Prefacio

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Donde estaba, era un lugar oscuro, semejante a una niebla densa y líquida que no tenía comienzo o fin. Un mar profundo, pero no silencioso o habitable. En ese lugar, el frio se calaba a través de su piel, huesos, erizándole los vellos de los brazos. Louis los movió, pensando en generar algo de calor, pero aquel gas a su alrededor atravesó y deslizó entre sus manos y extremidades, impidiéndole avanzar, subir o bajar. Al notarlo, se tocó las manos, pero ellas también se atravesaron a sí mismas, como si su carne, sus huesos, sus músculos... no existieran.

Miró a todas partes, pero no pudo distinguir nada. No había nada allí que le pudiera servir de referencia. Y las preguntas, las dudas, el miedo. Miedo puro, helado, empezó a recorrerle las venas. No sentía un miedo así desde que era pequeño, desde que vio a Harry ser herido tantas veces por su culpa, desde que su madre se convirtió en oro.

No tenía ni la más mínima idea de donde su cuerpo estaba, si es que eso era en lo que se encontraba metido. Porque los brazos, las piernas, todo su cuerpo, solo era vapor. Comprendió entonces que, tal vez, no estaba flotando en las aguas de un mar verdadero, sino que su alma estaba en aquella línea entre la tierra y el cielo, sumergida en una agonizante espera para que su dios decidiera si era digna de subir y sentarse en su gran mesa, o si debían lanzarlo abajo, abajo y abajo, en los recodos más oscuros del plano espiritual.

Louis respiró o eso pretendió hacer para calmarse, a la vez que recordaba todas las palabras de su madre y profesores siendo un niño. Los libros leídos y hojeados acerca de esto. De la muerte.

Nunca obtuvo una respuesta concreta a lo que era morir, lo que se sentía, lo que veía, a donde iba. Sin embargo, ahora podía verlo con claridad. Su alma no iba a ninguna parte, aunque intentara avanzar, retroceder, subir o bajar nadando, era como si algo lo retuviera desde el centro de su pecho, desde el núcleo de donde él se formó, siendo cuerpo y consciencia.

Estaba atrapado en esa oscuridad densa.

Y empezó a preguntarse si así sería su eternidad después de tantas cosas vividas. De tantas equivocaciones. El peor error que cometió estando en vida, fue el haber caído en la trampa de Denébola. De haberse dejado moldear. De haber encerrado a Harry en la cúpula, creyendo ingenuamente que de esa manera lo protegería, aun sabiendo que su pareja tuvo todas las capacidades para hacerlo. Su peor error, fue creer que solo él podía proteger a todo el mundo, que solo él tenía las herramientas para hacerlo, cuando en realidad ni siquiera él mismo podía controlar su propios pensamientos... o protegerse. Se arrepentía de haber denigrado a sus amigos y esperaba, que su eternidad no fuera de esta manera. En ese lugar tan frio e inefable.

Volvió a mover sus brazos en aquel gas líquido, cuando la voz de Harry resonó en ese espacio. Efímera. Como el canto celestial de un ángel. El centro de Louis, de su pecho, se sacudió y tensó, como si una cuerda invisible volviera a tirarlo en busca de regresar a tierra. Louis envolvió sus manos a donde creía estaba el lazo que sobresalía de su pecho, notando el hilo que su omega tanto le habló con nitidez en sus dedos. Aquel hilo vibró cada vez que Harry pronunció su nombre en el espacio, como una melodía, un camino por el cual se podían comunicar el uno y el otro.

Louis nunca dudó de las palabras y creencias de Harry. Él sabía que entre omegas, betas y alfas, un lazo que solo se rompía con la muerte de uno de los pares, existía. Pero jamás se lo imaginó o tuvo la intención de darle forma. Hasta ahora. Su lazo era de color azul y brilló en esa oscuridad, extendiéndose frente a él como si más allá otra persona lo estuviera tirando. Louis dio un paso para seguirlo, pero no pudo moverse. Sin entender, jaló del lazo hacia sí mismo, recibiendo de vuelta un dolor punzante y asfixiante. Como si hubiera perdido algo demasiado valioso.

Jadeó, llevando una mano a su boca, a la vez que la voz de Harry volvía a retumbar en ese lugar y a hacer vibrar el hilo. Gritaba. Harry gritaba. Gritaba de una manera diferente a las que él escuchó. Pedía a gritos el regreso de su hermano, del suyo y el de su madre. Que su padre comprendiera su perdida y su lucha. Que su gente lo viera. No eran gritos como los que salieron de su boca, estos gritos... provenían de su corazón.

The king's heart (l.s) #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora