XXIII: Confianza

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Los entrenamientos fueron de dolorosos a extra dolorosos.

El cuerpo de Harry dolía en sectores inimaginables, pero al cabo de una semana, los cambios fueron notables. Ya no se cansaba como lo hizo el primer día, su resistencia fue en aumento y ahora ya no tenía problemas para continuar hasta el final de la sesión. Ese día, el cielo estaba singularmente despejado. El sol se mezclaba con las nubes grises, entregando un calor frio que apenas calentaba los huesos de Harry.

Davian le había otorgado el permiso de usar una de las espadas de madera al ver que, aunque pasaron meses desde su último entrenamiento, estaba bastante adelantado en comparación con las personas que, realmente, eran novatos. Le mostró una serie de ejercicios que hacer con la espada, cosas que a Harry jamás le mostraron, ni siquiera Calian. Para sus adentros le dio un punto a Momoru en aquel sentido. Sus manera de entrenar y enseñar, quizás sobrepasaban un poco a Nymeria.

—Bien. Desde el comienzo —ordenó Davian. Su cabello largo y rubio esta vez iba atado en un medio moño en su cabeza y partes de su cabellera danzaba libre con el viento invernal.

Ante la nieve que se acumulaba por los bordes de la pista, Davian se veía mucho más blanco. Su cabello fácilmente se podría decir que era como del color de la miel o el oro.

Harry asintió, sus mejillas hervían y en sus sienes rizos se pegaban ante el sudor. Su ropa se ceñía a su espalda, donde una leve mancha húmeda se mostraba en la parte de la columna. Fue hacia el centro de la pista y tomó la espada como Davian le enseñó desde la empuñadura. Sin embargo, Davian se acercó por detrás y puso sus manos en sus caderas mientras quedaba en una distancia propicia. Harry se tensó por completo al sentir sus manos duras sobre él.

—La cadera firme. Tus piernas un poco más abiertas. Debes estar consciente de tu cuerpo y de tu respiración. Tu mente debe estar alineada con cada uno de tus sentidos.

—De acuerdo —dijo Harry, mirando al frente.

—Toma una inhalación, retenla y exhálala.

Harry lo hizo, cuatro veces, mientras Davian se alejaba y lo observaba.

Sentía sus brazos más firmes que antes, y sus músculos ya no se fatigaban tan rápido. Sus costillas no estaban expuestas, sus muslos también habían ganado más grosor durante los días que tuvo para comer y descansar como era debido.

El antiguo Harry rápidamente quedaba atrás y eso... Eso era una motivación suficiente para Harry, porque una vez Davian le dijera que estaba listo, él podría luchar. Sería un guerrero. Uno del cual nadie duraría y siempre temerían.

Alineó sus piernas con su cadera e hizo fuerza en su abdomen, tensándolo. Davian asintió en aprobación.

—Eso es. Ahora, comencemos con un golpe diagonal, recuerda llevar la espada a tu hombro contrario. Eso es. Más rápido, más rápido. Fluye con el movimiento. Siente tus músculos, tus brazos guían la espada, no ella a ti. Son uno. Confía en el corte, en el sonido del aire. Eso es. Ahora avanza, uno, dos, uno, dos. Perfecto. Ahora, pasaremos a un golpe diagonal con cambio de muñeca. Recuerda moverlas, guía a la espada al adversario. Retrocede, uno, dos, uno dos. Eso es, Harry. Ahora, con un golpe largo. Lo recuerdas ¿cierto?

—Sí.

—Bien. Hazlos.

Harry volvió a su punto inicial y dejó la espada cerca de su cadera, siendo consciente del peso y la textura en sus manos sudorosas. Respiró hondo e maginó a alguien frente a él. El primero que apreció en su campo fue Pyndos. Su joroba y mirada enfermiza le revolvió el estómago, pero se mantuvo ahí, concentrado, mientras lazaba el primer golpe desde abajo hacia arriba, cortado el cuerpo de ese horrible hombre con el que tuvo la desdicha de coincidir. Luego, apareció Lowell. Sabía que estaba muerto, pero en el fondo, Harry habría querido asesinarlo él mismo.

The king's heart (l.s) #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora