaba muy enojado.

- ¿Shao? Creí que te gustaba decirme "bebé". – le dije intentando serenar su carácter.

- ¡Esto es serio, Shao! – se quejó.

- Ayer no parabas de decirme: "Sí, bebé. ¿Te gusta?" Mientras me hacía el amor en tu oficina.

- Shao, estás desviando el tema. ¡No quiero que salgas del país!

- No me gusta que me llames así. Dime "amor" o "bebé". – Le pedí con una sonrisa.

- Shao...

- No te enojes, Camil. Viajaré con todos mis guardaespaldas. – le expliqué acomodándome en su pecho.

- Sabes que tengo que firmar un acuerdo muy importante, no puedo irme. – me separó de él.

- Lo sé, por eso no te lo dije.

- ¡¿Planeabas irte sin decirme?! – Vociferó al aire.

- Te avisaría luego de la firma de tu acuerdo. – Me sinceré.

- Shao. No quiero estar lejos de ti. No me gusta.

- Camil creo que estás exagerando... desde el secuestro no me has dejado. Me llevas a tu casa, a la casa de tus padres, a tu trabajo y no me quejo del sexo en el auto y en tu oficina, pero somos personas individuales, deberíamos poder estar separados al menos unos días.

- ¿Quieres alejarte de mí? – dijo un tanto ofendido.

- ¡No, yo no dije eso!

- Explícate mejor, porque parece que estás cansado de mí.

- Camil yo jamás diría o pensaría eso. Me encanta estar contigo, pero también creo que cada uno debe responder a sus propias obligaciones. Tú debes quedarte a firmar ese acuerdo, mientras yo debo viajar para presentarme en la conferencia.

- No. – insistió.

- Voy a ir yo solo. – le aseguré.

- No, eso no pasará.

- Camil...

- Pospondré la firma del acuerdo.

- Ya lo has hecho, esta sería la cuarta vez. Tienes que presentarte.

- Viajaré contigo.

- ¡No quiero que lo hagas! – grité.

- ¿Qué dices?

- Quiero que te quedes aquí y firmes ese acuerdo. Quiero que confíes en mí, dame la seguridad de que nada va a ocurrir. Quiero seguir con mi vida, como antes.

- No puedo – dijo de pronto.

- ¿Por qué?

- Me duele dejarte ir. – murmuró sujetando su pecho.

- ¿Qué? - reí. - Esa no es una razón suficiente yo también voy a extrañarte.

- No se trata solo de eso. – insistió.

- No entiendo. – Le dije - Camil, necesito que me expliques el porqué una pareja no puede separarse por cinco días.

El alfa se paró frente a mí y soltó lo siguiente:

- ¡Somos destinados... tu eres mi omega!

Las mismas horribles palabras que empleo Maurice y otros tantos. Esas palabras volaron hasta mí y me atravesaron el pecho causando el mismo dolor que flechas envenenadas. Me quedé sin aire y por un momento creí que moriría allí mismo. Me faltaron las fuerzas para gritar o correr, lo único que pude hacer es concentrarme en mantener mi alma pegada a mi cuerpo.

- Desde que te vi, lo supe... – continuó.

Esas otras palabras solo fueron como brasas sobre mi herido cuerpo, mantenerme consciente resultó más insoportable que el veneno que se esparcía dentro de mí. Estaba a punto de desmoronarme, pero mi caída no iba ser monumental como un rascacielos luego de una explosión, mi caída iba a ser lamentable, similar a una cerilla que es pisada en la calle, esas malditas palabras me convertían en solo un poco de cenizas aplastadas.

Me sentí mareado, ahogado, asqueado.

Alcé la mano para detener toda esa basura. Camil me observó con una mirada cargada de sentimientos complejos que no quería comprender, ni recibir.

Todo me daba igual.

La historia volvía a repetirse.

- Vete... – alcance a pronunciar.

Camil me miró extrañado, sin dejar de sonreír. Tomó mis manos y acercó su rostro al mío para besarme, pero antes de que pudiera tener contacto con mis labios, dije:

- ¿Sabes cuantas veces he escuchado esas malditas palabras?

Camil se alejó y me miró intrigado:

- Eres la sexta persona que afirma ser mi alfa destinado. – concluí.

Su expresión se transformó al comprender que frente a él, ya no estaba la misma persona, soltó mis manos y se quedó en silencio.

- ¡Vete y ya no vuelvas nunca más! ¡Esto se acabó! – grité mientras me quitaba el anillo y lo arrojaba hacia el exterior de la casa.

Para mí... ya no hay vuelta atrás.


Fin



CORONA DE SANGRE (Parte 1: "Sin Omega")Donde viven las historias. Descúbrelo ahora