31 de julio, 2017

9 1 0
                                    

Con un golpeteo suave pero persistente, la voz de mi madre se filtró en mis sueños. Era una mañana especial. Hoy es el cumpleaños de mi hermano. A regañadientes, me separé de las sábanas que se aferraban a mí. Me levanté de la cama, arrastrando los pies, y me dirigí al baño.

Al verme al espejo, mi reflejo me asustó. Mi cabello, era un revoltijo desordenado, y mis ojeras están tan oscuras que parece que alguien me haya golpeado. Suspiré profundamente y lavé mi rostro. No quería bajar. Quería estar en la cama acostado.

El ruido estridente del ladrido del perro del vecino llenó mi habitación, sacándome de mis pensamientos. Intrigado, me acerqué a la ventana y allí, en el patio del vecino, vi a la bestia de cuatro patas, un ser con un hocico babeante y ojos que destilaban pura rabia. Su mirada se encontró con la mía por un breve momento, y en sus ojos, pude ver la necesidad visceral de causarme daño. Le dirigí una sonrisa desafiante y sus ladridos se intensificaron.

Al entrar en la cocina, encontré a mi madre moviéndose de un sitio a otro mientras terminaba de preparar la mesa para el desayuno. El aroma de las tostadas recién hechas y el café fresamente colado llenaban el aire. Mi hermano, Elías, estaba sentado a la mesa, inmerso en una animada conversación con mi padre. Sin embargo, sus voces se apagaron gradualmente cuando me vieron entrar. Sus miradas se encontraron, intercambiando preocupación. Mi madre dejó de colocar los cubiertos por un momento, su rostro reflejaba una mezcla de ternura y angustia mientras se acercaba para darme un cálido abrazo, como si intentara consolarme sin decir una palabra.

Por un efímero instante, me dejé envolver por su expresión de afecto. Sin embargo, la incomodidad surgió de las profundidades de mi estómago, una sensación extraña y desagradable que me hizo separarme con suavidad de su abrazo. Mis ojos encontraron los suyos por un breve momento. Desvié la mirada y, con gesto serio, tomé asiento en la mesa, tratando de ocultar las emociones que me agitaban. La atmósfera se volvió tensa con el silencio que nos invadió.

–¿Quieres salir a dar una vuelta o al cine? –consultó Elías con una mirada expectante, esperando una respuesta afirmativa de mi parte. Un momento de silencio se extendió entre nosotros.

Si soy sincero, no me apetecía salir.

–¿Quieres? –preguntó nuevamente.

Asentí con la cabeza.

Por esa tarde, dejé de pensar en el montón de porquería que constantemente se posicionan en mi mente. Dejé de sentirme culpable, de escuchar esa voz que me hinca los nervios, de sentir el vacío en mi estómago.

Fuimos al cine y elegimos una película de terror. Mi hermano, en una escena de suspenso que hizo gritar a toda la sala, tiró sus palomitas, y no pude evitar reír a carcajadas junto a él. Después, en medio de unas hamburguesas en un pequeño restaurante, empezamos a conversar sobre su vida en el colegio, sus amigos, sus ideas, en un momento empezamos a recordar cosas del pasado, nuestros juegos, paseos y las andadas en bicicletas alrededor de la ciudad.

Estaba comiendo unas papas fritas cuando vi a Luis sentarse a unas cuantas mesas cerca de donde yo me encontraba. Verlo me bastó para pensar en ti. Dejé de escuchar a mi hermano y me centré en aquellos pensamientos que me incitaban a buscarte.

Me levanté del asiento y caminé hasta Luis, al verme quedó algo sorprendido, pero me ofreció una sonrisa amistosa. Tras saludarlo y estrecharle la mano, le pregunté por ti.

Hasta tu mejor amigo no sabe nada de ti, desapareciste del mapa sin dejar una pista para hallarte. Estaba ofuscado, quería gritarle en ese momento a razón solo de mi enojo porque nada me había hecho, pero por alguna razón quería gritarle por no brindarme algún hilo del cual tirar.

Estaba regresando a mi mesa cuando él me llamó. Mi expresión ya no era amigable, estaba serio, lo escudriñé esperando que hablase.

Me dijo que quizás sabía en dónde te encontrabas. Habló de tu tía y me dijo que habías mencionado la posibilidad de pasar un tiempo con ella. Con el corazón latiéndome con fuerza, hice las preguntas necesarias, aunque las respuestas fueron vagas y llenas de incertidumbre.

Al llegar a casa busqué en internet el sitio que me había mencionado Luis, el lugar era grande, habían muchas posibilidades orbitando en el aire ¿estás con tu tía? ¿Debo ir a buscarte? Sé que empezaré a indagar en tus redes sociales para hallar algo que me ayude a llegar a la casa de tu tía.

Te he hecho una pregunta importante. ¿Debo ir a buscarte? Puedes responder que no y con eso bastará para que dejé de hacer el tonto por medio de estas cartas, y ya perdí la cuenta de cuántas veces he llamado a tu puerta.

¿Por qué este silencio es más mortal? Siento que muero con cada respiro que doy y tú no respondes.

Con amor,
Benjamin

Soy TuyoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora