capítulo 15

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- Mamá, no quiero que se quede.

- Es mi casa y es mi novio.

- Ya, pero yo no estoy cómoda.

- Es solo unas semanas hasta que encuentre algo.

Estoy en la cocina haciéndome un chocolate caliente. Esta mañana me levanté con antojo. El chocolate caliente era un ritual en casa de mi abuela en cumpleaños, navidad u ocasiones especiales y, aunque hoy es un jueves cualquiera, siempre me parece buen momento para volver a casa.

- No lo conoces.

- Llevo meses con él.

- Sí, pero no sabes nada de su vida. Y yo tampoco.

- ¿Desde cuándo te interesa a ti eso?

- No me interesa, pero me da la sensación que él sabe todo de nosotras y nosotras de él no. Ni siquiera sé si tiene familia, ni cuando es su cumpleaños ni dónde vivía antes de estar aquí.

- No me parece tan importante.

- Ni siquiera sé donde trabaja, mamá. Es raro.

- En la construcción.

- Por favor, no lo metas en casa.

Le suplico con la mirada que no lo haga. Quiero que mi madre sea feliz, pero no quiero que Pol viva aquí. Es una mala decisión. Algo en mi estómago me lo dice. Se lo digo de todas las maneras posibles, pero su cara me dice que no está dispuesta a negociar. El timbre sonando minutos después y Pol entrando con una bolsa de deporte en la mano me lo confirman. Mi madre le recibe con un beso un tanto desagradable de ver y él le contesta rodeando su cuerpo y agarrando su trasero con ganas. Arrugo la frente desde la puerta de la cocina y me voy al sofá a intentar tomarme el chocolate tranquila.

- Hola, Hannah.

- Hola.

- Estás muy guapa. El azul te sienta bien.

Mi madre sonríe encantada y yo pongo la voz más falsa que encuentro.

- Gracias.

- He hecho empanada para cenar.

- Yo no tengo hambre – digo.

- ¿No vas a cenar nada?

- Con el chocolate estoy bien.

- Tienes que comer algo más.

- Así estoy bien, mamá. En serio.

- Déjala – dice Pol, metiéndose – Es bueno que no coma tanto, así no pierde el cuerpo tan bonito que tiene. El chocolate engorda mucho.

Abro los ojos, asqueada por su comentario. Miro a mi madre, esperando que diga algo, pero se limita a reírse bajito y a tocarse un mechón de pelo, como si tuviera quince años.

- Ese comentario es una mierda.

- ¿Cómo? – dice él, sorprendido.

- Que ese comentario es una mierda – repito – Te agradecería que no soltaras esas cosas delante de mí.

- No dije nada malo.

no decirte quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora