XIX: Cálido atardecer

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Muy pocas aves cantaban en aquella isla que, para estar en medio de la nada, lucía bien equipada. Louis no había tenido el privilegio de recorrerla aun. Su llegada fue inesperada y precipitada.

Su travesía por el bosque había sido agotadora y casi frustrante. La profeta le había recomendado descansar en su casa y pensar en las próximas jugadas. Esa mujer... Su hogar estaba lleno de huesos y calaveras, piel y órganos de animales. Su aspecto... Louis tuvo que retener un estremecimiento al recordar su rostro, los ojos vacíos. No le daba muy buena espina, pero lo había salvado y traído nuevamente a la vida para terminar todo este conflicto que, al parecer, comenzó con sus antepasados. Que él comenzó al matar a Saira. Contaban al menos con que Denébola no sabía sobre su regreso, y podían tomarlo a su favor próximamente. Pero eso, por ahora, no importaba. No cuando sobre su pecho... Harry dormía plácidamente sin importarle en lo absoluto el oro que relucía por la luz del fuego en la chimenea, y el sol que atravesaba la ventana.

Se aferraba a su cuerpo como un niño lo haría a su peluche favorito, mientras sus rosados labios permanecían dulcemente entreabiertos para dejar fluir su pacífica respiración.

¿Cuántas noches no soñó con esto? ¿Cuántas horas no tomó los recuerdos de Harry como único alimento para caminar y caminar, todos esos caminos nevados hasta dar con él? Cada minuto valió la pena, y volvería a hacerlo, si esta sería su recompensa. Sin embargo, todavía quedaban rastros de culpa navegando en el abismo de su alma que ahora parecía estar carente de la esencia y tirón, que siempre estuvo presente cuando Harry rondaba a su alrededor. Había sido cruel.

Demasiado cruel.

La idea de haber sido peor que Gaelen lo carcomía. Él se sentía miserable cuando se imaginaba a su omega de pie en un altar vacío, rodeado de ojos expectantes y burlescos, a la espera que la persona que él quería apareciera para jurarle amor. Y percatarse de que actuó de esa manera... de que lo secuestró y retuvo en los calabozos sin luz de sol, que incluso llegó a gritarle e infligirle miedo... despertaba un instinto animal que solo se iba en su contra, como un incentivo a autoflagelarse como castigo. No merecía a Harry. Nadie merecía a Harry. Su omega daba la vida por todos, sin importarle romperse un hueso, si con ello los suyos estaban a salvo. Era tan leal y él tan egoísta...

Acarició su labio inferior, sintiendo su aliento tibio rozar la capa de oro que envolvía sus falanges ahora. Dormía como si no lo hubiera hecho por mucho tiempo y se aferraba a su cintura como si el mañana no volviera a llegar. Y con razón, no quería pensar en todas las horas que pasó en vela. Todo lo que se guardó, el dolor que ocultó por la pérdida de su hermano. Eso... eso era otra de las cosas que le hacían enfurecer consigo mismo. El día que raptó a Harry, fue el día en que lo separó de Alden, y cuando pudo volver... el niño murió. Había privado a Harry de verlo crecer. Si no lo hubiera secuestrado, Viggo no lo habría odiado y esa pelea con Cadoc y Melaquias tal vez no habría ocurrido.

Cerró los ojos y los apretó con su dedo índice y pulgar para borrar la frustración que le daba el asunto. Su mente no daba tregua a dejarlo en paz y permitirle descansar de las imaginaciones sobre el futuro. No dejaba de castigarlo. La profeta le había dicho que aún quedaba mucho camino para obtener el perdón y cambiar. Y él lo haría, porque perder a Harry y su reino...

No lo perdería de nuevo.

No podía permitirse perder lo único que llenaba su vida de colores y aromas, a quien le incitaba querer continuar.

Volvió a contemplarlo mientras el sol de la tarde aparecía por la ventana. Esa noche, la maldición desaparecería, pero al menos por el día ella le permitiría tocar a Harry todo lo que no pudo antes. Y eso fue lo que hizo. Pasó sus dedos dorados por su mejilla, contemplando el contraste de sus dedos con su piel pálida. Le dolía ver a Harry de ese modo, cuando en Nymeria había brillado como si fuera el sol. Y le dolía aún más ver sus propios dedos sobre su piel. Como un arma destructora que podría arrebatarle a Harry hasta el último aliento con solo un roce. Después de haber usado su poder con los alfas, parecía que su cuerpo lentamente comenzaba a convertirse, al menos la profeta le explicó que no acabaría siendo una escultura si no usaba su poder otra vez.

The king's heart (l.s) #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora