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Max

La historia es demasiado larga, pero puede ser contada por partes, como todas. Desde que tengo uso de razón, hay una niña en mi vida. Ella ha crecido conmigo, ha formado parte de mi desarrollo como persona en todo momento, a pesar de que yo no siempre he sido el mejor...

7 de Diciembre del año 2003

–¡No! ¡Lo vas a romper! –ella sostenía unas decoraciones de cristal que mi madre había comprado hace poco, le habían llamado la atención.

–Tengo más cuidado que tú –me respondió sacando la lengua.

–Mi madre no te puede ver, se enfadará –intenté quitárselas pero ella era muy rápida–, ¡vamos, dámelas!

Estábamos ambos susurrando porque estábamos haciendo "algo malo". No queríamos que nos descubrieran a ninguno de los dos.

–¿Y qué pasa si no te los doy?

–Venga, no seas así, por favor... –refunfuñé. Me indignaba mucho que no me hicieran caso.

–¿Vas a llorar? –sonrió ella.

–Diana, para... –me abrumaba fácilmente.

–Solo quería verlas –las dejó en donde estaban, colocándolas de la forma en la que las encontró desde un principio.

–Gracias –me hacía perder la paciencia. Era insufrible. Le encantaba jugar con mis nervios. Siempre le encantó. Eso yo lo odiaba.

De verdad creo que fue ahí cuando empecé a generar rechazo hacia ella. Es la típica niña que de primeras es odiosa.

–Malcriada... –dije para mis adentros, aunque acabó saliendo hacia fuera.

–¡Eh!

–¡No haces caso a nadie! ¡Incluso desobeces a tu madre! –me giré a mirarla.

–¡Yo no desobedezco!

–Te peleas hasta que consigues lo que quieres, y lo sabes. "Pero mamá, yo quiero el rosa", tenias uno que servía para lo mismo y lo mandaste a cambiar.

–¡Déjame!

–Es un tope para la puerta, no un vestido. No entiendo por qué te pusiste así.

Me sacó la lengua y se fue. Yo me fui con mi madre, frustrado y un poco incómodo. No sabía por qué la seguían trayendo. No me llevaba bien con ella. No le gustaban mis juguetes, ni lo que me gustaba hacer. Siempre acababa haciendo lo que ella quería porque sino lloraba. Odiaba eso. Odiaba estar a su merced.

Diana

–No me gusta ir a casa de Max –miré a mamá.

–¿Por qué, cariño? –me miró ella para luego volver a poner la mirada en la carretera.

–Me cae mal.

–¿Por qué? ¿Te ha hecho algo? –la vi fruncir el ceño.

–Se queja por todo lo que hago –puse mala cara.

–¿Por qué dices eso? Es muy buen niño –se encoge de hombros–, ¿qué es lo que te dice?

Le dije un poco por encima. Le molestaba todo de mi.

–Bueno, pues no te traeré más... No te preocupes, si no te cae bien, no tienes por qué verlo. Aunque creo que no es así del todo.

–Bueno...

–¿Tienes algo más que contarme? –me miró a los ojos una vez aparcadas.

Negué.

–¿Seguro? –bajó la cabeza mirándome desde ese ángulo. Lo hacía siempre que creía que mentía.

–Yo he hecho algo que no debía de hacer... pero no te enfades. Cogí una cosa que no era mía para mirarlo, no quería romperla ni nada.

–¿Pero la has roto? –suspiró, esperando lo peor.

–No.

–Vale... Cariño, te diré algo. Tienes que entender que en la casa de los demás, tienes que aceptar sus normas. Si te dicen que no hagas algo, no lo hagas. Es de mala educación.

–Vale mamá.

–Tienes que ser buena, cariño –me acarició la frente, quitándome el flequillo de delante de los ojos–, te he enseñado muy bien, demuéstralo.

Asentí y fuimos a casa. En mi casa era la reina. Mi padre y mi madre me lo daban todo cuanto podían. Y a veces estaba tan acostumbrada a eso que quería hacer lo mismo siempre.

Mis padres y los de Max llevaban siendo amigos desde antes de que naciéramos, por lo que Max y yo deberíamos llevarnos bien, pero no. Su hermana mayor siempre estaba fuera con sus amigas, porque a ella la dejaban irse a estudiar con ellas ya que ella ya estaba con los niños mayores, por lo que no la veíamos nunca, apenas la conocía.

Max, al verme entrar por la puerta a los pocos días aún así, sin yo querer, volvió a entrar adentro. Me dijeron que fuera a buscarlo, que estaría encerrado en su cuarto como hacía cada vez que alguien iba a su casa. El padre de Max me daba miedo, y creo que a él también. Era un hombre alto, ancho y fuerte, sin duda siempre creí que podría partirme en dos como un palo que va dentro de la chimenea, pero solo se limitaba a sonreírme y dirigirse a mis padres. Fui a buscar a Max, no porque quisiera, sino porque la madre de Max me lo dijo y porque no quería tener al padre de Max cerca.

–Max –dije tras la puerta.

–Pensaba que no ibas a venir más –lo oí antes de abrirme.

–Yo también. Pero mis papás me han enseñado que hay que dar segundas oportunidades.

–Vale –se encogió de hombros–, ¿quieres jugar?

–Vale.

Siempre tuvo una pista de Scalextric montada en su habitación. Cada vez que volvía, o la mayoría de las veces, era más grande o más modificada. Tenía varios coches. Esas pistas valían mucho dinero, pero eran divertidas. Para él, claro.

–Me han comprado un coche nuevo. Pensé que te gustaría porque tiene los números de color rosa –me lo enseñó, aún en su caja.

–Que chulo.

–¿Quieres estrenarlo? –me sonrió ofreciéndome la caja.

Asentí sonriente. Era la primera vez que aceptaba jugar a uno de los juegos de Max. Tal vez, yo simplemente no había aprendido a salir de mi zona de confort para probar otras. O simplemente quería llevar la contraria. Me acordaré siempre de ese coche, con el número 33 en color rosa magenta chillón. Fue el primer número que usó Max en su carrera deportiva años después.

Aquel día nos tiramos la tarde pegados a la pista, intentando ganarnos el uno al otro. Hasta que la madre de Max apareció por la puerta para decir que me tenía que ir ya, pero Max habló sorprendiéndome.

–¿Se puede quedar a dormir? –ella miró a Max abriendo un poco más los ojos.

–¿De verdad quieres que se quede? –a lo que él me miró.

–Yo si quiero –hablé.

–¡Pídeselo a su mamá, por favor, mami! –se levantó para agarrarla de la camiseta y dar algunos saltitos. Ella sonriente y feliz por vernos así, salió de la habitación–, me lo he pasado muy bien y no quiero que te vayas –admitió cuando ella desapareció por el pasillo.

–Yo también me lo he pasado muy bien contigo.

–Si quieres, puedes quedarte con el coche y traerlo cuando nos veamos para jugar. A mí no me gusta y a ti te encanta.

–¡Sí! –él me sonrió y volvió a sentarse a mi lado en la alfombra para volver a coger el mando de su coche.

–Te voy a machacar.

–Creído.

–No soy creído –rueda los ojos–, tú tienes mucho que aprender.

Rodé los ojos y seguimos jugando por horas, ya que estábamos en las vacaciones de verano.

𝐦𝐚𝐝 𝐦𝐚𝐱: 𝐥𝐨𝐬 𝐠𝐚𝐧𝐚𝐝𝐨𝐫𝐞𝐬 𝐭𝐚𝐦𝐛𝐢𝐞𝐧 𝐬𝐞 𝐞𝐧𝐚𝐦𝐨𝐫𝐚𝐧Donde viven las historias. Descúbrelo ahora