Final: por la lealtad, el amor y los veinte años

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Capítulo final

Por la lealtad, el amor y los veinte años

"Cada cosa que pierdes es un paso que das. Así que haz pulseras de la amistad, aprovecha el momento y disfrútalo. No tienes razones para temer.

Estás por tu cuenta."

You're on your own, kid; Taylor Swift

"Juntos, viviremos en la amargura, te amaré con toda la locura de mi alma; algún día, cariño, no sé cuándo, llegaremos a ese lugar, donde realmente queríamos ir, y caminaremos al sol...

Pero hasta entonces, los vagabundos como nosotros, cariño, hemos nacido para correr."

Born to run; Bruce Springsteen.

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No sabía si sus ojos estaban abiertos porque la oscuridad era abrasiva, al igual que el frío y la soledad.

El goteo se escuchaba a lo lejos, junto con un eco que le hacía compañía de manera intrépida. No habló porque no sabía si alguien más podría escucharlo, lo que le haría sentir inexistente.

Pestañeó un par de veces, breve, solo para rectificar que estaba despierto. Que aquel despertar no solo era parte de su sueño para confundirlo de la realidad con la fantasía, y de que haber despertado significaba que JiSung dejaba todas sus pesadillas atrás.

Mentira, no lo hizo. Dormir traía las pesadillas del inconsciente, y el estar despierto le llevaba las consecuencias del mundo tangible. De los gritos, de los llantos, de la muerte y de las heridas que le hacía sentir que estaba consumido desde lo más profundo de sus entrañas. Intentó modificar su vista a la de algún animal con sencillez de ver en la oscuridad, pero no pudo. Si la magia del lugar le suprimía la metamorfomagia, significaba que estaba en un calabozo para gente como él.

A medida que más convencido estaba de que se encontraba despierto, y de su vista adecuándose a la oscuridad, más se mermó en la idea de sus acciones cometidas en el Gran Comedor.

Asesinó al Ministro de Magia.

En su instante, JiSung había temido sobre lo que sería de él antes de hacerlo, porque la voluntad de querer matarlo era equiparada a que saldría muerto de ese duelo. La guerra continuaría, y todo nicho de criatura sería aniquilado para darle paso a los seres humanos perfectos: a los magos.

Y JiSung asesinó al Ministro de Magia, electo democráticamente en un plebiscito de su selección porque nadie más quiso ser candidato. JiSung debió de esperar el acontecimiento de alguien que intentara acabar con él, pero la idea de que un magnicidio fuese llevado a cabo bordeaba incluso de la fantasía dentro de la seguridad que contemplaba la magia. Independiente de cuán fácil era asesinar con una varita mágica, nadie lo había hecho contra DeLuca. Salvo a la gente desprotegida.

El dolor de la Magia Oscura en su espalda seguía latente; con su temblorosa mano la guio hacia el omóplato opuesto para poder tocarla bajo su ropa, con una herida abierta que no cicatrizaría jamás pero lo marcaría a que nadie lo matase por la espalda. Eso era bueno, creía JiSung, porque lo que sea que pasase en ese momento haría que mucha gente lo deseara muerto.

«Bueno, las runas me protegerán de los ataques —razonó JiSung, aun recostado en el suelo de la celda—. O tal vez Azkaban me protegerá.

»Mierda. Maté a DeLuca. Me iré a Azkaban».

Han JiSung y la caza del mago [#4]; minsungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora