capítulo 34

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Cuando era pequeña soñaba con ser mayor. ¿Qué paradójico, no? Nos pasamos la vida esperando a que llegue algo mejor. Con diez años soñaba con parecerme a la hermana mayor de Mar. Ella tenía diez años más que nosotras y estudiaba enfermería. Quería hacer todo lo que ella y sus amigas hacían. Quería salir de fiesta, bailar hasta las tres de la mañana y tener un novio alto y guapísimo que me hiciera sentir la chica más preciosa del mundo. Una noche en casa de Mar, recuerdo que su hermana nos maquilló, nos peinó y nos dejó unas camisetas con brillantitos típicos de la última noche del año y dos pares de tacones que dejaban al descubierto que nuestros pies eran lo suficientemente pequeños como para tropezarnos mientras modelábamos en el pasillo. Parecíamos princesas, pero de las modernas. Su madre nos dijo que éramos demasiado pequeñas para llevar los labios rojos, pero a mí me encantaba. No podía parar de mirarme al espejo. Me sentía preciosa. Cuando nos tocó la hora de ir a dormir, me puse a llorar y tardé unos minutos en calmarme. No porque no quisiera quitarme el pintalabios, sino por lo que suponía hacerlo. Yo no quería ser pequeña. Quería hacer todas esas cosas que hacen los mayores y que tú, cuando tienes diez años, piensas que son las que van a darle sentido a tu vida. Me pregunto en qué momento dejé de ser esa niña que se pintaba los labios de rojo. No sé cuándo fue la última vez que jugué con una muñeca. La última vez que me maquillé con las pinturas de mi madre. La última vez que dormí en casa de Mar esperando que no sonase la alarma al día siguiente porque no queríamos ir a clase de biología. Nunca se me ha dado bien cerrar etapas y menos sin saber que las estás cerrando. Tampoco me gusta el paso del tiempo y mi madre siempre se ríe de mí porque dice que eso es ley de vida, pero a mí lo que me asusta es pensar que algún día voy a hacer algo por última vez y no lo voy a saber.

Cuando tenía diez años me enfadaba con mi madre porque no me dejaba crecer. Creo que ahora empiezo a entenderla. En realidad, me estaba enseñando a esperar. Me estaba enseñando a que las cosas vienen cuando vienen, y que no hay que tener prisa. Que cada cosa viene a su debido tiempo. Ahora tengo veinticuatro y he salido de fiesta, he bailado hasta las tres de la mañana, me he pintado los labios de rojo y he tenido un novio alto y guapísimo que me hacía sentir la persona más pequeñita del mundo. Al final, no era para tanto, y la Hannah de diez años no sabía que crecer suponía todo lo que vino después. Responsabilidades, inseguridades, estrés, ansiedad, incertidumbre, miedos. Estoy segura de que si le hubieran explicado que la vida no era un cuento Disney y que ella no era una princesa a la que un apuesto príncipe vendría a salvarla, todo sería diferente. Para empezar, no estaría a punto de hacer lo que va a hacer ahora.

Inspiro tres veces seguidas antes de empujar la puerta con fuerza. El calor de la cafetería me golpea y esbozo una especie de sonrisa cuando el olor del chocolate caliente y los pasteles que prepara con tanto amor Ana, la dueña, llega a mis fosas nasales. Echo un vistazo a mi alrededor y lo veo. Está sentado en una de las mesas de la derecha. Suspiro aliviada al ver que no ha elegido ninguna de las mesas que ocupo con Alice y Josh, o la que ocupo yo cuando vengo sola. Habrá unas diez personas en la cafetería y la canción de jazz que está sonando en los altavoces no es suficiente para que no se dé cuenta de mi presencia, porque levanta la mirada del móvil en cuanto pongo un pie en su dirección. Me sonríe con una sonrisa que da más miedo que otra cosa y a mí me faltan ganas para salir corriendo. Me tiemblan las manos y no hace frío.

Mi cabeza me repite una y otra vez las palabras de mi psicóloga cuando la llamé la semana pasada: "Habla con él. Dile todo lo que piensas, todo lo que sientes, todo lo que te duele. A veces pensamos que, evitando a quien nos hace daño, evitamos el sufrimiento. No funciona así. Necesitamos enfrentarnos a esa persona o a esa situación y decirle adiós. Es la manera de perdonar, Hannah. El pasado está ahí y necesitas sanarlo para poder vivir. Puedes hacerlo. Necesitas despedirte para poder seguir adelante".

no decirte quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora