24. Una voz que calma.

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Me esforcé en mantener la consciencia, tenía que cubrir la herida, la lluvia había hecho lo necesario para limpiarla, pero tenía que desinfectar la zona y posiblemente requeriría de algunos puntos de sutura.

Mientras mi parte lógica, la que le pertenecía al hombre de ciencias buscaba una solución, Shao gritaba de miedo. Llenándome la cabeza de gritos tales como: "¡Me voy a morir!", "¡Quiero a mamá!" "¡Tengo miedo!" "¡Ayúdenme!".

Me incorporé como pude, tambaleándome en el proceso y caminé por la rampa. A unos cuantos pasos me encontré con el sujeto que me había atacado yaciendo en el suelo inconsciente, junto a él todos los guardaespaldas.

- Gracias... – chillé débilmente.

Mis lágrimas se mezclaban con la lluvia y mi voz se oía quebrada pero aún así quería agradecerles, ya que gracias a su intervención seguía con vida. Levanté la vista pero todos los rostros que encontré lucían sombríos.

- ¡Debemos ir a un hospital! – dijo el más alto.

Dos de ellos me sostuvieron y corrieron conmigo en brazos hacía el vehículo que se encontraba estacionado ahí mismo. Quise decirles que se detuvieran, no podía regresar al hospital, pesaba sobre mi cabeza la advertencia del doctor Park, quién me había asegurado revelar a todos sobre la mordida anterior, si nuevamente me presentaba herido en un hospital.

- ¡Conduce al Hospital Central! – gritó uno de ellos.

- No, el hospital Santa Marta está más cerca. – Contradijo el otro.

Me debatí debajo de sus manos y con toda la fuerza que pude grité:

- ¡Vamos a casa! Está más cerca que cualquier hospital, yo puedo encargarme de la herida, cuento con todo en el laboratorio.

Los cuatro hombres lo dudaron por un momento.

- ¡No podrán protegerme en el hospital! – dije para convencerlos pero ésta vez mi voz fue más débil.

El vehículo realizó un giro prohibido y alcancé a ver que afortunadamente regresábamos a la casa. Tenía que agradecerles no solo por mi vida, también por cuidar mi secreto. Una parada en otro hospital destruiría completamente mis patéticos intentos de ocultar mi situación a mis padres.

Destapé la herida frente al espejo, la sangre apenas se había coagulado, seguía aún con ese tono carmesí, pero en mi ropa era completamente diferente la historia: toda la prenda estaba teñida de un marrón rojizo horrible. Tomé una tijera, corté la prenda y limpié la herida que me permitió apreciar la gran mordida en el cuello.

Afortunadamente no había desgarro, pero la piel requería de suturas. Me inyecté anestésico local, antibióticos y comencé a coser.

Terminé al volver a desinfectar la zona y colocar una venda alrededor de todo mi cuello.

Estaba demasiado angustiado para dormir, pero no lo suficiente como para repasar los acontecimientos que me habían llevado a ese estado. No fui demasiado lejos para encontrar la falla.

El repelente era efectivo, muy efectivo pero no era a prueba de agua. ¡Debí saberlo! La lluvia borró su rastro, mis guardaespaldas no lo notaron, pero un alfa sí pudo notar el olor que emanaba mi piel y ese olor lo obligó a atacarme.

Tenía que contactarme con el hombre o con su familia, tenía que encontrar la forma de avisarles sobre cómo revertir su estado. Lo había conseguido con los otros, con Agatha, con el policía y también con el guardaespaldas, con todos había funcionado.

CORONA DE SANGRE (Parte 1: "Sin Omega")Donde viven las historias. Descúbrelo ahora