capítulo 35

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Doy vueltas en la cama, pero no puedo dormirme. Han pasado dos semanas y no he conseguido pasar una noche tranquila. Mi madre sabe lo que ha pasado, pero no sabe el verdadero motivo. Josh ha venido a gritarme tan rápido como se enteró y ha estado intentando hacerme reaccionar. Alice, por su parte, tampoco sabe la verdad. Las cosas entre nosotras están raras. No nos vemos fuera de la tienda. Ella lo ha intentado, pero no me atrevo a quedarme a solas, porque sé que terminaré confesándolo todo. Creo que Logan no le ha contado el motivo de la ruptura y eso, en cierto modo, me alivia. Ya lo he perdido a él. No quiero perder a Alice también. Mar casi se coge el primer vuelo cuando le conté todo. Después de repetirme lo tonta que fui y lo mucho que me iba a arrepentir, ha estado llamándome todos los días. Me ha apoyado, me ha escuchado y ha dejado que llore con ella cada vez que hablamos. Supongo que eso hacen las amigas. He intentado enfocarme en el trabajo, en los libros y en la música. He intentado bailar, incluso salir a correr. Lo he intentado todo, pero al final del día todo se resume en la sonrisa del chico de pelo alborotado que no me puedo sacar de la cabeza.

Decidida, salgo de la cama y me visto con lo primero que encuentro. Aprovecho la noche cálida de abril y me pierdo entre las calles. Ni siquiera sé a dónde me dirijo, pero mis pies parecen hablar por mí y, cuando levanto la cabeza, me encuentro en el parque. El parque que desde que lo pisamos lo he sentido nuestro. De los dos. Mi cabeza me dice que me aleje, pero no lo hago. Me siento en el columpio y mi vista viaja por todo el lugar. Mis piernas se mueven solas y termino recostada en el césped, sintiendo como si estuviera invadiendo un espacio privado y, por un momento, vuelvo a esa noche. A esa cena, a esa conversación sobre la infancia justo aquí, él a mi lado, los dos tumbados mirando unas estrellas inexistentes, los nervios, las ganas y todo lo demás. Cierro los ojos y me imagino que todo sigue igual. Que él está aquí conmigo, dándome la mano y sonriéndome de esa manera que me vuelve loca antes de pegar su boca a la mía. Pero nada de eso pasa. Cuando abro los ojos, todo se vuelve negro. Y él desaparece. Y vuelvo a estar sola. Saco el móvil y entro en su conversación, casi inconscientemente. Reproduzco el último vídeo que me mandó hace unas semanas. Es él, tocando el estribillo de la nueva canción que estaba componiendo. Mi dedo pulgar se debate entre borrarlo o no, pero el miedo a no volver a ver su cara de concentración y la suavidad de sus dedos rasgando las cuerdas de la guitarra me hace descartar la idea al instante. Si no voy a volver a ver esa escena nunca más, quiero conservar estos quince segundos para mí. Estoy tan absorta en esa imagen que no soy consciente del ruido de unos pasos a pocos metros de mí. Me pongo alerta al instante y mi corazón se acelera en cuanto distingo a la persona que tengo en frente. Casi hubiera preferido que se tratase de algún desconocido. Él me mira, algo sorprendido por verme, pero se guarda sus sentimientos y me dedica una mirada cargada de algo que no sé descifrar. Trago saliva y hago ademán de levantarme, pero su voz me detiene.

- No hace falta que te vayas.

Fijo mi vista en el cielo, incapaz de moverme, y mis dedos se aferran al césped. Me remuevo incómoda cuando lo siento agacharse y sentarse junto a mí, antes de tumbarse. Justo como esa noche. Incluso lleva la misma sudadera. Ninguno de los dos habla. La tensión podría cortarse con un cuchillo y cada segundo que pasa tengo más ganas de llorar y, sin embargo, siento que los dos tenemos las mismas ganas de mirarnos a los ojos y dejar que ellos hablen por nosotros.

- ¿Qué haces aquí?

Me sorprende la dureza de su voz, pero trago saliva. Me siento una estúpida.

- No podía dormir.

- ¿Por qué aquí?

No contesto. No me atrevo a decirle que este lugar me hace sentir mucha paz solo porque una noche cualquiera empezamos a conocernos y desde entonces siempre quiero volver a ese momento. Giro la cara, para que no pueda verme.

- ¿Por qué lloras?

Me limpio las mejillas con la manga de la sudadera y sorbo por la nariz. Debería haber traído un pañuelo.

- ¿Qué haces aquí, Hannah?

Mi estómago da un vuelco al escucharlo decir mi nombre y quiero decirle que echo de menos que me llame por mi diminutivo.

- Ya te lo he dicho – me giro, encarándolo – No podía dormir.

- ¿Estás bien? – esta vez su voz se suaviza.

- Sí – miento – ¿Tú?

- También.

Mentira. Está fatal. Está igual de guapo, pero las ojeras le delatan. No ha estado durmiendo bien. Lo conozco.

- Lo siento.

- ¿Por qué?

- Te dije que no era buena para ti.

Silencio. Su mirada se encuentra con la mía y es en ese instante cuando entiendo las palabras que me dijo su abuela esa tarde lluviosa en la cocina de su casa. Logan y yo nos miramos diferente. Nuestros ojos se buscan. Da igual lo que pase, se buscan en una habitación llena de gente y se dicen muchas cosas cuando están solos. Me pregunto si él será capaz de percibir todo lo que me gustaría decirle ahora mismo.

- Eso me sigue pareciendo una estupidez – susurra, tras un silencio.

Giro la cara para disimular una sonrisa amarga. Quiero lanzarme a sus brazos y que me diga que todo va a salir bien. Quiero apoyar mi cabeza en su pecho y que sus dedos tracen caricias en mi pelo y en mi piel desnuda hasta que me quede dormida. Pensar que eso no se va a repetir me hunde el pecho.

- ¿Fue todo mentira?

- ¿Qué?

- Los besos. Las caricias. Las veces que hicimos el amor. Las miradas. ¿Fue mentira?

- No – digo, sintiendo arder la garganta. No puedo decirle que los besos más sinceros que di en mi vida fueron una mentira.

- Entonces no lo entiendo.

- A lo mejor lo nuestro no podía ser.

- A lo mejor.

- Así estaremos bien – digo, en un intento de auto convencerme de algo que no me creo ni yo misma.

- Ya.

Me quedo callada. Recorro su rostro una vez más y me permito guardarme todos los detalles que tanto me gustan de él. Sus manos llenas de anillos, los mechones de pelo que bajan a su frente, el hoyuelo que le sale en la mejilla izquierda y sus lunares. Su sonrisa traviesa cuando algo le divierte, el brillo en sus ojos al mirarme y su risa ronca y preciosa cuando está feliz. Cuando lo memorizo, sacudo la cabeza y clavo mis ojos en los suyos. Intento decirle que nada fue mentira. Que todo lo que he vivido con él ha sido lo más real que he sentido en mi vida y que nuestra historia me va a acompañar siempre. Quiero decirle que antes de él no creía en un amor incondicional, pero que desde el día que desperté entre sus sábanas y su cuerpo supe que podía estar con él hasta envejecer, a pesar del miedo que me da reconocerlo. Porque cuando se trata de él, el miedo pasa a un segundo plano. Sin decir nada, acomoda sus brazos bajo su cabeza y sus ojos se posan en el cielo. Recorro su perfil despacio, muy despacio, y sigo su mirada.

- No hay estrellas – dice, bajito.

- Si las hay.

- No veo ninguna – veo su ceño fruncirse y reprimo una sonrisa.

- Una vez alguien me dijo que solo desde aquí se pueden ver las estrellas más bonitas de la ciudad.

Silencio.

- ¿Me las enseñas?

- Algún día. 

no decirte quieroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora